miércoles, 27 de enero de 2016

27 enero: Lo bueno, agradable y perfecto

Liturgia
          David ha llevado al Arca a la ciudad de David. Y concibe la idea de construir un templo donde quede colocada el Arca santa (2Sam 7, 4-17) y así lo consulta con el profeta Natán que, en principio, aprueba la idea. Pero David ha sido un rey que ha estado frecuentemente envuelto en guerras. Y la palabra de Dios que le llega aquella noche a Natán es una corrección parcial de la idea de David. Comienza con una alabanza de David, al que se le hace una breve historia de las bondades de Dios con él, y que, por tanto, es un predilecto de Dios. Pero no va a ser él quien construya ese templo. David dejará preparados los materiales con toda abundancia, pero la construcción del templo queda para su hijo Salomón. Y la presencia de Dios y la bendición de Dios se prolongarán desde David a sus descendientes, y tu trono durará por siempre. Promesa mesiánica que se realizará en plenitud con la llegada de JESÚS.
          El evangelio es la conocidísima parábola del Sembrador. Esa parábola que se presta fácilmente a una división maniquea de “buenos” y “malos”, pero que tiene mucha más amplitud de aplicación entre “los buenos” que deben ser “mejores’. Porque yo no puedo leer esa parábola situándome al margen de los de la semilla que queda estéril. Creo que un mínimo de coherencia me dice que yo también estoy entre ellos, no tanto como postura general sino en determinados aspectos o situaciones de mi vida. No me cabe la menor duda de que hay “una palabra de Dios” que no ha sido aún recogida por mí en terreno fértil. Yo utilizo la expresión: hay zonas en mi persona que aún no han sido bautizadas. En una ocasión un comentario corregía esa expresión. La repito de nuevo. Porque una cosa es que yo estoy bautizado y otra es que esa agua purificadora de mi bautismo no ha llegado a redimir zonas concretas de mi pensamiento o sentimiento, y que por eso no estoy –en tal materia- en el terreno que da siquiera el 30 por uno.
          Y me atrevo a lanzar el reto de un sincero examen para que cada cual pueda examinar su interior para descubrir esa zona de su vida en la que el evangelio aún no se está haciendo realidad. Y me atrevo a decir que puede ser por mucho o por poco: por mucho, porque nos creemos que ya estamos en terreno firme y no somos capaces de dudar de nosotros mismos. ¡Mala señal…, y prevengo contra ella! Por poco puede estar uno en ese terreno que no deja crecer lo efectos de la Palabra, sea porque ni se le deja entrada, sea porque “es muy bonita”…, pero sin encontrar jugo en el interior de la persona como para arraigar y hacer cambiar el ritmo. Y repito: ¡mala señal es que uno e sienta tan seguro de sí que no tenga ni que plantearse el cambio de ritmo!
          Será fácil encontrarse con que hay tantas cosas a las que atender…, o estamos metidos en una vorágine tal de preocupaciones y afanes, que la atención e la mente y la adhesión del corazón tiene serias dificultades para liberarse de esa brocinal que no deja espacios y tiempo para detenerse a pensar y a plantear. Dice Jesús que los cardos y las espinas, las zarzas, ahogan la palabra. ¿Podemos tirar la primera piedra de que eso no nos ocurre a nosotros?

          La tierra buena tiene oportunidad de ser mejor…: porque dar un 30% está considerado por Jesús “tierra buena”. Pero también hay tierra que da el 60. Por consiguiente no podemos quedarnos cruzados de brazos en el 30 cuando cabe rendir el 60 y el 80… Para decirlo de forma muy personal: Jesucristo se merece de nosotros que demos el 60 cuando hemos llegado al 30, o que demos el 80 cuando hemos llegado al 60. Se trata de esa exigencia del amor al Sembrador, a Jesucristo, el JUSTO, al que no podemos dejar con menos cuando podemos dar más. Y ese es el reto de una vida de fe y de oración. Por eso no entiendo la parábola como división de “buenos” y “malos” sino como expresaba San Pablo a los fieles de Roma: discernir la voluntad de Dios, para que busquemos lo bueno, lo que agrada más a Dios, LO PERFECTO (lo que corresponde a una respuesta adulta y responsable). Una graduación que debe estar siempre presente en la conciencia de un enamorado de Jesús, al que no contentamos con menos cuando podemos dar más.

2 comentarios:

  1. Ana Ciudad10:23 a. m.

    CATECISMO DE LA IGLESIA CATÒLICA (Continuación)

    VIRTUDES CARDINALES

    LA VIRTUD DE LA FORTALEZA:-La fortaleza es la virtud moral que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien. Reafirma la resolución de resistir a las tentaciones y de superar los obstáculos en la vida moral.
    La perfección de esta virtud se muestra en los mártires, que prefieren morir a pecar.Pocos de nosotros tendremos que afrontar una decisión que requiera tal grado de heroísmo. Pero la virtud de la fortaleza no podrá actuar, ni siquiera en las pequeñas exigencias que requieran valor, si no quitamos las barreras de un conformismo exagerado,el deseo de no señalarse, de ser" uno màs".Estas barreras son el irracional temor a la opinión pública (lo que llamamos respetos humano), el miedo a se criticados, menospreciados o, peor aùn,ridiculizados.

    ¿Què significa ser fuerte?.-Quien es fuerte aboga continuamente por el bien que ha conocido, incluso cuando en un caso extremo deba sacrificar la propia vida." Para el fuerte la felicidad y la infelicidad son como su mano derecha e izquierda<; se sirve de ambas."(SANTA CATALINA DE SIENA).

    Continuarà

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  2. "Salió el sembrador a sembrar" Cada parábola es un reto que Jesús nos propone. La Palabra de Dios es sembrada todos los días entre nosotros: ¿qué fruto produce? Por otro lado, somos continuadores de la misión de Jesús, estamos llamados a sembrar generosamente todos los días. Tenemos que sembrar siempre, sin cansarnos, con la confianza de que algunas semillas llegarán a fructificar.

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