miércoles, 29 de febrero de 2012

Seguimos entre olivos

MIERCOLES 1º CUARESMA

Papá le dice a su hijo adolescente, que está perdiendo el curso porque se dedica a sus juegos, sus litronas, sus llegadas a casa con dos copas de más, y tarde (y en consecuencia, ni puede levantarse a estudiar, ni está en condiciones de hacerlo: Te doy mes y medio de plazo. Si en ese tiempo no ha cambiado esta conducta tuya, te quedas sin “la paga” y sin las clases de guitarra. Le lanza una amenaza, con tiempo sobrado para que cambie la actitud del hijo, y pueda él mismo cambiar por dentro. Eso es lo que pretende su padre. El padre ni pretende quitarle esa “paga” ni cortarle sus clases de guitarra. Lo que busca es la corrección que el hijo ha de hacer en su propia forma de vivir. El hijo se lo toma en serio, determina acabar con su modo actual de vida, y lo hace

Y el padre no vuelve a mencionar la amenaza. Se ha conseguido lo que se pretendía, que era el bien de su hijo, y eso basta. Y todo seguirá en perfecta armonía.

A un pueblo díscolo como el judío, que pretender aparentar su fe y su cumplir ante Dios, y que no lo hace, sino que está hecho un pueblo perverso, Jesús le avisa que con él va la misma advertencia que aquella amenaza de Jonás al pueblo de Nínive. No hay más señales ni más pruebas. ¡Y aquí hay uno que es más que Jonás! Que es razón de más para que haya un cambio en la actitud de corazón.

Tomamos la lección en serio.

EL HUERTO (continúa)

Jesús, con el alma destrozada, triste, querría poyarse en aquellos amigos. Pero sabe que no basta. Necesita de mucho más. Y tras prevenirles que vigilen y oren (porque si no, van a sufrir escándalo y tentación ante lo que se avecina), tiene que hacer un esfuerzo para separarse de ellos –arrancarse como quien se arranca un trozo del corazón- y alejarse unos 30 metros para ponerse en comunicación de oración con Dios, su Padre, el que únicamente puede esperar el consuelo y la ayuda. De pie, como es la oración judía, Jesús ora repetidamente con una petición: “Si es posible, Padre, pasa de largo esta pasión que me amenaza; aunque Yo siempre me someto a tu voluntad”. E insiste. Y repite. Tal como Él mismo había enseñado. La oración hasta hacerse oír. La oración, convencido de que Dios dará cosas buenas. Pero no se oía ni una voz, ni un susurro. Jesús oraba y parecería que el Cielo estaba cerrado. Siguió. Yo diría que hasta la extenuación, cuando uno ora con tanta fe y tanta fuerza, y Dios parece estar sordo a mi llanto y no escuchar mis gemidos… Jesús se ahogaba. Ya no podía más. Y acabó aquel rato de oración y se fue hacia sus discípulos, buscando un apoyo.

Penoso momento: dormían. Dice el evangelista que la tristeza. Como el deprimido que opta por irse a la cama y dormir, porque así ni siente ni padece. No se enfrenta a una realidad y así nunca está preparado para afrontar la situación. Jesús se dirigió a Simón –el que estaba dispuesto hace un rato a morir por Jesús, y permanecer aunque todos fallaran… Por eso Jesús le dice a él: Simón, ¿duermes? ¿No has podido vigilar una hora conmigo, mientras me estoy deshaciendo en tristeza? En Jesús había un dolor aumentado: la soledad. Sufría solo. Podía haberse muerte de pena, y no se hubieran dado ni cuenta sus amigos, sus escogidos para acompañarle. [Que si aquellos estaban así, ¡cómo estarían los 8 de la entrada! Y si nos salimos del Huerto y nos vamos por los caminos, por las veredas de la historia y de los siglos…, ¡cuantos que duermen ese sueño idiotizante que hace vivir tranquilo, o “piadosamente meditativo” sobre las penas que pasó el Señor!]

En efecto: el despertar de Pedro y de aquellos hombres llevaba el rostro idiotizado del que ni sabe dónde está, ni qué está pasando… Pero ni saben responder, ni pueden responder…, se pusieron en pie para despertar de verdad… A Jesús se le vin el alma a los pies. Ahora sí sabía que estaba tremendamente solo.

Así se volvió a su oración, y cayó de rodillas. Quizás porque el cuerpo no le aguantaba, o en esa posición humillada donde el hombre grita a Dios desde la fe profunda de su alma…, donde llora con una súplica a más no poder… Si pudiéramos entrar en el Infinito de dios, veríamos que el Padre también “lloraba” (si se nos permite utilizar sentimientos y formas que entendemos los humanos). “Llora Dios” ante muchos “Huertos” donde otros tantos “Cristos” padecen. Claro que lo primer que se nos ocurre pensar es por qué no hizo ya el milagro, y lo arregla todo. Exactamente es lo que no hace Dios: llevar la vida a base de milagros, como “hada buena” que va tocando con su varita mágica. Lo que Dios está buscando es el gran milagro del corazón humano que no siga haciendo sufrir al prójimo, que eche una mano, que no duerma para no ver, que no dé el rodeo para no socorrer, para que nos sepamos cada uno con ese poder de “hacer milagros” cuando somos capaces de “quitar los cepos injustos” , de evitar esas ocasiones que ciertamente van a dañar la moral y la vida o el sentimiento de tantas personas… Ahí, en ese terreno es donde vienen los milagros de Dios, que casi ni se notan que Dios había actuado, pero que se producen en las conciencias, en las actitudes que se abren, en los corazones que cambian.

Lo triste fue el momento en que Jesús volvió a sus discípulos, y ya ni les dijo nada. Se quedó mirándolos doloridamente. Comprensivamente. El alma hecha jirones. Mascaba una soledad terrible que le hacía subir la sangre con más fuerza. Permaneció callado, observando. Sintió pena de ellos. ¡La que les aguardaba…! Pero no supieron prepararse para el momento que vendría muy pronto.

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