lunes, 13 de agosto de 2012

Con Ezequiel


No es fácil
                Sencillamente voy a acudir a la cita, pero confesando que en esta temporada carezco de elementos necesarios para dar una explicación de aquellos textos que necesito estudiar antes de hablar, que es norma básica de toda intervención.  La realidad es que no hablo de lo que no sé, aunque haya ocasiones en que sé pero no hablo, sea porque no construiría, sea porque prefiero no dar pábulo a lo inútil.
Y es el caso que Ezequiel tiene descripciones que son muy simbólicas y que son símbolos que están indicando situaciones concretas en las que se sabe su referencia o no se sabe. De ahí que no arriesgo una explicación que no sé.  Exactamente como ocurre en el Apocalipsis, que va metiendo simbólicamente la propia historia de Roma, y si no se lleva al lado un Comentario autorizado, no dice uno lo que realmente pretendió San Juan.
            Hoy podríamos decir muy simplemente que esta 1ª lectura pone ante los ojos de la imaginación una aparición y manifestación de Dios.  Todo envuelto en tantas comparaciones y símbolos que es fácil saber de qué habla y –al mismo tiempo- perderse uno en los detalles. De hecho aquí hay más tela que cortar porque no es un mera visión del Profeta, como podría pensarse, sino una visión en el exilio de Babilonia, junto al río Quebar, adonde Nabucodonosor había instalado a los deportados de Israel.  Y Dios quiere enseñarles (aunque están siendo idolátricos, abandonada su fe) que Dios también se manifiesta en país extranjero, y se muestra con todo su esplendor.  De hecho gran parte del libro de Ezequiel es de los más desagradables a través de 24 capítulos, porque expresa con mucha crudeza los males a los que quedará sometido ese pueblo de Dios infiel y apartado de su Dios. Evidentemente atribuirá a Dios todos esos males, como “el castigo” por su pecado impenitente.  Pero no adelantemos más. Nos quedamos con la fantasía simbólica de hoy, que expresa algo sublime y fuera de todo lo normal.  Así quiere Dios hacer saber a su pueblo que Dios siempre permanece.
            No lo pone más fácil el Evangelio. Leído tal cual, es muy simple. Jesús es fiel en pagar sus tributos, máxime cuando son religiosos (y este tributo lo estableció Nehemías para las necesidades del Templo.  Siendo Jesús el Mesías, no le corresponderá pagarlo. Pero para no hacer excepción, paga el tributo. El detalle colorista del pez es ya lo de menos en el conjunto de la narración.
Lo que sí es básico es que Jesús ha mostrado su realidad mesiánica con el nuevo anuncio que hace a sus apóstoles. Como siempre  acaba anunciando su resurrección, pero de ella nunca se hacían eco los apóstoles.  Lo que sí nos dice el Evangelio es que se pusieron muy tristes.  Desde luego no fueron ellos ni los que “inventaron” la resurrección, ni los que vivían el verdadero sentido mesiánico de Jesús.  Por eso el detalle de la moneda resalta algo que se sale de lo normal, a ver si así fueran capaces los discípulos de aceptar ya esa realidad de su Maestro.
Lo que me sale espontáneamente de ambas lecturas es descubrir la Presencia de Dios en lo más abstruso y recóndito de cada rincón bíblico. Que “leo” la Palabra de Dios y  que siempre está Dios detrás, pero no como quien dicta –porque eso es absurdo- sino como el Dios providente que comunica.  Que leo la Palabra de Dios sin que me estorben (ni divinice) los instrumentos humanos, su estilo, su idiosincrasia, su forma absolutamente diferente de expresar, a lo que haríamos nosotros. Que sólo desde el profundísimo estudio de los investigadores de siglos podemos acercarnos a esa particularidad de su narración, y que somos niños de teta en poder comprender lo que se escribió hace miles de años, en una cultura muy primitiva, rodeada de influencias de pueblos mucho más desarrollados, con figuras literarias muy particulares, y con un modo muy global de recuerdos, al cabo -tantas veces- de un siglo de lo sucedido, pero con una memoria privilegiada, aunque no esa memoria “occidental” que se detiene en el detalle histórico.  Todo eso, y mucho más, está encerrado en esos Sagrados Libros de la Biblia, y que acercarnos a ellos aplicando nuestros modos y estilos, siempre los dejamos cortos. Y los dejamos más cortos todavía cuando no sabemos entender que la HISTORIA DE LA SALVACIÓN es la que Dios realizó, saliendo muy por encima de nuestras concepciones y puntualizaciones.  Leer el hilo conductor es realmente la verdadera lectura. Pararse en que el perro de Tobías movía el rabo, y si ese detalle –que está allí descrito- es “palabra de Dios”, aleja mucho de ayudar a hacer conocer la profunda intencionalidad del Espíritu Santo al depositar en nuestras manos este conjunto de libros que se llama BIBLIA.

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