miércoles, 30 de enero de 2013

Por algún punto se empieza


El nuevo plazo
          Lo primero que Jesús ha hecho al salir a su vida pública ha sido anunciar el final de un plazo y el comienzo de otro. Otro al que no se accede subiendo solamente un escalón, sino dándose la vuelta de 180 grados y emprendiendo la nueva dirección: la del reino de Dios que ya está cerca…, tan cerca que Él lo trae y Él ya está allí.  No será seguir con lo que había, sino entrar en los interiores de la persona y desde ahí entrar en una nueva dimensión de la relación del hombre con Dios.
             Por eso va caminando por la playa y parecería que curiosea los trabajos de los pescadores que remiendan sus redes antes de volver a la faena, pero en realidad va con su plan nuevo en el alma. Vio seguramente a muchos pescadores que realizaban los mismos preparativos…  Y vio también a Simón y a su hermano Andrés que estaban echando la red en el mar.  Se detuvo y los miró…  Y se dirigió a ellos personalmente y los llamó: Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.
             Poco podían comprender aquellos pescadores de lo que les hablaba Jesús. Pero sí les había ganado –casi instintivamente- aquel personaje que se dirigía a ellos y los llamaba de aquella manera tan personal: Venid conmigo.  No aportaba ningún título para hacerle aquella llamada a ir con Él, y sin embargo les atraía ya aquella invitación tan personal. Les añadía algo que para ellos no era muy comprensible: lo de pescar hombres. Pero tampoco aquello les suponía más motivo.  Lo verdaderamente atrayente era el personaje mismo y la manera de dirigirse a ellos.  No esperaron más; no dijeron que en un momento estaban con Él, pero que iban a recoger las redes o a encargarles a otros…  Dejaron todo como estaba y en el punto que estaba, y al punto, dejadas las redes, lo siguieron.  Esto es el “nuevo plazo”.  Éste es el cambio esencial. Así es como Jesús está queriendo.
             Y se repite la escena unos metros más adelante con otros dos hermanos, Juan y Santiago. Ellos no estaban con las redes en el mar sino recomponiéndolas, junto a su padre y  unos jornaleros.  Y Jesús repite el estilo de llamada, que incluso es más escueta: Los llamó. No hubo más explicación. Quizás la explicación era sencillamente que Andrés y Simón ya iban a su lado…  Y Juan y Santiago dejan todo en el punto que estaba, dejan a su padre y a los otros compañeros de trabajo, y se van tras de Jesús. No saben adónde.  Lo que les consta es que Jesús los ha llamado.
             Todo esto es esa novedad, “nuevo plazo”, reino de Dios que está llegando.  Por dónde saldrá todo eso no lo saben. No han preguntado. Se han fiado. Ha sido la Persona de Jesús la que ha ejercido esa fuera de imán sobre ellos. Y lo que venga detrás, ya irá viéndose. Pero lo primero era ese paso incondicional de ir tras Él.
            
             Todo esto debe ser muy significativo para nosotros, para nuestro mundo, tan centrado en la “utilidad”, en el “para qué sirve”, en la búsqueda de seguridades, o en la religión de “hacer”, casi como una fiebre de eficacias que tienen que verse a la mano.  Frente a eso, la llamada de Jesús es llamada en pura fe, en pura confianza, en ir a fondo perdido, a sólo mirarlo a Él, a no buscar “utilidades”.
             Lo que sí está implicando es salir de sí, dejarse a sí, aceptar el paso misterioso de “perder”, por la plena seguridad que da la Persona de Jesús por sí misma.  Seguro que no perderemos. Pero no podemos empezar por querer tener asegurada la salida de emergencia, sino tener psicología de barrenar las naves, porque el que llama es fiel y eso basta.
             Ahora nosotros tenemos que hacer inventario de nuestras “redes”, de nuestras “barcas”, de nuestras “pescas”, de nuestros medios de seguridad… Nuestras “costumbres”, nuestro “siempre se ha hecho así”, nuestro “agarradero” a nuestra propias seguridades espirituales, a nuestras particulares formas de vivir y expresar nuestra fe, del aferramiento a lo que hicimos antes.  Pude ser que muchas cosas estén en orden y que deben seguir siendo. Pero habrá que plantear si no se nos pedirán modos nuevos y actitudes dispuestas a dejar redes y barcas muy nuestras pero que no nos dejan despegarnos para irnos a lo que es el seguimiento de Jesús a fondo perdido.
             Lo del vino nuevo que requiere odres nuevos, que tiene que tener traducciones mucho más reales y a veces drásticas.  Porque lo que es evidente es que vivimos aferrados como lapas a “posesiones” personales. Y no hablo de posesiones materiales.  Hablo del instintivo apego a aquello que se nos ha encargado antes, a personas que intentamos poseer como “nuestras”, a “derechos” que damos por adquiridos y que nos pertenecen y que nos tienen mucho más atados de lo que creemos.  Y que pensamos que en nosotros es celo por la gloria de Dios y servicios que prestamos…, pero que en el fondo acaban constituyendo lo mío.  Y eso lleva detrás los celos, los disgustos interiores, las comparaciones y envidias, el malestar, el creerse injustamente tratados, el resabio…, y mil maneras más que no dicen nada con estos planteamientos evangélicos con lo que Cristo marca la pauta en este “nuevo plazo”.
             No es fácil entrar en un examen de este tipo, porque se nos entrecruzan muchos prejuicios, y siempre tenemos una justificación de apariencia espiritual.  Pero mirando a Andrés y Simón, a Santiago y Juan, caminando sin aparente rumbo determinado…, pero apegados sólo a Jesús que los ha llamado, ya podremos tener una pista de por dónde van las cosas.

2 comentarios:

  1. Repetir hoy un comentario que hice ayer (ampliado), porque me viene al pelo.

    Quedarse en el mismo lugar (no necesariamente físico), en la misma posición, en la misma actitud, el no cambiar nada de uno mismo, es aburrido y hace la vida del cristiano muy "sosa".

    Además que si somos sosos, los que esperan para entrar, no entraran, y los que esperan para permanecer, posiblemente saldrán.

    El que sigue a Cristo, debe optar por abrazar la novedad del Evangelio.

    Sólo un problema a resolver. Se trata de sal. Esa no afecta al colesterol.

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  2. Ana Ciudad4:52 p. m.

    Hermosa parábola del sembrador!Cuánta sabiduria encierra¡.No hay terrenos demasiados duros o baldíos para Dios.
    Vivamos la alegría de la siembra,cada uno según su posibilidad.Todos los que siembran y los que siegan,los que plantan y los que riegan,han de ser necesariamente una sola cosa a fin de que buscando el mismo fin dediquen sus esfuerzos a la edificación de la Iglesia.

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