sábado, 4 de agosto de 2012

Jeremías. El Bautista. El Pastor


Conversión/”ARREPENTIMIENTO”
             Jeremías dijo lo que tenía que decir, porque así se lo había puesto en el alma la Palabra que Dios le dirigió. Como esa Palabra no les iba al gusto, pueblo y responsables lo declararon reo de muerte. Algo así como el refrán castellano: “Muerto el perro, se acabó la rabia”.  Pero Jeremías declaró dos cosas: una, que así le había llegado a él la Palabra de Dios.  Otra, que estaba en las manos de ellos, y que podían hacer con él lo que quisieran, pero que él había dicho lo que Dios le encargó.  Y que todo tenía solución si ellos se convertían.  Y los jefes acabaron planteándose –siquiera- que  NO ERA REO DE MUERTE.  Y más aún: uno de los sacerdotes tomó a Jeremías bajo su custodia para defenderlo del pueblo, esa “mas informe” que es todo y que no es nada, y donde radican tantos peligros para la defensa del juicio y de la justicia. Y Dios se arrepiente de la amenaza.  Era lo que verdaderamente Dios quería.
             No corrió igual suerte Juan Bautista, que cayó en manos del propio rey, un Herodes sin personalidad, cambiante, oportunista, adúltero…, y para más, ebrio.  Por eso San Agustín resume maravillosamente lo que ocurrió: “El premio de una bailarina fue la cabeza de un profeta”.  Hay otra lectura mucho más profunda en lo que es el hilo conductor de la Historia de la Salvación, que es el hilo detrás del cual va haciendo su obra Dios.
             Recuerdo el día que alguien me dijo que “no podía haber dos cabezas”, manifestando una clarividencia laudable. Tampoco en este momento de la llegada del Reino –con Cristo- podía haber dos cabezas, máxime cuando eran dos concepciones de la salvación. Juan Bautista, el último profeta del Antiguo Testamento, con sus normales formas de ese período que preparaba al Nuevo. Él, el Bautista, el mayor de los nacidos de mujer, pero al mismo tiempo, menor que cualquiera de quienes ya han entrado en la dinámica del Reino.  Un himno del Oficio divino que se reza el día de san Juan Bautista, lo describe: “profeta de calamidades”. [No estoy de acuerdo con esa descripción, ni me gusta, y afirmo que Juan Bautista merece mucha más veneración;  pero simplemente relato algo que está escrito y que se reza].  Era, pues, una “cabeza” de mucha importancia, muy seguido por las gentes, valorado por el propio Herodes, y con sus propios discípulos.  Pero evidentemente en otra órbita de la de Jesús.  Y en la Historia que Dios escribe derecho aunque los humanos pongamos tantos garabatos torcidos, es un hecho que ahora sólo podía quedar una sola cabeza: entraba JESUCRISTO Y EL REINADO DE DIOS.

             Hoy estamos celebrando al “Santo Cura de Ars”, San Juan María Vianney, un hombre que casi lo dejaron pasar de lástima en el seminario, simplemente porque “era bueno”, pero torpe y sin valores especiales.  Ese “cura” torpe, sin valores, llegó a ser un venerado pastor de almas, qu pasaba horas interminables en el confesionario, porque la gente acudía a él de todas partes.  Y él mismo hacía grandes caminatas para ir de un pueblo a otro, como un pastor auténtico que ha de derramar misericordia de Dios.  Yo he tenido la suerte de convivir con un pastor de almas en una ciudad en la que mi confesionario estaba frente por frente al de él.  Si digo la verdad, era hombre con el que no se podía mantener una conversación serena en un rato de charla normal, si se trataba de temas de principios morales.  Se conocía a todos los autores más clásicos de los antiguos libros de moral, y en lo que era hablar con él, angustiaba lo puntilloso, lo estricto, lo legulista, que era.
             Sin embargo su confesionario estaba siempre lleno de penitentes. Y eso significaba algo.  Si en un restaurante de carretera ve uno muchos camiones parados, ya sabe uno que allí hay buena comida, abundante y de buen precio.  Si el confesionario de mi compañero estaba siempre lleno, ya estaba diciendo que allí había UN PASTOR. Lo contrario de un leguleyo.  Y tuve ocasión de comprobarlo el día que –autorizado por un penitente mío- me fui a este Padre y le dije: No me responda a mí como sacerdote;  imagine que le llega a Vd tal caso. ¿Cómo resolvería Vd?  Empezó por darme la teoría de los libros: profeta de la estricta escueta legalidad. Luego fue “casando” textos y expresiones de los autores.  Y acabó dándome una solución que yo jamás en mi vida hubiera sido capaz de dar.  No se había salido de “la moral”.  Fue un nuevo santo cura de Ars que miró a la persona; no a la ley, al escrito y a la norma. Y como en la parábola famosa de Jesús, el padre aquel no quiso saber más, sino gozar de la vuelta de su hijo.  Y comprendí estupendamente por qué aquel Padre tenía el confesionario lleno: PORUE ERA UN PASTOR.  Y comprendo ahora muy bien por qué San Juan María Vianney fue el confesor de miles de almas que lo buscaban. PORQUE ERA UN PASTOR. Y el Buen Pastor no es el que lleva a mal a la oveja perdida sino que, por encima de todo, la carga sobre sus hombros amorosamente porque lo que le importa es el bien de la oveja.  PORQUE JESÚS FUE BUEN PASTOR.

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