viernes, 4 de enero de 2013

Belén y NACIMIENTO


ESTÁ A PUNTO LA HORA DE DIOS 
Yo me he adelantado a José y María.  He buscado por allí unas ramas y las he atado en forma de escoba, y me he puesto a barrer el lugar… Y he recogido de los alrededores un poco de musgo y de pajas, para poder servir de lecho cuando llegue María, extienda José una manta sobre aquellas pajas, y pueda allí María reclinarse y tener ese pequeña “comodidad” y reposo tras esa mañana tan difícil que ha vivido.  José ahora da esos toques propios de quien ama y de quien tiene dentro una capacidad espiritual que le sensibiliza mejor para ls finuras de corazón.  Aunque sin elementos, sin medios, sin más bagaje material que el que pudieron montar sobre la borriquilla.   Luego, el ingenio de ese amor a María y ese temblor del alma ante todo el cúmulo de lo imprevisto e imprevisible, cuando se llega a captar que es Dios quien hace las cosas a su manera, que supera y desborda cualquier planteamiento humano.
José aprovechó el tiempo para reunir ramas secas que amontonó a la entrada de “aquel lugar”, porque conforme se iba echando la tarde se iba a necesitar encender un fuego protector…, no sólo para defenderse del frío sino para ahuyentar a algún animal que pudiera merodear por allí.
Después, esperar. Hacer mil veces el paso hacia el interior para observar a María y ver si necesitaba algo.  María o se había quedado vencida por el sueño y el cansancio, o estaba viviendo en ese mundo interior de su propio corazón, Arca de vivencias internas, en donde alberga una riqueza tan grande…
Y cundo un silencio profundo lo llenaba todo, y la noche llegaba a su mitad,  tu omnipotente PALABRA descendió del Cielo a la Tierra…, y se hizo visible en los brazos de María, no sabe Ella ni cómo.  Eso que ya cité del autor que describe el momento como el paso de los rayos del sol por el cristal, que lo traspasan sin romperlo ni mancharlo.
José, que vigilaba a la entrada y se calentaba en la pequeña hoguera, oyó un llanto de niño y se quedó casi traspuesto en el alma, aunque ágil en sus pies, entrando raudo en donde estaba María…, ¡y encontrarse con que Ella abrazaba y protegía del frío… UN NIÑO…  Un Niño recién nacido…, esa pequeñez humana indefensa…, ESA OMNIPOTENCIA DE DIOS hecha tan nada y a la vez siendo el autor del universo, el Hijo del Altísimo, el Esperado de las Naciones…  José se quedó sin palabras.  Miró extasiado, y cayó de rodillas. Temblaba de emoción y por sus mejillas se deslizaban dos lágrimas… N dijo aquello que más tarde pronunciaría Simeón de que ya puedo morir en paz, ya que José sabía que sabía que Dios lo había colocado allí para algo…, y que a él le tocaba la responsabilidad de llevar adelante una misión en todo aquel misterio de Dios.  La noche no era tan noche. Brillaba en ella UNA LUZ GRANDE, aunque nadie la conocía en el mundo exterior.  El mundo dormía, aunque Belén era en este instante EL ARCA DE DIOS VIVO, que ya dejaba sn sentido los símbolos venerables del Arca del Santa Santorum del Templo de Jerusalén.

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