sábado, 26 de enero de 2013

Comienzo y...


PASAR EL UMBRAL
          Cuando esta mañana me he puesto a pensar sobre la meditación que pudiera darme –y daros- una sugerencia para orar, me encontré con que había “comenzado el evangelio de Jesucristo, hijo de Dios”.  Y lo que comienza es para seguir.  Claro: un comienzo tiene su aventura y su riesgo. La aventura es siempre atrayente por lo que tiene de desconocido y el deseo innato que llevamos a conocer lo que hay “detrás”.  Es el gusanillo que embarga siempre aquello que no se conoce.  Por supuesto que abrir esa puerta del “comienzo” entraña simultáneamente un riesgo, porque puede uno encontrarse con lo que no quisiera.
             San Marcos nos hace una entrada menos atrayente de lo que prometía ese primer título. Porque comenzar el evangelio de Jesucristo nos atrae por sí mismo: vamos a abrir la puerta y nos vamos a encontrar un jardín donde hay unos pasillos con flores y enredaderas perfumadas por la Persona de Jesucristo… Vamos a abrir la puerta y nos vamos a pasmar ante la belleza de un Versalles que nos embriaga con sus aromas.  A Jesucristo nos lo queremos encontrar así, todo dulzuras y frases bellas, que nos resulta delicioso meditar y encontrarnos ya en un cielo (postizo) mientras oramos.
             Pero el evangelista nos ha metido por un primer pasadizo en que aún no aparece el tal jardín. Por el contrario lo que pone delante es mucho más prosaico.  Lo primero es el mensajero.  Y el tal mensajero viene ahora a decirnos que “hay que aparejar el camino”, que no estamos ante un jardín sino ante un desierto, y que la voz que resuena en el desierto está pidiendo preparar los caminos, rectificar las sendas.  No había acceso directo al jardín sino que había que poner primero los caminos de entrada… Que el “comienzo” no empieza por Jesucristo todavía, sino por la preparación del camino para que pueda entrar Jesucristo.  Porque aquel mundo al que viene Jesus tiene confundidos los términos, y primero hay que poner orden en ese “comienzo”.
             Y habla San Marcos de aquel pueblo de Dios. Pero no ha escrito el evangelista una historia que se va a cerrar en un momento histórico. Escribe con un mundo por delante, con un sentido amplio, universal, profético. Y pronto se toparía Marcos en nuestra realidad presente, en la que todos queremos disfrutar; todos queremos hacer de la fe nuestra ventaja…, de la religión nuestra tranquilidad, del evangelio nuestra dulzura. Y ahora volvería San Marcos a esa advertencia: es que hay que preparar el camino, hay que enderezar, hay que desbrozar.  El jardín está ahí, ciertamente, pero acceder al jardín requiere una preparación previa. Y la voz que clama en el desierto está advirtiendo la necesidad de penitencia.
             Por eso Juan Bautista comienza por ahí. HAY QUE CAMBIAR. Hay que “bautizarse” con un bautismo que sea símbolo de una mirada profunda interior, porque precisamente en e interior de cada uno hay muchas imperfecciones que reconocer…, muchos polvos pegados a los pies…  Y porque ahí donde se vive en el conjunto de otras personas, no vive la persona a solas sino en dependencia.  Y eso acarrea aspectos a remirar, a no dar por saldados. ¿Pero es que no vamos ya a adentrarnos en el jardín?  Pues no.  Vamos primero a pasar por las aguas del “bautismo de penitencia”· y vamos a confesar los pecados.  Estamos allanando esos paseos de entrada al EVANGELIO, para que no vayamos a caer en el error garrafal de un pueblo que pretendió tener el reino de Dios…, pero “a su manera”…, según su idea.
             Cuando hoy se repite –pegue o no peque- la expresión: nueva evangelización, ¡que pocos nos estamos adentrando personalmente la llamada a esa nueva evangelización, que no está en más predicar, ni en envolver más bonito el mensaje, ni en llevarlo a más gentes. Lo grueso del problema de nuestra Iglesia actual y de nosotros –que somos los que hacemos Iglesia- es que andamos pensando siempre lo que necesita evangelizarse el otro. Y nos quedamos mirando desde nuestros pensamientos y actitudes antievangélicas internas, sin hincar el diente en nuestra propia realidad personal, tan llena de sordinas y rodeos para intentar “comenzar otro evangelio”…  Porque el de Jesucristo se nos queda aún como novela de aventuras deliciosas en las que nos gozamos “meditando”.
             Confesaban sus pecados aquellas gentes.  Luego llegó Jesucristo (que aún no aparece como el luminoso jardín que deseamos), sino metido en la fila penitencial e una humanidad, queriendo estar tan en medio que ahora entre en el agua y sea bautizado él con aquel símbolo…  Lo que no se dieron cuenta los demás es que iba recogiendo pecados de todos en su red barredera, y que de aquellas aguas de penitencia estaba tejiendo un madero de cruz que tuviera la consistencia de aguantar su propio cuerpo y el cargamento de aquella red de todos los pecados que el mundo necesita confesar y depositar, en actitud penitencial –con decisión de cambio- para poder pasar al primer parterre de aquel jardín soñado.
             Fue Dios quien reveló ese secreto cuando salía Jesús del agua y la voz se oyó mostrando y advirtiendo: Este es mi Hijo amado –Mesías Salvador-; ESCUCHADLE.  Lo que en labios de María está muy llanamente traducido: “haced lo que Él os diga”.

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