Texto de las palabras
del Papa Francisco en el encuentro interreligioso por la paz
En los jardines del Vaticano
08 de junio de 2014 (Zenit.org) - En los jardines del Vaticano hoy
se ha celebrado una oración por la paz, convocada por el papa Francisco en su
viaje a Tierra Santa. Al concluir la ceremonia en la que cada una de las
delegaciones rezó según su creencia religiosa, el Santo Padre recordó que
"para conseguir la paz, se necesita valor, mucho más que para hacer la
guerra. Se necesita valor para decir sí al encuentro y no al enfrentamiento; sí
al diálogo y no a la violencia; sí a la negociación y no a la hostilidad; sí al
respeto de los pactos y no a las provocaciones; sí a la sinceridad y no a la
doblez. Para todo esto se necesita valor, una gran fuerza de ánimo".
Y recordó que "hemos intentado muchas veces y durante muchos
años resolver nuestros conflictos con nuestras fuerzas, y también con nuestras
armas; tantos momentos de hostilidad y de oscuridad; tanta sangre derramada;
tantas vidas destrozadas; tantas esperanzas abatidas... Pero nuestros esfuerzos
han sido en vano". Y concluyó: "Ahora, Señor, ayúdanos tú. Danos tú
la paz, enséñanos tú la paz, guíanos tú hacia la paz. Abre nuestros ojos y
nuestros corazones, y danos la valentía para decir: «¡Nunca más la guerra»;
«con la guerra, todo queda destruido». Infúndenos el valor de llevar a cabo
gestos concretos para construir la paz".
A continuación las palabras del santo padre Francisco:
Señores presidentes
Los saludo con gran alegría, y deseo ofrecerles, a ustedes y a las
distinguidas Delegaciones que les acompañan, la misma bienvenida calurosa que
me han deparado en mi reciente peregrinación a Tierra Santa.
Gracias desde el fondo de mi corazón por haber aceptado mi
invitación a venir aquí para implorar de Dios, juntos, el don de la paz. Espero
que este encuentro sea el comienzo de un camino nuevo en busca de lo que une,
para superar lo que divide.
Y gracias a Vuestra Santidad, venerado hermano Bartolomé, por
estar aquí conmigo para recibir a estos ilustres huéspedes. Su participación es
un gran don, un valioso apoyo, y es testimonio de la senda que, como
cristianos, estamos siguiendo hacia la plena unidad.
Su presencia, señores presidentes, es un gran signo de
fraternidad, que hacen como hijos de Abraham, y expresión concreta de confianza
en Dios, Señor de la historia, que hoy nos mira como hermanos uno de otro, y
desea conducirnos por sus vías.
Este encuentro nuestro para invocar la paz en Tierra Santa, en
Medio Oriente y en todo el mundo, está acompañado por la oración de tantas
personas, de diferentes culturas, naciones, lenguas y religiones: personas que
han rezado por este encuentro y que ahora están unidos a nosotros en la misma
invocación. Es un encuentro que responde al deseo ardiente de cuantos anhelan
la paz, y sueñan con un mundo donde hombres y mujeres puedan vivir como
hermanos y no como adversarios o enemigos.
Señores presidentes, el mundo es un legado que hemos recibido de
nuestros antepasados, pero también un préstamo de nuestros hijos: hijos que
están cansados y agotados por los conflictos y con ganas de llegar a los
albores de la paz; hijos que nos piden derribar los muros de la enemistad y
tomar el camino del diálogo y de la paz, para que triunfen el amor y la
amistad.
Muchos, demasiados de estos hijos han caído víctimas inocentes de
la guerra y de la violencia, plantas arrancadas en plena floración. Es deber
nuestro lograr que su sacrificio no sea en vano. Que su memoria nos infunda el
valor de la paz, la fuerza de perseverar en el diálogo a toda costa, la
paciencia para tejer día tras día el entramado cada vez más robusto de una
convivencia respetuosa y pacífica, para gloria de Dios y el bien de todos.
