09 diciembre: ENCARNACIÓN DEL HIJO DE DIOS

Encarnación  

          Hemos dejado a María en ese momento álgido en el que tiene ante sí el saludo y la propuesta de Dios: Concebirás y darás a luz un hijo…, y el punto a aclarar por el mensajero divino: ¿Cómo puede ser eso, pues no conozco maritalmente a varón? Sólo eso es lo que Myriam necesita que le aclaren. Su alma ya está dispuesta. Pero es uan muchacha responsable y no dice un sí o un no sino con conocimiento de causa. Es un momento de suspense en el que –como ráfaga- se pone ante el pensamiento de Myriam su prometido José. ¡Qué ajeno está él a lo que aquí se está hablando!, y sin embargo él tiene un papel (imagina María) con el que ella hubiera tenido que compartir este situación. El mensaje de Dios aclara de un plumazo todo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también lo que nacerá será llamado Santo, Hijo de Dios.

          Un escalofrío recorrió a aquella jovencita. Lo primero es que todo lo que le acaban de decir es impensable y supera todo lo humano: actúa Dios, el poder del Altísimo, y lo que nacerá será Hijo de Dios. Es para emborrachar la mente de cualquier persona. Y si esa persona está tan metida en su mundo espiritual y de esperanzas mesiánicas, es ya de delirio.

          Es evidente que todo aquello está en otro plano… Que ella está siendo ahora mismo un eje sobre el que el mismo Dios está dependiendo. Es también muy claro que José queda al margen. Y eso pesa y más cuando hay que decidir ya, y ella misma quiere decidir ya porque no puede hacer esperar a Dios. Y Myriam “se tira a la piscina” sin querer saber más ni buscar más aclaraciones. Dios está con su cortejo angélico a la puerta de su casa…, y Ella ha de abrirle de par en par. Y con el sentimiento más profundo de adoración y admiración por verse ella la llamada a ese SÍ que hubiera sido el gozo de cada mujer de Israel, se abaja hasta lo más y se siente esclava –amorosa esclava- de su Señor. Y una esclava no tiene que ser preguntada… Simplemente disponer de ella su amo. Y con esa imagen en su corazón, María abre las puertas de su vida entera al Dios que estaba a la espera.; Yo soy la esclava del Señor; HÁGASE EN MÍ TU PALABRA. Y María se dejó caer de rodillas envuelta en un inmenso sentimiento de humildad, de agradecimiento, de admiración, de anonadamiento, de amor. Y se mantuvo con sus ojos cerrados porque era consciente del misterio que se estaba produciendo…: El Espíritu Santo está descendiendo sobre ella…; el poder del Altísimo la está cubriendo… [imagen riquísima procedente del Antiguo Testamento, cuando la Gloria de Dios llenaba la Tienda y LA CUBRÍA, y toda la comunidad salía a las puertas de sus tiendas y se prosternaba porque se estaba haciendo presente Dios]. Pero es que ahora esa “tienda del Encuentro” es María…, es ella misma…, y Dios la está llenando… María está abismada, transida. Sin palabras. Casi diríamos que sin sentir nada. Pura vivencia sublime, mística.

          Y mientras María vuelve en sí, nosotros pensamos que en un instante ha cambiado toda la vida de aquella joven. Ya no es Ella, ya no depende de ella. Ya ha sido invadida por Dios. EL VERBO SE HA HECHO CARNE en sus entrañas. Y no es objeto de “meditación”: ya es VIDA…, y Myriam está sumida en esa VIDA, y en muy profundo silencio nos retiramos. Pero mantenemos nuestra mirada porque aquí ha acabado el adviento de María. Ahora…