martes, 14 de agosto de 2012

Maximiliano Mª. Kolbe


Jesús, por lo pequeño
                En el evangelio de hoy se percibe en Jesús una particular preferencia por lo “pequeño”.  No sólo porque toma consigo un niño, sino por lo que un niño representaba en aquella cultura, como símbolo de lo inútil (lo que no produce, no tiene “utilidad”). Pues ese ser así es precisamente el mejor capacitado para vivir el Reino, porque no tiene prejuicios, ni maldad.  Y porque es capaz de acoger con sencillez…  Quien se hace como un niño es precisamente quien puede acoger el Reino, porque en el Reino hace falta una fe muy simple y sencilla…, una bondad innata que brota sola…, una capacidad de aceptación sin meterse en otras profundidades.  El niño es así “el más importante”.
                Suelo tener “el vicio” de darle la vuelta a las palabras del Evangelio cuando hago mi oración.  Y me brota de momento qué “lugar” ocupará en el Reino quien viva al contrario del niño… Y dado que la fe es el tesoro escondido de ese Reino, y el que tiene la potencia para abrir la puerta del milagro, es la actitud del niño la que Jesús está poniéndonos delante como ejemplar.  Y despreciar al niño y la simplicidad del niño, y pretender saber o poder más que el niño, es precisamente lo que cierra puertas en la experiencia gozosa de la vivencia cristiana.
                Todavía Jesús sigue en la línea de sus preferencias por lo bueno, lo sencillo…  Y aparte de lo que es el sentido de ese pastor que se ocupa de su oveja perdida y buscada…, y encontrada, lo realmente llamativo es la alegría por el encuentro de la oveja.  Porque esa alegría es la que expresa el “sentimiento” de Dios ante esa “oveja” que permanece en el redil.  Es que Dios no puede alegrarse sino por esa realidad de plenitud de la persona, tanto más cuanto que esos son precisamente los pequeñuelos…,  ¡otra vez “los que son como niños”!
                Por su parte, la 1ª lectura nos pone ante una bella experiencia de Ezequiel…:  aquel librito que ha de comerse el profeta por orden de Dios, y con ese “alimento” irse a hablar al pueblo.  Y a Ezequiel le supo muy dulce en la boca, como panal de miel.  Ahí se ha quedado la profecía.  Me evoca el caso idéntico –hasta ahí- que narra el Apocalipsis, pero que después –al llegar al estómago- provocó un enorme ardor.  No se contraponen las dos narraciones. Quizás se complementan y casi se identifican.  Porque la Palabra de Dios es siempre dulce al paladar; es agradable, atrayente, gozosa porque esa Palabra nos pone en contacto con Dios, el mayor bien.  Pero también es cierto que a la hora de vivir fielmente esa Palabra, se levanta el ardor que quema…, que exige, que pide sacrificio…
                Hoy precisamente celebramos a San Maximiliano María Kolbe, un profundo defensor de la Inmaculada… El buen polaco padece las brutalidades de la guerra, la invasión alemana, que –al vencer a los polacos- diezma su ejército (matando uno de cada diez).  Maximiliano Kolbe se libra de ser el “número 10”, pero a su lado está el padre de familia que ha de morir…, y se echa a llorar.  Maximiliano sabe la dulce Palabra de Dios, la que sabe como la miel…, pero elige el “ardor que quema” cuando se escoge la fidelidad a Dios, y toma la decisión de cambiarse con el padre de familia.  La palabra de Dios le da la profunda dulzura de entregar su alma a Dios…, a través del amor generoso y heroico del que da la vida por el prójimo, al que realmente le da la vida.  Y con esa dulzura de hacer lo que Cristo hizo en la última Cena –dar la vida por la persona que ama- es el Maximiliano Kolbe profundamente feliz que saborea la dulzura de Dios.

1 comentario:

  1. Querido P. Cantero: Deseo dejarle aquí este comentario lleno de cariño y gratitud por su preciosa dedicación a este sitio, que también puede ser pequeñito y sencillo en millones de seguidores, pero la perseverancia de usted, fijándose sobre todo en sembrar, y dejando al amo de la mies la decisión del crecimiento y de los frutos, estoy bien seguro que agrada al Señor.
    Desde Jaén me complace ofrecerle un cariñoso y filial abrazo. ANTONIO.

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