lunes, 28 de enero de 2013

Cuando no hay arrepentimiento


PECADO SIN PERDÓN
          No es la única vez que abordo este tema.  Por decirlo así, no lo hago para repetirle a quienes ya lo saben, sino por si puedo ser más claro para los que no sepan aún. Jesucristo dijo: “Creedme: todo se le podrá perdonar a las personas.  Los pecados y cualquier blasfemia que digan.  Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás;  cargará con su pecado para siempre”.  Y aclara el evangelista: Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo.  (Mc 3, 22-30)

             Es bonito cómo lo explica, pues este evangelista da un matiz muy cercano con los mismos fariseos que acaban de tener esa absurda ocurrencia. Dice San Marcos que Él los invitó a acercarse.  No respondió Jesús en tono abrupto.  En cierto modo podría haber experimentado pena más que indignación. Era encontrar la cerrazón de aquello hombres, llevada a un extremo tan sin sentido como decir Jesús echa los demonios con el poder del demonio.  Si les invita a acercarse es porque todavía pone confianza en poder hablar como persona a personas.
             Lo que Jesús pretende no es ni condenar, ni tildar, ni ridiculizar. Pero su explicación sí quiere que deje clara la que es la peor de las situaciones morales que pueden darse en la persona.  Pecar, puede pecar cualquiera. Y pecar grave y muy gravemente, puede ocurrir, y ocurre.  Y Jesús afirma que aun eso, podrá perdonarse.
             ¿Cómo puede perdonarse?  Cuando el que ha cometido esa maldad, tiene el momento lúcido para reconocer que lo ha hecho, que lo ha hecho tan mal, y que no lo justifica.  El pecador que llega a los pies del sacerdote y cae arrepentido de su fechoría, y pide sinceramente perdón, con su propósito de salir de aquello, o sencillamente dejarlo ya atrás, depositado en el Corazón de Dios, ese está perdonado desde ese mismo instante. Ya pueda haber hecho lo más grave y grande. Hasta la blasfemia más horrenda, con ser ese pecado tan diabólico que es más propio de demonios que de hombres.  ¡Pues aún así, tiene perdón!
             Entonces: ¿qué es tan grave que no pueda perdonarse?  La “blasfemia” contra el Espíritu Santo.  ¿Hay una blasfemia especial contra el Espíritu Santo?  Tampoco es eso.  De lo que se trata es del pecado cualquiera que se comete y no se reconoce;  que se comete desde la negativa a la verdad; desde la posición previa de hacer algo y no estar dispuesto a echarse atrás.
             Uno puede acudir al Sacerdote, o al mismo Papa, y “confesar” que ha pecado algo de lo que ni se arrepiente ni está dispuesto a arrepentirse. Y entonces, ni el Papa puede absolverle ese pecado.
             ¿Es falta del poder de perdonar del Papa o de los sacerdotes?  No.  Es falta de arrepentimiento y negativa a corregir.  Y ahora no hace falta que estemos hablando de grandes crímenes.  Se trata de que no puede ser personado quien no se quiere poner en posición de alma que pida sinceramente perdón a Dios, con decisión de poner los medios para que aquello se corrija.
             Está hablando Jesús con los fariseos. Con los recalcitrantes fariseos. Con una casta soberbia e hipócrita, que ha llegado ya al paroxismo de atribuir al demonio aquella expulsión de demonio que ha hecho Jesús. No es que esta vez se les ha ido el freno.  Es una continuidad permanente de persecución y crítica de todo lo que hace Jesús. Es una aversión tal a su persona, que salen ya por el mayor de los absurdos con tal de mantenerse en sus trece.
             Jesús les invita a acercarse.  Hace un nuevo esfuerzo de acercamiento para una explicación racional.  Si aquellos hombres supieran y quisieran reconocer y reaccionar, tenían todo a su favor. La historia nos dio que fue al revés:  cada vez se pusieron más lejos.  Y decidían matarlo cada vez que le contradecía. Y creyeron triunfar cuando lo consiguieron llevar ante los tribunales y sentenciarlo a muerte.
             No había habido ni una brizna de reconocimiento de su pecado. Por consiguiente, ni un atisbo de arrepentimiento. Por consiguiente, nula la posibilidad de cambiar.  Nadie se lo impide.  Son ellos mismos quienes se cierran.  Es evidente que no piden perdón. Y entonces, no pueden obtenerlo, ¡porque no lo quieren!
             Esa es la razón de que Jesús diga que es blasfemia contra el Espíritu Santo (porque es negativa cerrada a las inspiraciones de Dios), y que no tiene perdón jamás (porque aunque quisiera otorgarlo la misericordia del Corazón de Dios, ellos no aceptan estar errados y tener que modificar conducta).

             Llevemos esto a muchos de los fallos repetitivos y constantes (mayores o menores) nuestros.  Y puede ayudarnos a barruntar por qué siempre nos confesamos de lo mismo.  Una parte será lo casi trivial, tan difícil de extirpar.  Pero hoy se están dando actitudes pecaminosas recalcitrantes, que llegan al confesionario y parecen tener arrepentimiento. Pero no se pone ni un solo medio para luchas, evitar o arrancar la causa que está produciendo ese efecto. ¿Realmente entran en Sacramento de perdón o se quedan en mera “confesión” que no entra nada en la causa, y no pone propósito drástico para intentar sinceramente el cambio?  Por ahí iría el tema de esa falla contra la Gracia de Dios…, la blasfemia contra el Espíritu Santo.

