lunes, 6 de agosto de 2012

Transfigúranos, Señor...


SE TRANSFIGURÓ ANTE ELLOS
             Hoy es fiesta litúrgica. Hoy se deja la lectura continua por el mayor rango que tiene la fiesta.  Estamos ante un hecho importantísimo en la vida de Jesús. La transfiguración se lee en Cuaresma por la necesidad de dar a ese período un matiz de gozo, de esperanza, y no el de sola  conversión, y mucho menos el de mera penitencia del pecado personal. En ese contexto, este hecho de la vida de Jesús viene a decir: vivimos una urgencia de abnegación de sí y muerte del pecado, pero todo nos conduce a la Luz Pascual…, a la luz deslumbrante de la Resurrección.  Hemos de controlar nuestra criatura vieja pero es mirando a que la Luz de Cristo nos lleva ya la criatura nueva que se va haciendo en santidad.
             Podemos decir –salvando la misma realidad evangélica- que lo que hoy se quiere insistir es en el carácter festivo de este hecho maravilloso;  en la manifestación que Jesús hizo en vida de su misma divinidad (aunque fuera en un solo destello breve, y que siempre que miremos a Jesús, aunque sea en medio de la sangre de su Pasión, la fe nos lleva a poder descubrir la Luz diáfana y humanamente imposible, de ese Jesús de rostro y vestidos resplandecientes, como no se podría lograr bajo ningún arte humano.  Más aún: Dios mismo, el Padre del Cielo, testifica que ese Jesús es su Hijo amado, a quien hay que escuchar.
             La pedagogía litúrgica va poniendo matices importantes: ya desde el Antiguo Testamento –siempre un peldaño que conduce a la mejor comprensión y concreción del Nuevo-, nos presenta una visión de Daniel en la que el Anciano (=el más grande, el Altísimo) tiene un vestido blanco como nieve, y todo su porte y lo que le rodea es llamativo, grandioso. “Un hombre avanzó hacia Él entre las nueves del Cielo y llegó a su presencia, y se le dio poder, honor y reino”.  No se nos pase que era “un hombre”…, que puede llegar hasta el trono de  Dios, y al que se le da el poder, el honor y el Reino.  Ese es precisamente Jesús, anunciado ya desde antiguo.
             La Lectura de la carta 2ª de san Pedro, testigo ocular de aquella maravilla indescriptible, confirma que esa honra y gloria la recibió Jesús, con aquella voz llegada del Cielo en el Tabor.  Esa voz la oímos nosotros en la montaña sagrada…, y hacéis muy bien en prestarle atención, como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta el día que ese lucero luzca en vuestros corazones.
             San Pedro puede hablar ya ahora de este suceso indescriptible porque Jesús ya ha resucitado de entre los muertos, y fue una condición que Jesús les puso a sus tres discípulos cuando bajaban de la montaña. Y dice el Evangelio que esa condición se les quedó grabada, aunque ellos –siempre sordos a lo que Jesús quería enseñarles sobre su Pasión y su muerte-, se quedaron discutiendo lo que tal afirmación querría decir.

             La historia de siempre:  todos querríamos hacer tres tiendas cuando  lo que tenemos delante es tan bello y lindo como aquellos brillos luminosos y blanquísimos de Jesús.  Hasta ahí, todos entendemos el Evangelio.  Pero si Jesús habla de su resurrección de entre los muertos ya “no se entiende lo que quiere decir”.  Si por “los buenos” fuera, lo mejor sería no hablar ni de Pasión, ni de sufrimiento, ni de calvario.  Como aquel amigo que un día me dijo que no hablara yo en delante de “sacrificio”…  Y le respondí que entonces arrancara todas las hojas del Evangelio.  Y le añadí:  y si un día te deja tu novia, o el día que muera tu madre, o que te menosprecien en tu labor social tan meritoria que llevas..., ¿yo puedo seguir con el esparadrapo en la boda sin mentar esa palabra: sacrificio…,  pero tú me dirás lo que será para ti…, y cómo podrás reaccionar en esos supuestos. Mucho sentí más tarde, haber acertado en las tres cosas.  Lo que no tuve fue la ocasión de preguntarle si me quitaba ya el esparadrapo.
             En el  Oficio de Laudes hoy rezamos un Himno que repite varias veces: “Transfigúrame, Señor, transfigúrame” porque es mi vida HOY la que necesita transfigurarse, transformarse. Pero no sólo a mí; también a los otros –dice el himno- con cataratas en los ojos y por eso no te ven. Transfigúralos…  Para acabar en un plural: Transfigúranos, Señor, transfigúranos por el mal que nos envuelve, por la vieja figura que deja en cada uno el mal…  O el mundo se transfigura y nosotros vamos en primera fila, o este mundo se droga con querer quedarse en lo lindo” de su opio, porque “se está muy bien así”.  Pero este mundo se puede morir drogado, insensible, infantilizado en su hedonismo,si no hay una transformación que vuelva blancos los vestidos sucios y ajados con los que se ha recubierto…, cuando no son ya harapos de la vida, en la que no hay ni luz que ilumine, ni Palabra de Dios que se oiga, ni querer enterarse de que hay una muerte y que sólo después de ella –cuando se ha vivido dignamente- hay una resurrección de vida.

2 comentarios:

  1. Anónimo3:29 p. m.

    Este mundo va hacia el abismo, pero la esperanza está intacta para el que la quiera.

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  2. Gracias padre por sus meditaciones y me aunmentan la Fe y me ayudan a orar ; Cristo pervive en los religiosos, a traves de usted siento la cercania de Cristo .

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