martes, 26 de enero de 2016

26 enero: Dios por encima de todo

Liturgia
          El domingo pasado tuvimos el ejemplo de gran veneración del pueblo hacia la Palabra de Dios que el sacerdote Esdras leía ante el pueblo congregado, con la presencia también del brazo civil, el gobernador Nehemías. Las partes de la historia de un pueblo que se rinden en adoración ante la Palabra de Dios.
          Hoy no es la Palabra sino EL SIGNO: el Arca sagrada, que encerraba signos importantes de actuaciones divinas en la historia de Israel. Por circunstancias, el Arca estaba en la casa de Obededón, y David la traslada a la ciudad de David (2Sam 6, 12-15. 17-19). Y ahora es ante el Arca donde se vuelca la devoción de un pueblo, con su rey a la cabeza, que vive una liturgia festiva danzando delante del SIGNO de la presencia de Dios. Fiesta que acabará con presentación de ofrendas y sacrificios (en el plano religioso) y en un reparto de comida al pueblo como fin del festejo. Es una costumbre de siempre que la fiesta acabe en una celebración fraternal y de comida compartida por los que se han regocijado primero con la parte religiosa.
          Salvando la mucha distancia de lo que hay del signo a la realidad, la celebración eucarística lleva consigo de una parte la atención y veneración de la Palabra, que da sentido y contenido variado y concreto a la celebración sacramental, en la que el SIGNO ofrece ya una realidad tan fundamental que debe ser vivida con regocijo por la Comunidad. Y yo sacaría en claro cómo esa alegría por la presencia sacramental debe ir acompañada, de una parte, por la adoración religiosa –silencio, sentido profundo religioso, respeto…-, y por la otra parte la alegría festiva que se expresa también en la parte humana. Y de hecho –en situaciones concretas celebrativas- acaba con esa participación familiar en un ágape en el que se vive el regocijo que pone broche final. [En ocasiones esa comida no se reduce a la familia, sino que se hace extensiva a algunas personas necesitadas, entre las que se reparten porciones para que el sentido de la común-unión tenga un fondo más profundo de compartición de los propios bienes].

          Hace también pocos días, San Marcos nos presentaba a los familiares de Jesús que estaban preocupados por la actividad de su pariente que no sacaba tiempo ni para comer. Y para ellos que aquello era una obsesión de Jesús que se había creído “mesías” y andaba volcado en una misión que no se correspondía con el sentido popular del mesianismo. Y vinieron con ánimo de llevarse a Jesús al pueblo, porque lo creían falto de juicio y que había perdido la razón. No lograron su intento y Jesús siguió su obra (que no vimos ayer por ser el día de la Conversión de San Pablo, que tenía sus lecturas propias).
          Pero los familiares no han desistido de su intento de apartar a Jesús de aquel torbellino en el que se había metido y muy poco después de la primera vez, vuelven a la carga. Pero esta vez lo hacen con un señuelo que no les puede fallar: llevar con ellos a la madre de Jesús (3, 31-35).
          Y cuando Jesús está predicando y enseñando y la gente se ha arremolinado en derredor para escuchar sus enseñanzas, los parientes le envían recado de que está allí su madre y ellos. Pensaron que era lo que haría fuerza en Jesús. Pero Jesús sabía lo que hacía y hacía lo que tenía que hacer: estaba enseñando a un pueblo ávido de conocer a Dios, al verdadero Dios que les mostraba Jesús, y que les ensanchaba el alma (frente a los estrechos sermones de los fariseos y doctores que les achicaban el sentido de Dios).
          Jesús escuchó al que le avisaba la presencia de su madre y sus parientes y echando una mirada sobre el corro que tenía delante, dijo: éstos son mi madre y mis parientes; porque todo el que cumple la voluntad de Dios es mi hermano y mi hermana y mi madre. Y siguió realizando su obra, la que estaba haciendo, que es la que en ese momento debía hacer, sin que pudieran estorbárselo razones familiares afectivas.

          Hay quien lee este evangelio con recelo porque parece que Jesús ha dejado en segundo lugar a su Madre. Si entendemos que “el segundo lugar” es porque el primero es para Dios y la voluntad de Dios, estamos plenamente de acuerdo. Pero si entendemos que María es la mujer que vivió perfectamente la escucha y realización de la voluntad de Dios, entonces lo que ha hecho Jesús ha sido ensalzarla a un primer plano, no por el hecho afectivo de que fuera su madre, sino por el valor mesiánico de la MUJER que escuchó la Palabra de Dios y la llevó a la práctica en todo momento.

2 comentarios:

  1. Ana Ciudad9:16 a. m.

    CATECISMO DE LA IGLESIA CATÒLICA (Continuación)

    LA VIRTUDES CARDINALES.

    LA VIRTUD DE LA JUSTICIA:-La justicia es la virtud moral que consiste en la firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que le es debido. La justicia para con Dios es llamada "la virtud de la religión". Para con los hombres la justicia dispone a respetar los derechos de cada uno y a establecer en las relaciones humanas la armonía que promueve la igualdad respecto a las personas y al bien común.El hombre justo es evocado con frecuencia en la Sagrada Escritura: "Siendo juezno hagas injusticia, ni por favor del pobre, ni por respeto al grande;con justicia juzgaràs a tu prójimo"(Lv19, 15).

    ¿Còmo se actùa justamente?.- Se actùa justamente estando siempre pendiente de dar a Dios y al prójimo lo que le es debido.El principio de la justicia dice "A cada uno lo suyo".Una persona discapacitada debe ser apoyado de un modo diferente a un superdotado, de forma que ambos reciban lo que necesitan. La justicia se esfuerza por la compensación y anhela que los hombres reciban lo que les es debido. También ante Dios debemos dejar que reine la justicia y darle lo que es suyo: "nuestro amor y adoraciòn".

    Continuarà

    LA VIRTUD DE LA JUSTICIA

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  2. Jesús está en aquella Casa- Iglesia- rodeado por una multitud de seguidores que acudían a escucharla Palabra. Todos podemos entrar en esa "Casa", sólo hay que disponerse, como Jesús,a cumplir la voluntad del Padre. Cuando esto se vive, se crean unos lazos de fraternidad irrompibles, más fuertes que los de la sangre. Cumplir la voluntad de Dios es reconocerlo como Padre y dar a cada persona el mismo valor que Él le concede.

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