miércoles, 3 de octubre de 2012

Sobre todas las cosas...


TÚ, SÍGUEME
          En la “Guerra de las Galias”, la famosa obra latina a la que nos enfrentamos en un tiempo los estudiantes, se habla de “grandes parasangas” para expresar pasos muy  rápido o caminatas muy largas. En l liturgia, estamos en “grandes parasangas” en el libro de Job. Ayer estábamos en el capítulo 3 y hoy salta la lectura al 9.  Ha omitido toda la conversación y casi diatriba de los amigos de Job –disquisiciones del autor sobre el por qué del sufrimiento de Job- y el momento en que el propio Job declara su inocencia y que, si sufre, no es porque él haya hecho algo contra Dios.  Hoy se ha retomado ya su humilde reconocimiento de que, en realidad, él no es nadie;  que Dios lo es todo; que Dios sabe lo que hace y por lo que deja que sucedan los hechos, y que lo absurdo del hombre sería citar a juicio a Dios.  Dios es siempre mayor, y a esa realidad debe someterse el ser humano, con reconocimiento gozoso.
             El Evangelio es una forma muy expresiva de esa realidad. Estamos ante Jesús, el Ungido del Señor, el Mesías, el Dios entre nosotros.  Pasó por medio de su pueblo con toda la cercanía del hombre igual a los hombres en todo, menos en el pecado, y –a la vez- el que viene a establecer de parte de Dios un nuevo Reino en el que Dios es el Rey y Amor soberano.  Por eso Jesús quiere hacer su obra junto a otros hombres y mujeres, pero Él es quien va delante…, pero no delante con superioridades que apabullan sino desde esa humilde realidad del Hijo del hombre que no tiene donde reclinar su cabeza.  Cuando aquel entusiasta se viene a ofrecer a Jesús para seguirlo, Jesús le pone delante honradamente en qué condiciones vive Él.  O cuando también otro viene a ofrecerse a seguir dondequiera que vayas, PERO poniendo ese individuo la primera condición, Jesús le advierte que si pone la mano en el arado es para ir hacia adelante; y que quien mira atrás como queriendo asegurar algo propio de antemano, no sirve para el Reino de Dios.  Si viene, viene sin condiciones previas. [Esto es lo realmente difícil de tragar cuando nos hemos creado un cristianismo “a la medida”…, cuando queremos un dios que es un tanto pelele en las manos del presunto creyente.  Y esto es lo que no tenemos más remedio que plantearnos. Y no para tirar piedras ni contra nuestro tejado ni contra el ajeno, sino como honradez en nuestro caminar tras Jesús].
             El hecho más llamativo fue aquel otro al que Jesús llamó directa y expresamente con su profundo sígueme, el que habían escuchado y al que habían respondido sin más aquellos apóstoles de Jesús.  Y el que es llamado y que estaría dispuesto a seguir, presenta una traba “legal” para decir su . Es que ha quedado al cargo de su padre, porque sus hermanos ya se han casado.  Y a él le toca estarse con él hasta su muerte.
             Y Jesús aplica el baremo de prioridades que estaban claramente establecidas:  A Dios se ama CON TODO EL CORAZÓN, CON TODA EL ALMA, CON TODAS LAS FUERZAS, CON TODO EL SER.  Y quien pone por delante a su padre, a su madre, a sus hermanos, a sus cosas, no puede ir con Jesús. Eso ya estaba dicho.  Y son dos formas paralelas de decir una única verdad. Por tanto, queda la elección en manos de ese hombre que es llamado expresamente por Jesús.  Está la pelota en su tejado.

             Ni que decir tiene que estas cosas se pueden LEER, admirar, “meditar”…, y quedarse uno sentado en su sillón, con “las suyas”, con “sus razones”, con “sus propias interpretaciones”…, enjuiciando a ese tal que no sabemos qué decidió.   Pero donde se ha puesto la llamada de Jesús, no hay otra respuesta que salir adelante.  Y van a quedar atrás muchas cosas, muchos propios pensamientos y formas personales. Pero no hay término medio.  Y ¡ese es el pecado contra la fe: que creemos pero no procedemos acordes con lo que decimos creer!   Claro que esto es examen de conciencia personal de cada uno.  Porque si nos metemos a oficio de trinchantes (que decía un famoso autor para expresar “lo bien que le viene a otro aplicarse esa lección”), ese es el oficio más fácil y más ramplón que podemos ejercer. Cada uno hemos de entrar en ese rincón hondo de nuestra alma y cada uno buscar ahí la respuesta a la que le mueve el Espíritu.  Y cada uno confesará su propio pecado (si lo tuvo) y a cada cual le corresponde volver a empezar desde la auténtica actitud de creyente en Jesucristo.  Pero será siempre desde esa llamada personal a la que Jesús llega a cada uno, y desde una conciencia sincera que no echa velos de tul para no ver claro.  Todo un ejercicio de lucidez cristiana y de corazón abierto a Cristo y a Dios.

4 comentarios:


  1. De mis razones muy puestas en justicia
    me libre Dios .

    ResponderEliminar
  2. Anónimo10:13 a. m.



    Hasta los títulos hablan por si solos .

    ResponderEliminar
  3. Ana María8:26 p. m.

    "Y EL HIJO DEL HOMBRE NO TIENE DONDE RECLINAR SU CABEZA"...Me siento incapaz de hacer un comentario a estas palabras de Jesús. Prefiero quedarme a sus pies en silencio...(como María de Betania) en oración, "escuchando" su voz... contemplándolo... y tratando que mi corazón se abra a sus PALABRS.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Anónimo9:37 a. m.

      Eso. Sentada y en silencio. Es un buen plan.

      Atentamente.
      Javier

      Eliminar

¡GRACIAS POR COMENTAR!