sábado, 12 de enero de 2013

Una concreción de San Pablo


             San Pablo a los Colosenses, 3, 12-19
La LITURGIA es una línea paralela en el Magisterio de la Iglesia.  Y muchas de nuestras convicciones y prácticas ordinarias de la fe que vivimos en el día a día, ha llegado más por la Liturgia que por la teología.
Y cuando llega el día de celebración de la SAGRADA FAMILIA, en el domingo siguiente a la fiesta de Navidad, la liturgia nos coloca esta parte del capítulo 2º de la carta de San Pablo a los fieles de Colosas.
En ella se describe las relaciones de amor que corresponden a una familia, a una comunidad, a un colectivo que se precie de cristiano. Y lo primero que nos pone delante es esa “sobre vestimenta” (“uniforme” lo llama Pablo), que debe identificar una relación humana cristiana: y las “prendas” de ese “uniforme” son: la misericordia entrañable (salida de las entrañas del corazón),  la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión. Lo cual indica cómo concibe la Liturgia a aquella sagrada Familia, en la que ese “uniforme” constituye una manera de vivir, un modo de sentir y de proceder. Y uno lo ve claramente real al pensar en José o María o Jesús. Y no lo podría uno pensar de otra manera.  Tres personas de características tan excepcionales, tan colgadas de Dios, tan viviendo en la voluntad de Dios, no pueden menos que vivir ese estilo de vida.
Pero Pablo es hombre muy humano que pisa tierra y no la convierte en misticismos, tanto más que la sagrada Familia es un espejo donde se han de mirar todas las “familias” humanas [y repito que “familia” debe estar aquí mirada no sólo como la familia carnal. Sino toda relación de convivencia más estable, periódica: comunidades religiosas, asociaciones y movimientos y colectivos humanos y –particularmente- cristianos].  Y Pablo se viene a la arena de las realidades normales: por mucho que se quera, la vida es mucho menos rectilínea y las circunstancias son muy variadas, y siguen variando por muchos factores más o menos esporádicos. Entonces dice Pablo: Sobrellevaos mutuamente…  Un dato que está ahí cuando la Iglesia habla de la fiesta de la Sagrada Familia, con natural proyección a la vida de cualquier familia.  Pero ¿es que imaginamos que en Nazaret todos, en todo momento, en cualquier circunstancia, pensaban lo mismo, sentían lo mismo, les parecía lo mismo cualquier cosa o cualquier intervención? ¿No había personalidad propia ni en José, ni en María, ni en Jesús (joven, adulto)?  ¿No pensamos –como en las mejores y mejor venidas familias- que habría realidades en que la solución más madura era la de saber sobrellevar algún detalle o circunstancia?  Cuando en algún momento nos deja el Evangelio constancia de datos que quieren hacer “concreta” la realidad, “el Niño se queda en el templo sin que lo supieran sus padres”, [no es fácil comprender esa “escapatoria” del adolescente Jesús…, ni “el descuido” de unos padres que se dejan atrás a su hijo “porque piensan que va en la caravana” ¿Así como así?  Pues no debió ser tan “así” cuando maría le dirigió unas palabras que no eran precisamente de terciopelo: “Hijo, ¿por qué lo has hecho así con nosotros?”   Y como la respuesta no es inteligible (“no comprendieron”), sobrellevan María y José callando, con ese silencio de lo incomprensible…, de lo que hubiera tenido respuesta por aquello del hacerlo así - con nosotros [dos acentos muy serios], pero sobrellevan, callan, dejan adentrarse el silencio en la vida profunda de sus almas…, porque hay cosas que en vez de revolverlas, como más maduramente se afrontan es así.  Y en la sagrada Familia fue así.
Todavía Pablo atornilla más, desde la realidad de lo humano: perdonaos, cuando alguno tiene quejas contra otro.  Ese “cuando” supone momentos concretos, puntuales. Puede ocurrir que haya una ocasión en que mejor es perdonar con perdón que olvida, y que no da más trascendencia a una realidad ocurrida. Y perdonar es darla por pasada, casi por no ocurrida, y por supuesto sin revolverla.
Claro: todo esto tiene sentido y consistencia honda si se llega a la frase siguiente: y sobre todo esto, EL AMOR, que es el ceñidor de la unidad consumada.  Ahí está la clave. “Sobrellevarse” no es ni fastidiarse ni resignarse, ni quedarse con amargor en el alma. “Perdonarse” es ese sobrepasar por completo. Porque lo que está marcando el ritmo es EL AMOR, como un cinturón que ciñe a unos con otros, que les da una fuerza que está por encima de todo y que lo sobrepasa todo y lo purifica todo. ¡Aquí es donde está el cuadro perfecto de la vida de Nazaret, de aquella familia de Nazaret!  Aquí es donde se entiende cualquier otro paso o circunstancia de aquella vida gozosa e la Sagrada Familia.  Ahí es donde reina la paz de Cristo como árbitro en sus corazones…  LA PAZ, que es signo y distintivo de las obras de Dios (lo contrario de la guerra, la tensión, la zancadilla, el recelo, la fobia…).  LA PAZ que hace de árbitro en el corazón…: el que detiene la jugada que ha transgredido las normas del juego, y luego deja seguir ya el lance…  LA PAZ como exigencia de toda convivencia.  Y no hablo de la “paz de los cementerios”, sino de la paz del corazón, que es donde anida Dios y la influencia de Dios.
Todavía ha dejado Pablo un dato de delicadeza y detalle que es una maravilla: Y sed agradecidos…: no sólo es que haya amor, sino que se exprese, que se haga patente… Que se alabe, que se reconozca lo bueno de la otra persona, que se le ensalce, que se le valore, y –repito- que se le exprese.  Cuesta poco y vale mucho  Es que –dice el Apóstol- la palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza.
Ahí lo dejamos ahora, aunque queda algo más, y que será el fundamento. Pero mirando la vida de aquella Sagrada Familia…, la vida de aquella Casa de Nazaret que ha llevado horas sin fin a las almas de oración, lo que queda patente es que la vida “comunitaria” no es mejor porque las personas sean estupendas en sí, sino porque son estupendas en la relación recíproca.  Y eso no quita las diferencias, las dificultades, lo incomprensible.  Lo que sí hace es sobrepasar todo eso con la mayor naturalidad. [Por eso dejé ayer esos detalles nimios de la “leche que se le pega a María”, o de las sandalias de barro que ensucian el suelo recién limpito.  Lo de menos es lo que yo concreto; lo de más, es el espíritu con que se vive.  Y eso sí me parece básico para hacer de la vida de Nazaret una realidad humana (como Dios la quiso que fuera) y no un misticismo que evidentemente no podía ser –a menos que convirtamos en “divino angelical” lo que era una vida en la tierra-.  A mí me favorece mucho más lo que tenga visos realistas. Porque de otra manera se me escapa y ya no me sirve para mi vida…, que ni es divina ni angélica].

1 comentario:

  1. Anónimo6:43 p. m.

    he estado pensado y meditando este comentario suyo padre cantero y me uno aesta forma de sentir como uste espone gracia padre

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