domingo, 20 de enero de 2013

Iglesia, Nueva Creación


ENTRADA EN LA VIDA PÚBLICA
          Pasada la celebración del bautismo de Jesús, tenemos unos domingos intermedios de los del tiempo ordinario, que nos ponen ante hechos de la Vida Pública de Jesús. Y juntamente, nos orientan hacia la vida de la Iglesia.
             Se abren las lecturas con un anhelo jubiloso de Isaías, que siente que no puede callar su gozo porque la presencia de Dios y su santidad llamean  como antorcha, y los pueblos tendrán un nombre nuevo pronunciado por la boca del Señor.  “Un nombre nuevo” es todo un proyecto de Dios, para hacer de esta Iglesia una corona para el Señor u una diadema regia que la Iglesia ofrece a Dios.  Y Dios encuentra con esta nueva humanidad un gozo tan fuerte como el que experimenta un esposo con sus esposa. Imagen bellísima para expresar el, proyecto de Dios con esta Iglesia que es como el comienzo de nueva era en la historia de la humanidad.
             El evangelio de San Juan lleva siempre mucho más sentido que el que aparece a primera vista. Hoy –un lector simple- se queda con la falta de vino de aquella boda, la intervención de María y el milagro de Jesús.  Y sin embargo San Juan está mucho más allá.  Si observamos, el evangelio de San Juan comienza con las mismas palabras con que se inicia la Biblia (el Génesis, la historia de la Creación).  San Juan concibe la llegada de Jesús como una creación nueva  Pero en aquella historia primitiva el pecado vino a destruir el proyecto de Dios. Y Dios rehízo un segundo plan con otra MUJER, q2ue traería a un DESCENDIENTE, el que dominaría a la serpiente infernal “aplastándole la cabeza”.  Cuando ahora San Juan saca aquí la acción de María, la presenta como LA NUEVA MUJER.  Jesús mismo no le dice: “Madre”, sin “Mujer”, porque San Juan está yéndose en su relato al valor de aquella Mujer que introduce al Descendiente.  Y aquí María, Mujer nueva en este nuevo período de la historia, es introductora de Jesús, en el que creen sus discípulos por aquel signo que trae un vino nuevo. Nuevo y mejor, hasta llamar a atención del mayordomo.
             No es tampoco un hecho más o menos llamativo, sino de enorme significado:  el vino viejo del antiguo testamento se ha acabado aquí. Tan totalmente acabado que ya no tienen vino.  No cabe siquiera “multiplicar” el vino viejo, porque ya no queda.  Ahora hay que empezar de cero…, del agua… (como aquellas aguas que regaban el Paraíso).  Y así, precisamente, como nueva creación, y creación mucho más perfecta, Jesús da un vino tan excelente que admira y extraña al mayordomo.  En realidad el vino nuevo es otra cosa… Representa esa novedad del propio Jesús, ese Nuevo Testamento, esa nueva era, en la que no cabe simple parcheo de lo anterior sino auténtica novedad: a vino nuevo, odres nuevos.
             Esta es el proyecto de Jesucristo sobre su Iglesia, el nuevo Pueblo de Dios. Este pueblo que ya no se construye desde los mandamientos que mandan o prohíben, sino desde las gracias particulares del Espíritu (los llamados carismas), que son esos múltiples impulsos de Dios para ir realizando el bien más amplio, desde el sentido nuevo de la relación con Dios, que no es tanto un precepto cuanto ese Espíritu de Dios que habita en nuestros corazones.  Y que es tan amplio que abarca toda la vida de la  Iglesia.
             Finalmente el vino nuevo de Caná, vino llamativo a los ojos de aquel mayordomo, se acaba haciendo mucho más llamativo cuando se encuentra uno con ese VINO DE LA SANGRE DE CRISTO, que es –finalmente- el que culmina la nueva creación que ha desarrollado San Juan en su lenguaje simbólico de esta narración.

             En lo que es una reflexión sobre esta descripción del evangelista, nos quedan como dos palabra de María, que nos deben ayudar: una, cuando María se acerque a cada uno de nosotros y nos ponga delante qué nos falta. “No tienen vino”, no es más que una carencia material.  Pero puede ser que María nos pudiera advertir de otras carencias más de fondo. Y que la mirada profunda de una madre nos diga –como quien nada dice-: No tienes…, debe suponer una base de revisión personal para adquirir eso que nos falta…, para tomarnos ese trabajo de acarrear “litros de agua”…, hasta dejar  a Jesús el camino abierto para transformar lo insípido que hay en mí en una novedad que llene mejor mi vida.
             La otra palabra de María: Haced lo que Él os diga”, es una síntesis de toda la vida cristiana: buscar hacer siempre lo que Él nos diga…, lo que agrada a Dios.

3 comentarios:

  1. Este pasaje del Evangelio de San Juan, que se proclama hoy, es para mi desde hace tan sólo unos años, un claro ejemplo de la poderosa intercesión de la Bienaventurada Virgen María, escuchada por el Hijo aún como si fuera "a destiempo".

    Eso me anima mucho a acudir a Nuestra Madre del Cielo, aunque lo que más me parece es que ella está pendiente de nuestras necesidades también, aún sin pedir nada, a semejanza de las Bodas de Caná, en virtud de los méritos y de la Mediación de Jesucristo. Quizás por esa razón, yo nunca he sido de pedirle mucho a la Virgen. Más bien, me quedo contemplando, y en esa contemplación obtengo la tranquilidad del que no está sólo y sabe que Dios nos ama.

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  2. Ana Ciudad2:03 p. m.

    "LLENAD DE AGUA LAS TINAJAS",nos dice el Señor.No dejemos que la rutina,la impaciencia,la pereza,dejen a medio realizar nuestros diarios.Lo nuestro es poca cosa;pero el Señor quire disponer de ello.Pudo realizar igual el milagro con las tinajas vacías,pero quiso que los hombres cooperaran con su esfuerzo y con los medios a su alcance.Luego Él hizo el milagro a petición de su Madre.
    San Juan subraya que se trataba de seis tinajas de piedra con una capacidad cien litros cada una,para poner de manifiesto,la abundancia del don,pues una de las señales de la llegada del Mesías era la abundancia.

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  3. José Andrés6:21 p. m.

    Quiero añadir un detalle a tan buenas ideas y reflexiones sobre el evangelio de hoy y es respecto al número de tinajas. Jesús transforma el agua de seis tinajas en vino nuevo. El símbolo numérico de imperfección es el seis (6 = 7-1). Ni siquiera llenas a rebosar las seis tinajas del sistema judío de purificación pueden satisfacer las necesidades de la boda, o sea no pueden proporcionar la salvación de la era mesiánica.

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