jueves, 3 de enero de 2013

EL NOMBRE


NOMBRE DE JESÚS
Un día expresamente dedicado al NOMBRE DE JESÚS desapareció con la reforma litúrgica.  Pero hace unos tres años se ha recuperado esa memoria litúrgica, y se ha situado en el 3 de enero (sin quedar en días movibles como antiguamente). Queda en rango de “memoria libre”, lo que significa que puede seguirse esa reseña del calendario litúrgico, pero no obligatoriamente.

Lo que sí me hace a mí casi obligatorio es la reflexión personal que se me viene repetitivamente al pensamiento:  ¿Cuál es mi nombre?  ¿Cuál es tu nombre? 
A Jesús le pusieron su nombre, tal como el ángel lo había nombrado antes de su nacimiento.  Para un hebreo el nombre es algo sagrado y definitorio cuando viene designado por Dios.  “Jesús” significa Salvador, porque Jesús venía a salvar al mundo de sus pecados.  Es decir, el nombre designa la misión-
“Mi nombre”, si me quedo en el de pila, no es más que el que me pusieron mis padres.  Pero mi vida tiene otro nombre cuando me pongo ante el Señor y trato de buscar por qué nombre me conoce Dios (“el Buen Pastor conoce a cada oveja por su nombre”).  Y ese nombre se va definiendo en el día a día…, en el hacer según los planes de Dios sobre mí.  Estamos, pues, hablando de personas de oración, de aquellos que son capaces de ponerse ante Dios y tratar de escuchar por qué caminos Dios me va llevando. Y bien patente es que eso no se resuelve en un rato, ni en un año, ni de una vez… Por decirlo así es que un nombre no se concluye tan fácilmente…, no tenemos de pronto, ni fácilmente todas las letras a la vez como para poder determinar mi nombre.  Es más: la vida va cambiando, los caminos de cada uno se van encontrando en constantes cruces, y todo eso supone una permanente actitud de pregunta a Dios, de escucha de Dios, de tener que cambiar el paso, de momentos de perplejidad y duda, de vericuetos difíciles. El Nombre se va haciendo… No está nunca concluido mientras vivimos, si bien es verdad que los trazos fuertes se van delimitando cada vez más.  La vida, las realizaciones, la mayor claridad que nos dejan los acontecimientos que se van viviendo, dejan ya fijados los rasgos esenciales de ese Nombre.
Esto es lo apasionante de la oración sincera, de la vida que busca realizarse como algo integral. Esta apertura del alma para ir escuchando…, para saber interiorizar, para saber que Dios es protagonista en mi vida (y al serlo, me va haciendo mucho más persona, más maduro, más reflexivo, más honrado para no dejarme llevar por lo primero que se me ocurra…), y con ese protagonismo de Dios yo voy más acorde con esa vocación bautismal, por la que fui consagrado para ser un cristiano que vive la fe de Cristo, el estilo de Cristo…, y así se va haciendo –en frase de San Pablo- “de la forma de Cristo”. [“Conforme a su imagen”]
Por eso, con gran devoción de mi alma, llego siempre a este recuerdo del NOMBRE DE JESÚS con gran gozo y con esa llamada interna que me reclama para seguir buscando esas “últimas letras” de “mi nombre”.  Cada cual puede ya saber las primeras…, las de en medio…, según su vida esté más o menos definida en la dirección de Dios…, según se está en línea con una búsqueda sincera, y hasta con esa valentía que se necesita para dudar de sí (en el sentido de que nada puedo dar por definitivo, mientras vivo, porque Dios sigue teniendo la última palabra).  ¡Eso es lo apasionante!  ¡Ese es el tesoro grande de mi amanecer de cada día, de mi vivir, de mis decisiones, de mis posturas internas, de la necesidad urgente de abandonar caminos trillados y aceptar que hay que saber volver grupas y volver  empezar…, y empezar con la misma ilusión –inmensa ilusión- de que Dios está ahí en mi vida, y sé que me conduce por cañadas oscuras, pero su vara y su cayado me sostienen.  ¿Cuál será mi última letra?  Esa es la que se dará con el final de mi vida.  O como dijo un autor: el momento de poner el AMÉN a aquel día que fui bautizado, pero no se pronunció la palabra última. Entonces se abrió mi vida.  Se cerrará en el momento de entrada en el último descanso.  Y lo que ilusiono es que ese sea con mi Nombre bien redondeado, al modo de Dios, habiendo colmado .siquiera suficientemente- el sueño que Dios tuvo sobre mí el día que me puso en la existencia.

2 comentarios:

  1. José Antonio10:28 a. m.

    Su reflexión me trae a la mente aquello de "... mis planes no son vuestros planes, mis caminos no son vuestros caminos...". Es cierto que el Señor se sirve de todo y, a veces de forma imperceptible nos va guiando por derroteros insospechados por nosotros mismos. El despojarnos de nuestro ego, un bien entendido dejarnos llevar por El (que no ha de ser pasividad ni actitud de brazos cruzados para que todo lo haga Dios), en definitiva, el hacer camino de la mano del Señor es lo que ha de dar sentido a nuestra vida, sea en las circunstacias que sea.

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  2. Ana Ciudad12:49 p. m.

    En la vida corriente el llamar a una persona por su nombre indica familiaridad amistad.Si a un amigo lo llamamos por su nombre,¿Cómo no vamos a llamar a nuestro mejor AMIGO por el suyo?.El se llama JESÚS.Dios mismo fijó su nombre por medio del Angel.Con el nombre queda señalada su mision:SALVADOR.
    !con cuánto respeto y con cuanta confianza hemos de repetirlo¡.
    "Que tu nombre,oh Jesús esté siempre en el fondo de mi corazón y al alcance de mis manos,a fin de que todos mis afectos y todas mis acciones vayan dirigidas a Ti.

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