martes, 15 de enero de 2013

Trabajar en Nazaret


LA TERCERA LECCIÓN ES EL TRABAJO
Así lo decía Pablo VI.  Nazaret es una lección de TRABAJO.  De trabajo responsable, de trabajo bien hecho, de un trabajo como colaboración con el proyecto de Dios.
El trabajo diario, el de una familia que ocupa su tiempo en la labor que cada uno tiene que hacer. José, bien su carpintería (si es es el sentido normal de la interpretación del término original…; siempre se dio por válido), bien buscando trabajo en la Plaza, como honrado obrero que busca ser contratado para ganar su jornal diario.
María, en su labor doméstica, ese trabajo tantas veces peor valorado y menos apreciado, y sin embargo de tanta importancia en la vida de una familia. Una casa bien llevada, unas obligaciones familiares, una limpiea en condiciones, más los añadidos de ir por leña al campo, o por agua a la fuente del pueblo, o la atención a alguna persona ue requiere su ayuda. Y lo no menos importante y trascendental de la educación y cuidado del Niño, que donde mejor aprende y donde más persona se forma es bajo la atención de su madre, en esos años iniciales en que el niño es una esponja.
El Niño trabaja.  Trabaja jugando, que es el trabajo principal de un niño.  Juega –muchas veces , ayudando en la medida de su edad y en la pedagogía que sus padres utilizan con él.  Y como el mimetismo de un niño es tan importante, trabaja aprendiendo buenas formas, buenas maneras, buenos ejemplos.  Y no se puede dejar a un lado su trabajo en la escuela, porque Jesús acudiría a las escuelas que tenían montadas los rabinos. Porque Jesús no era un analfabeto. Es cierto que se le tildó por algunas gentes de no ser hombre de letras (es decir un Maestro como los rabinos), pero Jesus leyó en la Sinagoga cuando le presentaron un texto para explicarlo).
El trabajo de Nazaret es responsable. Ya por la propia cultura de ese Pueblo, no ni José ni María trabajan con prisas, con agobios. Cada cosa en su tiempo…, y el tiempo sin reloj.  Hacer lo que hay que hacer, y hacerlo como se debe hacer.  Y sin problemas de si una cosa tiene de posponerse para atender a otra más importante.  Por eso María estaba siempre disponible a la vecina que se presentaba a su puerta con alguna necesidad.
En José sólo había una limitación: cuando trabajaba por cuenta ajena y había que rendir el debido trabajo con un sentido sagrado del servicio, la justicia y el deber.
Todo eso era lo que le iba entrando a Jesús, como por ósmosis. Y lo que iba incorporando a su vida.  Y fue adolescente y empezó a colaborar en tareas que estaban a su alcance y que María y José le encomendaban. Y fue aprendiendo a hacer labores propias en la casa, en el taller de José…, eso que podía hacer sin riesgos, y en los que –por otra parte- la mano más experta de José le iba conduciendo.
Y todo, porque el trabajo ha de estar siempre bien hecho, bien acabado.  Jesús fue teniendo un sentido muy especial de lo que era el trabajo.  Codo con codo con jóvenes compañeros de sus salidas o trabajos, fue viendo la diferencia de trabajar a trabajar.  Aquí siempre recuerdo aquel cuentecillo que tuve en mis manos y que me impactó:  el transeúnte que se acerca a tres obreros de una misma construcción, y pregunta al primero qué hace.  Y responde mohíno: aquí estamos aperreados levando cemento, ladrillos…, todo el día  El otro trabajador, se pone erguido, se limpia el sudor y dice: aquí estoy ganándole el pan a mis hijos.  El tercero ni se seca el sudor. Mira con orgullo la obra que se está haciendo y responde: estamos construyendo una Catedral.   Esa es la diferencia substancial del sentido del trabajo y –evidentemente de la calidad del trabajo.
El que hace una catedral sabe que aquel trabajo merece la pena y pone sus cinco sentidos en hacerlo bien.  Y lo hará muy bien cuando exista además, como en Nazaret, otro estímulo de lo que se hace: cuando se tiene conciencia de que en esa labor se está completando la obra de Dios…, se están secundando los proyectos de Dios, que el trabajo no es el “castigo” que podía pensarse por el sudor de la frente…, sino el espacio hermoso que Dios mismos nos ha dejado –y encargado- para que vayamos adornando con las perlas de nuestro sudor esa diadema de Dios que es su propia Creación maravillosa.
Y Jesús lo ha mamado así en su casa, de sus padres…  Por tanto, por decirlo de manera gráfica, lo que había visto en Maria era que hasta en limpiar un suelo se esmeraba; que del taller de José no salía una silla coja...  Y eso lo llevaba Jesús es su misma sangre: lo que se hace, se hace bien hecho, como corresponde a quien trabaja con un ideal superior.  Otra anécdota recojo de la vida de san Ignacio de Loyola. Pasó por una pasillo donde un Hermano Coadjutor barría a toda prisa, y con esa prisa se dejaba pelusas a la espalda.  Ignacio, con su humor serio, se le acerca y le pregunta: Hermano: ¿por qué barre Vd.?  Y el Hermano, ante el Padre Ignacio eleva su expresión y le dice: “Paternidad: yo barro por Dios”  Ignacio finge una especial seriedad y le responde. Pues entonces tengo que darle una penitencia…  Porque si lo hiciera por mero barrer, podría dejarse atrás esas pelusas.  Pero siendo por Dios, no puede permitirse dejarlas atrás.  Éste es el secreto en Jesus, en María, en José.
Por eso Nazaret es una escuela que enseña a trabajar bien, a trabajar responsablemente, a dar sentido al trabajo y a sentir en el trabajo el sano orgullo de estar ”construyendo la gran catedral de Dios”

1 comentario:

  1. Ana Ciudad2:41 p. m.

    Con el trabajo habitual tenemos que ganarnos el Cielo.Para eso debemos tratar de imitar a Jesús,quien dió al trabajo una dignidad sobreeminente,trabajando con sus propias manos.
    Para santificar nuestras tareas hemos de tener presente,que todo trabajo debe ser realizado con la mayor perfección posible,porque hecho así,por humilde e insignificante que sea se eleva el trabajo al orden de la gracia,se santifica,y se convierte en obra de Dios.

    ResponderEliminar

¡GRACIAS POR COMENTAR!