Liturgia
El domingo pasado tuvimos el ejemplo de gran veneración del pueblo
hacia la Palabra de Dios que el sacerdote Esdras leía ante el pueblo
congregado, con la presencia también del brazo civil, el gobernador Nehemías.
Las partes de la historia de un pueblo que se rinden en adoración ante la
Palabra de Dios.
Hoy no es la Palabra sino EL SIGNO: el Arca sagrada, que encerraba signos importantes de actuaciones
divinas en la historia de Israel. Por circunstancias, el Arca estaba en la casa
de Obededón, y David la traslada a la ciudad
de David (2Sam 6, 12-15. 17-19). Y ahora es ante el Arca donde se vuelca la
devoción de un pueblo, con su rey a la cabeza, que vive una liturgia festiva
danzando delante del SIGNO de la presencia de Dios. Fiesta que acabará con presentación
de ofrendas y sacrificios (en el plano religioso) y en un reparto de comida al
pueblo como fin del festejo. Es una costumbre de siempre que la fiesta acabe en
una celebración fraternal y de comida compartida por los que se han regocijado
primero con la parte religiosa.
Salvando la mucha distancia de lo que hay del signo a la realidad,
la celebración eucarística lleva consigo de una parte la atención y veneración
de la Palabra, que da sentido y contenido variado y concreto a la celebración
sacramental, en la que el SIGNO ofrece ya una realidad tan fundamental que debe
ser vivida con regocijo por la Comunidad. Y yo sacaría en claro cómo esa
alegría por la presencia sacramental debe ir acompañada, de una parte, por la
adoración religiosa –silencio, sentido profundo religioso, respeto…-, y por la
otra parte la alegría festiva que se expresa también en la parte humana. Y de
hecho –en situaciones concretas celebrativas- acaba con esa participación
familiar en un ágape en el que se vive el regocijo que pone broche final. [En
ocasiones esa comida no se reduce a la familia, sino que se hace extensiva a
algunas personas necesitadas, entre las que se reparten porciones para que el
sentido de la común-unión tenga un fondo más profundo de compartición de los
propios bienes].
Hace también pocos días, San Marcos nos presentaba a los
familiares de Jesús que estaban preocupados por la actividad de su pariente que
no sacaba tiempo ni para comer. Y para ellos que aquello era una obsesión de
Jesús que se había creído “mesías” y andaba volcado en una misión que no se
correspondía con el sentido popular del mesianismo. Y vinieron con ánimo de
llevarse a Jesús al pueblo, porque lo creían falto de juicio y que había
perdido la razón. No lograron su intento y Jesús siguió su obra (que no vimos
ayer por ser el día de la Conversión de San Pablo, que tenía sus lecturas
propias).
Pero los familiares no han desistido de su intento de
apartar a Jesús de aquel torbellino en el que se había metido y muy poco
después de la primera vez, vuelven a la carga. Pero esta vez lo hacen con un
señuelo que no les puede fallar: llevar con ellos a la madre de Jesús (3,
31-35).
Y cuando Jesús está predicando y enseñando y la gente se ha
arremolinado en derredor para escuchar sus enseñanzas, los parientes le envían
recado de que está allí su madre y ellos. Pensaron que era lo que haría fuerza
en Jesús. Pero Jesús sabía lo que hacía y hacía lo que tenía que hacer: estaba
enseñando a un pueblo ávido de conocer a Dios, al verdadero Dios que les
mostraba Jesús, y que les ensanchaba el alma (frente a los estrechos sermones
de los fariseos y doctores que les achicaban el sentido de Dios).
Jesús escuchó al que le avisaba la presencia de su madre y
sus parientes y echando una mirada sobre el corro que tenía delante, dijo: éstos son mi madre y mis parientes; porque
todo el que cumple la voluntad de Dios es mi hermano y mi hermana y mi madre.
Y siguió realizando su obra, la que estaba haciendo, que es la que en ese
momento debía hacer, sin que pudieran estorbárselo razones familiares
afectivas.
Hay quien lee este evangelio con recelo porque parece que Jesús
ha dejado en segundo lugar a su Madre. Si entendemos que “el segundo lugar” es
porque el primero es para Dios y la voluntad de Dios, estamos plenamente de
acuerdo. Pero si entendemos que María es la mujer que vivió perfectamente la
escucha y realización de la voluntad de Dios, entonces lo que ha hecho Jesús ha
sido ensalzarla a un primer plano, no por el hecho afectivo de que fuera su
madre, sino por el valor mesiánico de la MUJER que escuchó la Palabra de Dios y
la llevó a la práctica en todo momento.
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÒLICA (Continuación)
ResponderEliminarLA VIRTUDES CARDINALES.
LA VIRTUD DE LA JUSTICIA:-La justicia es la virtud moral que consiste en la firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que le es debido. La justicia para con Dios es llamada "la virtud de la religión". Para con los hombres la justicia dispone a respetar los derechos de cada uno y a establecer en las relaciones humanas la armonía que promueve la igualdad respecto a las personas y al bien común.El hombre justo es evocado con frecuencia en la Sagrada Escritura: "Siendo juezno hagas injusticia, ni por favor del pobre, ni por respeto al grande;con justicia juzgaràs a tu prójimo"(Lv19, 15).
¿Còmo se actùa justamente?.- Se actùa justamente estando siempre pendiente de dar a Dios y al prójimo lo que le es debido.El principio de la justicia dice "A cada uno lo suyo".Una persona discapacitada debe ser apoyado de un modo diferente a un superdotado, de forma que ambos reciban lo que necesitan. La justicia se esfuerza por la compensación y anhela que los hombres reciban lo que les es debido. También ante Dios debemos dejar que reine la justicia y darle lo que es suyo: "nuestro amor y adoraciòn".
Continuarà
LA VIRTUD DE LA JUSTICIA
Jesús está en aquella Casa- Iglesia- rodeado por una multitud de seguidores que acudían a escucharla Palabra. Todos podemos entrar en esa "Casa", sólo hay que disponerse, como Jesús,a cumplir la voluntad del Padre. Cuando esto se vive, se crean unos lazos de fraternidad irrompibles, más fuertes que los de la sangre. Cumplir la voluntad de Dios es reconocerlo como Padre y dar a cada persona el mismo valor que Él le concede.
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