Para conseguir la paz, se necesita valor, mucho más que para hacer
la guerra. Se necesita valor para decir sí al encuentro y no al enfrentamiento;
sí al diálogo y no a la violencia; sí a la negociación y no a la hostilidad; sí
al respeto de los pactos y no a las provocaciones; sí a la sinceridad y no a la
doblez. Para todo esto se necesita valor, una gran fuerza de ánimo.
La historia nos enseña que nuestras fuerzas por sí solas no son
suficientes. Más de una vez hemos estado cerca de la paz, pero el maligno, por
diversos medios, ha conseguido impedirla. Por eso estamos aquí, porque sabemos
y creemos que necesitamos la ayuda de Dios. No renunciamos a nuestras
responsabilidades, pero invocamos a Dios como un acto de suprema
responsabilidad, de cara a nuestras conciencias y de frente a nuestros pueblos.
Hemos escuchado una llamada, y debemos responder: la llamada a romper la
espiral del odio y la violencia; a doblegarla con una sola palabra: «hermano».
Pero para decir esta palabra, todos debemos levantar la mirada al cielo, y
reconocernos hijos de un mismo Padre.
A él me dirijo yo, en el Espíritu de Jesucristo, pidiendo la
intercesión de la Virgen María, hija de Tierra Santa y Madre
nuestra. Señor, Dios de paz, escucha nuestra súplica.
Hemos intentado muchas veces y durante muchos años resolver
nuestros conflictos con nuestras fuerzas, y también con nuestras armas; tantos
momentos de hostilidad y de oscuridad; tanta sangre derramada; tantas vidas
destrozadas; tantas esperanzas abatidas... Pero nuestros esfuerzos han sido en
vano. Ahora, Señor, ayúdanos tú. Danos tú la paz, enséñanos tú la paz, guíanos
tú hacia la paz. Abre nuestros ojos y nuestros corazones, y danos la valentía
para decir: «¡Nunca más la guerra»; «con la guerra, todo queda destruido».
Infúndenos el valor de llevar a cabo gestos concretos para construir la paz.
Señor, Dios de Abraham y los Profetas, Dios amor que nos has creado y nos llamas a vivir como hermanos, danos la fuerza para ser cada día artesanos de la paz; danos la capacidad de mirar con benevolencia a todos los hermanos que encontramos en nuestro camino. Haznos disponibles para escuchar el clamor de nuestros ciudadanos que nos piden transformar nuestras armas en instrumentos de paz, nuestros temores en confianza y nuestras tensiones en perdón. Mantén encendida en nosotros la llama de la esperanza para tomar con paciente perseverancia opciones de diálogo y reconciliación, para que finalmente triunfe la paz.
Y que sean desterradas del corazón de todo hombre estas palabras: división, odio, guerra. Señor, desarma la lengua y las manos, renueva los corazones y las mentes, para que la palabra que nos lleva al encuentro sea siempre «hermano», y el estilo de nuestra vida se convierta en shalom, paz, salam. Amén.
Señor, Dios de Abraham y los Profetas, Dios amor que nos has creado y nos llamas a vivir como hermanos, danos la fuerza para ser cada día artesanos de la paz; danos la capacidad de mirar con benevolencia a todos los hermanos que encontramos en nuestro camino. Haznos disponibles para escuchar el clamor de nuestros ciudadanos que nos piden transformar nuestras armas en instrumentos de paz, nuestros temores en confianza y nuestras tensiones en perdón. Mantén encendida en nosotros la llama de la esperanza para tomar con paciente perseverancia opciones de diálogo y reconciliación, para que finalmente triunfe la paz.
Y que sean desterradas del corazón de todo hombre estas palabras: división, odio, guerra. Señor, desarma la lengua y las manos, renueva los corazones y las mentes, para que la palabra que nos lleva al encuentro sea siempre «hermano», y el estilo de nuestra vida se convierta en shalom, paz, salam. Amén.
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