martes, 22 de enero de 2013

La despedida


“El Espíritu comenzó a agitarlo en el campamento”
             El hecho de que José desaparece del horizonte de aquella vida de la Sagrada Familia favoreció siempre la idea de que José murió antes de que se cumplieran los años de Jesús en su vida oculta.  Jesús quedaba entonces de “cabeza de familia”, a solas con su madre.  Y nos puede mover a pensar que aquellas dos grandes almas tuvieron conversaciones muy íntimas, y que sobrevenía necesariamente la pregunta sobre el futuro de Jesús. Y Jesús seguía en esa espera de que Dios manifestara algún signo.
             A todos nos viene la idea de que María poseía un secreto de hace 30 años, que bien podría sacar ahora para ayudar a iluminar ese futuro.  Sin embargo, autores como el P. Larrañaga –en su libro: El silencio de María- nos llevan a un pensamiento que tiene su valor:  cuando han pasado casi 30 años en que no ha habido ni una voz, ni un susurro, ni una nube  que recalque experiencias pasadas, son muchos años para que aquello tengo la luminosidad que nosotros –que vivimos la historia tan a toro pasado- creemos que estaría allí presente.  No pretendo afirmar ni negar, pero ese dato no es tampoco despreciable.  Y la prueba sería si experiencias nuestras de hace 30 años, las podemos afirmar rotundamente ahora y sin fisuras en nuestro recuerdo.
             Las conversaciones continuaron entre María y Jesús con aquella fruición de dos almas llenas de Dios, que han vivido siempre a la escucha de Dios, y que han tenido la humildad de no adelantarse nunca a los posibles planes de Dios.
             En la historia de Sansón se dice que “el espíritu comenzó a agitarlo en el campamento”.  Y hay un momento en que algo ocurre en el íntimo sentir de Jesús que es precisamente ese Espíritu que comienza a manifestarse…  En la conversación con su madre Jesús le comunica que algo se mueve en su interior, aunque todavía sin claridades para tomar uno u otro camino.
             La noticia del movimiento espiritual iniciado por Juan en el Jordán, es una posible lucecita en el horizonte.  El paso de algunos días va decantando más aquella dirección…, que –al menos- tantearía.  Lo que sí parece ya seguro es que ha llegado un momento clave para su vida.  María apoya, aunque es bien consciente de lo que supone para ella.  Pero a partir de ese momento va preparando algunos detalles que pueden ser útiles para la marcha del Hijo. Su ya es aquella más definitivo o no, lo tendrá Jesús que seguir buscando en su oración.
             Y llegó el día.  Se levantaron muy temprano.  María le entró una taleguita con algunas cosas de más necesidad para aquel viaje largo. Oraron a Dios juntos, como todas las mañanas. Tomaron alguna cosa, y vino esa despedida de dos grandes almas que mantienen el equilibrio de sus sentimientos, aunque “la procesión iba por dentro”.  Un abrazo, y Jesús tomó aquella calle sin volver la cabeza.  María permaneció en la puerta hasta que el recodo del camino le quitó de la vista a Jesús.  Entró en la casa, cerró la puerta con cuidado, y allí se encontró con lo más profundo de sus sentimientos maternales.  Y de su renovado fiat que le dejaba en los brazos de ese Dios al que Ella se dio desde el principio.

             Ha acabado la VIDA OCULTA.  Voy a dejar a Jesús en su caminar en la dirección de la búsqueda de la voluntad de Dios. Y voy a ocupar “mi sitio” en aquella Casa de Nazaret, porque es ahora –como había sido el frontispicio de estas contemplaciones, con las palabras de Pablo VI- cuando hace falta APRENDER, rumiar, meter en el corazón… (que para ello, María era una maestra magnífica).
             Y es que la contemplación no está pretendiendo hacer teología, ni buscar la profundidad de los estudios. Pretende el conocimiento interno del Señor, que por mí se hace hombre, para que más lo ame y lo siga.  Por eso no es tanto el procedimiento científico que pudiera adquirirse con otros modos, sino vivir ahí, viendo, oyendo, observando, tocando y palpando en la forma que a cada alma le puede inspirar Dios.  Y saberse quedar en ese rincón privilegiado en el que uno observa y no le queda más remedio que ir descubriendo una serie de matices que puedan ser más propios de esas Personas que el Evangelio nos presenta.
             Uno, por sí mismo, tiene reacciones humanas, que si las intenta proyectar en Jesús, le echan para atrás.  Uno quiere justificar sus modos…, pero aquello no encajaría con el modo de ser de María, de José, de Jesús. Y sin darse cuenta, él mismo se está autocorrigiendo a medida que avanza en estos métodos contemplativos.  Imaginativos, sí, pero no absurdos, sino en la búsqueda de ir encontrando esa purificación de los propios pensamientos y sentimientos.
             De la contemplación no saldrá nunca tensión, belicosidad, agresividad…, porque eso muere en ciernes en cuanto se ponga uno las actitudes y modos de actuar de Jesús.  Y Jesús no servirá nunca de señuelo para justificar lo imperfecto de nuestros sentimientos primarios.  Será precisamente esa imagen que atempera, que ayuda a crecer, a mejorar, a vivir unos sentimientos mucho más abiertos en las entrañas del corazón.

             Que esta “estancia” nuestra en Nazaret, nos lleve  a pulir muchos detalles y a crecer en virtudes profundas, que anidan en el silencio de la vida interior.

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