lunes, 25 de enero de 2016

25 enero: La fe que transforma

Liturgia
          Hoy celebramos la fiesta litúrgica de la CONVERSIÓN DE SAN PABLO. La 1ª lectura puede ser una de las dos narraciones de ese hecho que nos trasmite el libro de los Hechos de los Apóstoles, en 9, 1-22, o bien en 22, 3-16. Lo primero que se me ofrece como llamativo es que Saulo, perseguidor lleno de odio hacia los cristianos, caído ahora por tierra y ciego, tiene la luz suficiente para descubrir que alguien superior a él le ha vencido. Y su pregunta desde el suelo es: ¿Quién eres, Señor? Tenía que ser una fuerza muy superior a él, que le había derrotado en lo que más suyo tenía: su orgullo y su odio a lo que oliera al nuevo camino.
          Y la respuesta que escucha es: Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Podría Saulo haber respondido que él no perseguía a Jesús sino a los seguidores de Jesús. Pero le quedó claro en ese momento lo que luego desarrollará él en la carta a los fieles de Corinto: la unidad que hay entre Cristo y los cristianos, en un solo y único Cuerpo que es la Iglesia, y que perseguir a sus fieles es perseguirlo a Él.
          Luego, Saulo habrá de ser ayudado por uno de aquellos seguidores de Jesús a los que había pretendido perseguir. Ananías será su conductor en el proceso de conversión, del paso de Saulo a Pablo, y tal PABLO que es un elegido de Dios para que sea testigo ante todo el mundo. Y Ananías lo bautiza y se le caen de los ojos unas escamas y Pablo vuelve a ver con otra mirada diferente a la que traía por el camino.
          El Evangelio, de Mc 16, 15-18 nos trasmite la despedida de Jesús antes de ascender al Cielo. Da su encargo de ir al mundo entero y proclamar el evangelio a toda la creación (a todas las personas). El que crea y se bautice, se salvará. El que se resista a creer, se condenará. Está perfectamente definido: no es tanto el hecho de “no creer”, puesto que la fe es un don y no todos reciben ese don. Y de hecho se encuentra uno con personas que quisieran creer y que han buscado la fe y no la han recibido. Permanecen en una sincera honradez y añoran no tener esa fe que encuentran en otras personas a las que tratan.
          De lo que aquí habla Jesús es de los que se resisten a creer, los que ponen obstáculos a la fe. Precisamente hoy, si se hubieran leído las lecturas del “lunes de la 3ª semana”, hubiéramos tenido delante aquel momento absurdo farisaico en el que Jesús se topa con los fariseos que quieren desprestigiarlo diciendo que Jesús tiene dentro al demonio y que por eso echa de los posesos al príncipe de los demonios. Jesús ironiza tamaña insensatez, y hace comprender a la gente que lo que él hace va hecho con la fuerza de Dios. Y que los fariseos que se resisten a creer caen en un pecado muy fuerte, al que Jesús llama: blasfemia contra el Espíritu Santo…, pecado de negación de la inspiración de ese Espíritu, que es Espíritu de la Verdad. Y resistirse a esa Verdad es resistirse a creer. Y esa resistencia es la que condena a la persona porque se queda sin resorte para arrepentirse y por tanto sin posibilidad para llegar a la fe en la salvación que trae Jesús.
          Porque a los que creen acompañan unos signos  muy especiales, y que –dichos de forma simbólica- significan toda una novedad en la vida del creyente, que podrá liberarse del mal (“echar demonios”), entenderse en otra altura y otra “lectura” de los hechos (“hablarán lenguas nuevas”), sin que las contrariedades de la vida le derroten (“cogerán serpientes en sus manos”) y sin que la bajeza que les rodea les envuelva (“beberán veneno y no les hará daño”). Por el contrario, serán ellos los sanadores de sus hermanos, porque desde la fe tendrán los verdaderos resortes que ayuden a mirar la vida con otra visión diferente: Impondrán las manos en los enfermos y sanarán.
          En más de una ocasión la vida diaria es elocuente en este terreno y hace ver que hay un abismo para arrostrar las situaciones, según se tenga fe o no se tenga. La fe es un aliado con la felicidad de la persona, y ¡hay que ver la diferencia de quienes viven esa fe de un modo activo y de quienes no responden a esa fe que han recibido!..., de quienes viven la fe como algo vital y de quienes la tienen como un añadido que no les pasa de la piel.

          Saulo se convirtió el Pablo… Los discípulos de Jesús se encontraron con unas señales que les acompañaban… Nosotros hemos de mirar, ahí en el fondo, el calibre de nuestra fe para ver la vida a su través.

2 comentarios:

  1. Ana Ciudad9:37 a. m.

    CATECISMO DE LA IGLESIA CATÒLICA (Continuación)

    LA VIRTUD DE LA PRUDENCIA.-La prudencia es la virtud que dispone la razón pràctica para discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y a elegir los medios para realizarlo."El hombre cauto medita sus pasos".
    Esta virtud no se confunde con la timidez o el temor, ni con la doblez o la disimulación; esta virtud guía directamente el juicio de la conciencia.
    ¿Còmo se llega a se prudente?.Aprendiendo a distinguir lo esencial de lo accidental, a ponerse las metas adecuadas y a elegir los mejores medios para alcanzarlas.
    La virtud de la prudencia regula todas las demás.Porque la prudencia es la capacidad de reconocer lo justo. Quien quiera vivir bien, debe saber què es el"bien" y reconocer su valor. Como el comerciante del Evangelio,"al encontrar una perla de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra"(Mt 13, 46).Sòlo el hombre que es prudente puede aplicar la justicia, la fortaleza y la templanza para hacer ewl bien.
    La prudencia tiene dos caras con eue mira, con la una lo pasado y con la otra lo venidero.

    Continuarà

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  2. El encargo de Jesús de ir al mundo entero y predicar la buena noticia del Evangelio resuena con fuerza en los corazones de los creyentes de toda la Iglesia. Como San Pablo debemos atrevernos a preguntarle: "¿Qué debo hacer, Señor?"; debemos abrir nuestros ojos a la Luz del Espíritu y el corazón a la Palabra...Y dejarnos conducir por los "Ananías" de nuestras Parroquias que pueden ayudarnos a descubrir la manera concreta de vivir mucho mejor, nuestra vocación cristiana.

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