3 comentarios:

  1. Ana Ciudad2:50 p. m.

    Este pasaje del Evangelio nos sirve a muchos para hacer un minucioso examen de conciencia.
    Comencemos nosotros por ser justos en nuestros juicios,en nuestras palabras,sin permitir lo calumnia,la difamción,la maledicencia,por ningún motivo.
    Es un hecho que quién tiene deformada la vista ve deformado los objetos;y quién tiene enfermos los ojos del alma verá intenciones torcidas y oscuras,donde sólo hay deseos de servir a Dios o verá defectos que en realidad son propios.
    San Agustín decía"procurad adquirir las virtudes que creais que faltan en vuestros hermanos,y ya no veréis sus defectos porque no los tendréis vosotros.

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  2. José Andrés4:23 p. m.






    Para los que nos hemos dedicado a la enseñanza Santo Tomás de Aquino, cuya fiesta celebramos hoy, ha sido siempre un referente. Pero quizás no tanto por sus escritos espirituales sino por sus estudios de filosofía y teología, que profundiza como nadie hasta las más íntimas entrañas de la enseñanza que en ese momento tratara. Todo el mundo conoce las famosas cinco vías. Pero cuando hace unos años leí, tal día como hoy, en el Oficio de lectura de la Liturgia de las Horas una meditación sobre Cristo Crucificado me quedé impresionado. Tanto es así que siempre que me encuentro a los pies de una Cruz recuerdo las reflexiones de Santo Tomás en la que Cristo se muestra como modelo y guía de nuestra vida.
    Como a mí me ha hecho mucho bien, quiero compartirlo con los lectores del blog que no conozcan esta meditación.

    EN LA CRUZ HALLAMOS EL EJEMPLO DE TODAS LAS VIRTUDES
    ¿Era necesario que el Hijo de Dios padeciera por nosotros? Lo era, ciertamente, y por dos razones fáciles de deducir: la una, para remediar nuestros pecados; la otra, para darnos ejemplo de cómo hemos de obrar.

    Para remediar nuestros pecados, en efecto, porque en la pasión de Cristo encontramos el remedio contra todos los males que nos sobrevienen a causa del pecado.

    La segunda razón tiene también su importancia, ya que la pasión de Cristo basta para servir de guía y modelo a toda nuestra vida. Pues todo aquel que quiera llevar una vida perfecta no necesita hacer otra cosa que despreciar lo que Cristo despreció en la cruz y apetecer lo que Cristo apeteció. En la cruz hallamos el ejemplo de todas las virtudes.

    Si buscas un ejemplo de amor: Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos. Esto es lo que hizo Cristo en la cruz. Y por esto, si él entregó su vida por nosotros, no debemos considerar gravoso cualquier mal que tengamos que sufrir por él.

    Si buscas un ejemplo de paciencia, encontrarás el mejor de ellos en la cruz. Dos cosas son las que nos dan la medida de la paciencia: sufrir pacientemente grandes males, o sufrir, sin rehuirlos, unos males que podrían evitarse. Ahora bien, Cristo, en la cruz, sufrió grandes males y los soportó pacientemente, ya que en su pasión no profería amenazas; como cordero llevado al matadero, enmudecía y no abría la boca. Grande fue la paciencia de Cristo en la cruz: corramos también nosotros con firmeza y constancia la carrera para nosotros preparada. Llevemos los ojos fijos en Jesús, caudillo y consumador de la fe, quien, para ganar el gozo que se le ofrecía, sufrió con toda constancia la cruz, pasando por encima de su ignominia.

    Si buscas un ejemplo de humildad, mira al crucificado: él, que era Dios, quiso ser juzgado bajo el poder de Poncio Pilato y morir.

    Si buscas un ejemplo de obediencia, imita a aquel que se hizo obediente al Padre hasta la muerte: Como por la desobediencia de un solo hombre -es decir, de Adán- todos los demás quedaron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos quedarán constituidos justos.

    Si buscas un ejemplo de desprecio de las cosas terrenales, imita a aquel que es Rey de reyes y Señor de señores, en el cual están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia, desnudo en la cruz, burlado, escupido, flagelado, coronado de espinas, a quien, finalmente, dieron a beber hiel y vinagre.

    No te aficiones a los vestidos y riquezas, ya que se reparten mi ropa; ni a los honores, ya que él experimentó las burlas y azotes; ni a las dignidades, ya que, entretejiendo una corona de espinas, la pusieron sobre mi cabeza; ni a los placeres, ya que para mi sed me dieron vinagre.
    Santo Tomás de Aquino (Conferencia 6 sobre el Credo)

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  3. El punto 1864 del CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, enseña y yo entiendo, que la misericordia de Dios es infinita, pero es obligatorio el ARREPENTIMIENTO para obtener el perdón de los pecados. En la confesión, hay que tener muy claro, que no se perdona el pecado sin arrepentimiento, aunque digas los pecados. El catecismo enseña que eso PUEDE llevar a la condenación y por tanto a la perdición eterna.

    Ya el el Papa Pío XII había afirmado que «el pecado de nuestro siglo es la pérdida del sentido del pecado» y esta pérdida está acompañada por la «pérdida del sentido de Dios»

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