miércoles, 17 de octubre de 2012

Un gran Santo de la Iglesia


SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA
          Celebra la Iglesia a uno de los santos distintivos de esa rica historia de héroes que la Iglesia ha dado y sigue dando; unos, que están venerados en los altares, bien como ejemplos de la fidelidad de la vida diaria, bien como mártires que dieron su sangre por el amor desbordante hacia su Señor Jesucristo.  Que por supuesto no es una lista que se ha cerrado ni se cerrará, porque la Iglesia está llena de santos anónimos todavía, pero cuya vida ejemplar, sacrificada, anónima, callada…, o en la lucha de frontera de un mundo perdido en el egoísmo y la borrachera de la materia, son santos de cuerpo entero que, de una u otra manera, también son triturados por los dientes de las fueras, como expresaba San Ignacio de Antioquía en su deseo incoercible de ser trigo de Cristo.

             En las lecturas de este miércoles tenemos casi la conclusión de toda la carta de San Pablo a los gálatas. Quedará la guinda final en la que la afirmación suprema se reduce a pocas palabras, que no se van a recoger en la lectura de la Misa: En cuanto a mí, jamás me gloríe en otra cosa, sino en la cruz e nuestro Señor Jesucristo, por el cual es mundo es un desgraciado para mí, y yo soy un desgraciado para el mundo.  Serán dos realidades imposibles de compaginar nunca. Porque o conmigo o contra Mí, que dijo Jesús.  Y la posición del mundo es abiertamente contra Cristo, como Cristo está frontalmente opuesto a esos principios y métodos mundanos que contradicen totalmente al Evangelio.
             Entonces es comprensible lo que hoy hemos tenido como materia de la 1ª lectura.  La “Ley” se contrapone a LA FE; la letra, al espíritu; el que está satisfecho de lo que es y tiene, con la llamada siempre a más que Cristo pone por delante.
             En consecuencia Pablo nos lleva a un impresionante análisis (que sólo podrá captar quien dedique su oración a ahondar más y más en esas palabras de Pablo): a lo que lleva le ley, el mandato, lo forzado de hacer…, es a la trampa de saltarse la ley, al subterfugio constante para escurrir el hombro, a la ley de mínimos con que tantas veces nos quedamos y a la que – desgraciadamente- aspiramos. El Apóstol describe las consecuencias inmediatas: el ser humano se va a los instintos, y cae en la fornicación, la impureza, el libertinaje.  Cuando no hay más que “leyes” y no hay un motor más alto, la ley no servirá para impedir ni para mandar.  Se desliza uno por la pendiente fácil de lo placentero, y no hay ni capacidad para ver que hay realidades mucho más altas y que llenan mucho más.
             De esta bajeza del “humano-reptil” viene la búsqueda de sucedáneos (con la necesidad de suplir ese espacio superior del que se carece. Y cae de su peso la idolatría, la hechicería…, las enemistades, las contiendas, los robos, las envidias…  El “humano-reptil” se ahoga y busca “dioses”. Y el dios más inmediato con el que se topa y al que adora es el YO MISMO. Y vine así la peor idolatría, la más difícil de combatir. La “adoración del YO”, de la “única verdad” que es propia…,, con anulación de todas las verdades que haya alrededor…; el culto a “lo propio” y a lo que “sale de sus manos”…, hacen al “hombre-ídolo”, con todos esos matices que buscan divinidades en la hechicería o el esoterismo de cualquier clase…  Es todo un salirse del ámbito “reptil” pero sin elevarse a la Verdad superior… Es quedarse en esa “verdad mía” que hasta “construye dioses” a mi modo y medida. 
Y no se pierda de vista que San Pablo va aterrizando el los “pcados-reptiles” de la enemistad, las contiendas, los celos, los rencores, las rivalidades y las envidias.  Que aquí ya se nos pueden poner las orejas pinas porque ya no estamos hablando de cosas esotéricas, lejanas, excepcionales.  Aquí estamos encontrándonos con la diana más inmediata, en donde cualquiera de nosotros tiene que entrar dentro de sí y hacer análisis muy sinceros.  Porque si eso no se trabaja decididamente, nos estamos creando  también nuestros “ídolos” disimulados…,  de la soberbia espiritual que tan mundana es que da frutos mucho peores que el pecado del mundo que ha enumerado San Pablo.  Que sigan a eso la parte brutal de la borrachera, la orgía…, nada puede extrañar. El hombre “de la ley”, al que sólo le llegan mandatos o prohibiciones, se salta a piola todo eso bajo mil razones de su conveniencia.
De ahí que la contraposición radical este en el ser de la fe, el del Espíritu para el que la única Ley es Cristo, y la única expresión de respuesta, el AMOR.  En el amor, la alegría, la paz, la comprensión, la servicialidad, la bondad, la lealtad, la amabilidad, el dominio de sí.   Hay poco que añadir, evidentemente. Esa es la piedra de toque.  Lo que coincidamos con cada una de esas características, eso nos hace unidos a Dios, y eso nos da un felicidad de un orden muy superior. En lo que no coincidamos, hemos de ponernos objetivo muy serio de buscar, tender, intentar, trabajar… Si vivimos por el espíritu marcharemos tras el espíritu.
El revés de la moneda, los fariseos a los que se dirige Jesús en el Evangelio de hoy: hombres falsos que se quedan en las minucias del diezmo de la menta, el enebro y el comino, pero la rectitud y el amos a Dios lo tienen de lado. Aparentan, se contentan… , pero están a años luz.  Buscarán asientos de honor…, alabanzas y reconocimientos… vacíos, pero en el fondo quedan como sepulcros sin señal, que la gente pasa por encima de ellos sin advertirlos siquiera.
HOY,O SE REFLEXIONA A FONDO O QUEDA EN AGUA DE BORRAJAS.

1 comentario:

  1. Ana Ciudad1:48 p. m.

    ICONOGRAFÍA:San Ignacio de Antioquía,está representado con barba y con vestiduras episcopales de la Iglesia griega y su atributos son dos leones,uno a cada lado,pero no recostados a sus pies,sino que se le ve cómo se arrojan sobre él,le muerden y lo derriban.

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