sábado, 18 de agosto de 2012

Sigue Ezequiel (18,1-10; 13b, 30-32)


            Para algunos lectores que se comunican conmigo a través del correo electrónico, les hago saber que les estoy contestando a sus preguntas…, que los correos salen de mi ordenador, pero que no llegan a su destino.  Vamos a ver si logro solucionarlo.

A CADA CUAL, LO SUYO
                No creo que esta vez haya que dar muchas vueltas para encontrarse con afirmaciones normalísimas en Ezequiel.  Incluso me atrevería a decir que mucho más “lógicas” que en otros libros de la Biblia. Se me ha venido a la mente el episodio del ciego de nacimiento en el que los apóstoles preguntan (con una mentalidad mucho más atrasada) si pecó éste a sus padres para que naciera ciego.  Lo que Dios expresa por medio del profeta es que cada uno carga con lo suyo.  El bueno obra el bien, y no va a acarrear el fallo del hijo que sea malo.  Ni el hijo que sea malo va a sacar un privilegio porque sus padres fueron buenos.  No dejo tampoco de pensar en esos padres que se culpan innecesariamente de los hijos “que le salen malos” cuando los padres los llevaron siempre por buen camino.  Ni llevan razón los hijos que acaban descargando las culpas propias en sus padres, cuando fuero los hijos quienes quisieron ser tan “libres” que no se dejaron orientar.
Los que estamos en contacto con tantas gentes y recibimos tantas angustias, tantas acusaciones que unas veces son contra uno mismo y otras que descargan las culpas en otros (padres, maestros, curas, Iglesia, familiares, etc.), podemos comprobar cómo estamos mucho más metidos en pensamientos de mal entendimiento del Antiguo Testamento que en la luz de una nueva era que ha venido a traer Jesucristo que se ocupa de descargar las angustias de los corazones, porque Él ha traído BONDAD, PAZ…, y ha sido quien se ha puesto EN LUGAR DE TODOS, y así ha liberado al mundo del dominio del mal. Por supuesto que el mal existe, y que estamos bajo el misterio de la maldad del que habla San Pablo: esa situación ambiental que contagia mal.  Pero por la misma regla de tres cada cual es responsable de crear ambiente de bien si cada buena persona (que las hay a montones) siembra el bien, lucha contra la infección del mal.  Porque estamos montados sobre LA GRACIA DE DIOS, la fuerza de la Cruz, el sentido luminoso de la redención y LA RESURRECCIÓN de Jesucristo.
En Ezequiel Dios afirma aquí claramente que cada uno es quien es y como es, y cada uno carga con su propio fardo.  Habla de “muerte” que nosotros tenemos traducido a pecado mortal.  En efecto, crea muerte en su alma quien se aparta y se aleja del bien. De ahí la exhortación del propio Dios: Convertíos de vuestros pecados; haceos un corazón y un espíritu nuevo… Que Yo no me complazco en la muerte de nadie, sea quien sea.  CONVERTIOS Y VIVID.  Dios ha creado, pues, las condiciones de bien. CADA CUAL TOME, PUES SU RESPONSABILIDAD PERSONAL
                Lo que el Salmo traduce en pedir un corazón puro.
                El Evangelio es todo simplicidad que invita a la simplicidad. Dejad que los niños se acerquen a Mí;  de los que son como ellos, es el Reino de los Cielos.  Por tanto, muy a las claras, el Reino anida en corazones sencillos, capaces de admirarse y dejarse sorprender.  Corazones capaces de que la Palabra de Dios tome en ellos la iniciativa, y seamos siempre capaces de leerla en positivo.  Lo que repito siempre –y es un axioma evidente- es que cada vez que nos encontramos con una Palabra de la sagrada Escritura, el foco que ilumina y explica es único y esencial: DIOS ES BUENO, SIEMPRE BUENO, POR TODAS PARTES BUENO.  Y luego se leerá esa Palabra desde ese prisma esencial.  Por tanto, cuanto haya debajo de una narración, mostrará necesariamente la bondad de Dios.  Y cuando no se descubre tal, o no hemos entendido, o ha intervenido el lógico pensamiento y expresión del escritor sagrado –hijo de su época y cultura y modo de expresión- que nos trasmite algo que nosotros tenemos que traducir con el único diccionario de que Dios jamás puede hacer el mal, porque va contra su propia esencia. Lo mismo que una simple piedra no puede dar agua, ni un melocotonero puede dar higos, así Dios NO PUEDE hacer mal ni conducir al mal.  Un niño, o el que se hace como niño, es capaz de aceptar esa realidad sin dificultad alguna. De ahí esa atención y acogida de Jesús a los niños.  Porque ellos están abiertos a la sorpresa y gozan con ella, porque su corazón no está maleado.

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