domingo, 5 de febrero de 2012

LA VIDA COMO SERVICIO

LA VIDA COMO SERVICIO GOZOSO
Domingo 5º B.- del Tiempo Ordinario
Tenemos a Job con su discurso sobre el papel de su vida… Es UN SERVICIO. Y está muy bien dicho. Se ve como el jornalero que ha de realizar la labor que le han encomendado, para recibir su jornal al final del día. Pero cuando llega a “definir su salario”, lo hace exactamente como mero jornalero sin ilusión ni perspectiva: su herencia son noches de fatiga, dando vueltas en la cama, haciéndosele interminable la noche, y acabando en un desesperanzado sentido de vacío: como un globo de aire.
Al otro lado, se ilumina la vida desde Jesús, incansable, dándole valor a cada minuto y colgado de las manos de Dios. Una mañana en la sinagoga (evangelio del domingo pasado), y cuando podría retirarse, con el deber cumplido, se encuentra con la suegra de Simón enferma. Y Jesús se acerca, se está un rato con ella, se interesa, le bromea…, y la acaba curando. Ella se levanta, hace la comida y les sirve.
¿Ya es hora de descansar? - Pues lo que se ha producido es un movimiento de entusiasmo popular y la gente –con sus enfermos- está agolpada a la puerta. ¡No va a perder la ocasión! Y para Jesús no hay sensación de jornalero al que le obligan a echar “horas extraordinarias, lamentándose de sus fatigas y vida de devanadera. Con el gozo de seguir en su SERVICIO, sale a atender a aquellos enfermos, a interesarse con su cercanía y su mano extendida curando…, y luego volviéndose a todos y quedarse con ellos para ayudarles a dar sentido pleno a su vida, mostrándoles el Reino de Dios.
Cuando llegó la hora de dormir y cada uno se arrebujó como pudo, a Jesús le quedaba una labor fundamental por hacer: ¿y qué quiere ahora Dios de Él? Y muy de mañana, a oscuras aún, mientras los demás duermen, Él se sale fuera y se retira por algún campo cercano y se pone en oración silenciosa en la que va dejando entrar el Soplo divino, la inspiración que indica camino, pasos nuevos acordes con el deseo de Dios.
Era más fácil haber tenido una piadosa “oración” y salir como había entrado, y estarse allí en Cafarnaúm ya que allí tenía el terreno abonado y la gente dispuesta a escucharlo Lo cómodo era una oración pía y seguir en donde estaba, sin influencia alguna de esas horas ante Dios.
Sus discípulos se han despertado y se encuentran la manta de Jesús doblada donde se había acostado. Y Simón ve que la puerta está entreabierta y pronto da con Él en la serena paz de la mañana: Maestro, ¡todo el mundo te busca! Y con extrañeza de Simón, Jesús le responde: “Vamos a otros lugares, porque para esto he venido”…, no para asentarme donde me va bien sino para seguir el camino que marca la voluntad de Dios. Y es que la oración hace ese efecto cuando es verdadera: que le cambia a uno el paso, por muy bueno y bonito que fuera el que se llevaba. Pero Dios no deja la vida baldía, como la sentía Job. Para el creyente, siempre hay un nuevo escalón que subir en esa escalera de la vida.
San Pablo tiene esa misma visión, al modo del Maestro. Él podría predicar el Evangelio y quedarse tranquilo en el mismo lugar y con el mismo talante. Con expresión que rasga a primera vista, dice que él tiene que predicar el Evangelio aun a pesar mío. No; no es que le pese. Es que él no puede cruzarse brazos, ni manipular la Palabra de Dios, ni trocearla para que diga lo que podría gustarle a él. La Palabra de Dios no está encadenada y nadie tiene derecho a usarla en su provecho, para su tranquilidad, para su conveniencia, con su sordina, o su vocerío. Lo que Pablo sabe muy bien es que si va a vivir ahora la Cena del Señor, no puede ser que unos estén saciados de sí, mientras otros quedan en ayunas y apartados. Porque eso no sería celebrar la Cena del Señor. Lo cual nos traslada con toda facilidad del ambón al Altar. Estamos en la misma realidad. Y ya hay que tomárselo en serio, para que al final no convirtamos en globo de aire vacío esta participación litúrgica que estamos viviendo.

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