martes, 17 de junio de 2014

17 junio: Dos visiones

Aparece ya
"TRASPASANDO LA VENTANA".
Presentación en Málaga el 30 junio.

Lo grande de lo pequeño
             En las lecturas de hoy hay dos posibilidades: leer a lo judío, y leer a lo cristiano. Dios escrutador del pecado que sale al paso de Ajab para castigar su acción…, aunque al final Dios es compasivo y no lo castiga. ¡Pero queda la coletilla de que “esto no se queda así” “A lo judío” tiene que haber venganza. (1R 21, 17-29).
             “A lo cristiano”, Jesús enseña el amor a los enemigos. ¡Sin ninguna venganza! A menos que sea la “venganza” de cubrir el mal a fuerza de bien. Por eso, al enemigo “vamos a vencerlo” con perdón, con oración por él, a verlo hermano (no enemigo) porque tiene el mismo Padre que yo, y ese Padre hace salir el mismo sol para todos. ¿Qué mérito tendría quien sólo amara a quien le ama? Para eso no es menester ser cristiano. Adonde apunta Jesús es a perfeccionar el espíritu hasta irse acercando a lo perfecto del amor de Dios. Lo que San Lucas expresará con la palabra misericordia…, como Dios es misericordioso.
             Que ya es penoso que tengamos enemigos…, porque alguien se crea enemigo nuestro. Que ya urge cubrir el pecado enemigo con el manto del amor cristiano. De forma que el “enemigo” se quede sin enemigo. Porque yo no vivo enemistado con nadie, ni siquiera en ese pliegue último de mi corazón. Esa es la tarea del fiel cristiano. Esa es la diferencia con un corazón pagano. Ni traumas, ni complejos, ni recelos, ni evocaciones. El amor que profeso a Dios es el que blanquea todos mis sentimientos.

             EL CORAZÓN DE JESÚS. San Marcos (12, 38-44) aborda dos caras de una moneda: la finura del amor del Corazón de Jesús.
             PRIMER ACTO: ha visto cómo los doctores de la Ley siembran malestar, confusión, egoísmo, abuso sobre los pobres y viudas. Y previene de ellos: Guardaos… Bajo capa de bien, se aprovechan a favor propio. Trata Jesús de que no caigan los incautos, que no se desvíen de la senda del mal. Y si la casta de los leguleyos pretende otra cosa, ¡que se guarden y anden prevenidos quienes quieren vivir en buena fe!
             SEGUNDO ACTO: Jesús se ha sentado frente al cepillo de las ofrendas del Templo. Sus discípulos andan por allí en sus conversaciones. Jesús mira. Pasan los ricos engallados que hacen sonar sus monedas “gruesas” al caer en el cepillo. Observa Jesús “que ya han obtenido su recompensa” porque van tan satisfechos de sí mismos. No son de los que su mano izquierda no sabe lo que hace la derecha. No: son los fantasiosos que –a la par que dan su ofrenda- “se ofrendan a sí mismos” el pavoneo de lo que han ofrecido. Jesús siente más bien pena. ¡Una buena obra que se deshace entre los mismos dedos!
             Entre los donantes, una mujer, con atuendo de viuda –de viuda pobre- que se acerca al gazofilacio sin aspavientos, y saca su pañuelo y extrae una moneda que apenas le sobresale de los dedos, y –al paso- sin ser apercibida, echa su ofrenda y se va.
             Jesús se pone de pie y la sigue con su mirada. Hace gesto a los apóstoles para que se acerquen, y les hace poner atención en aquella mujer. Nada vez de llamativo. Ni han parado mientes sobre ella. Y sin embargo Jesús sí. Y les hace caer en la cuenta a sus Doce que aquella mujer ha echado más que nadie. Casi que les suena a broma. Pero Jesús les explica: ¿Veis todos esos que han echado grandes monedas? ¡Han echado de lo que les sobra! En cambio esa mujer ha echado TODO LO QUE TENÍA para vivir.
             Naturalmente hay que tener “ojos de rayos X” para saber ver lo que hay detrás de cada acción. Jesús no se había inmutado con las grandes sumas que ofrecieron otros. Eran de agradecer porque el Templo necesita para su conservación y el personal empleado. Pero esos ricos no carecerán hoy de nada por el hecho de haber dado. Con los “rayos X” de su Corazón, Jesús ha visto el valor supremo del ochavo de la viuda: valía tanto como su propia vida. A los ojos “profanos”, no vale más que unos céntimos.
             No están tan lejos los ojos de Dios que ven nuestras acciones y nuestras intenciones. Pero no se me ocurre mirarlos como los ojos escrutadores que van a castigar a Ajab, sino como los ojos de SU CORAZÓN que observa el arrepentimiento y penitencia que hace cuando Elías le ha advertido de su enrome pecado: que mata y encima, roba.
             Esos ojos de compasión y comprensión de Dios son los que a mí se me quedan delante. Son los que veo y los que puedo ver. Tras el espíritu vengativo de los relatos, veo a un pueblo de corazón duro, que necesita carnaza para darse por satisfecho. No es así el Corazón de Dios. Para Dios, revelado en el Corazón de Cristo, ni siquiera hay enemigos, porque los que pudieran serlo, Él los disculpa: no saben lo que hacen. Y comentará el apóstol: porque si lo hubieran sabido, nunca hubieran crucificado al Dios de la Gloria.

             Pero todo eso no está para “escribirlo en un libro” y “meditar píamente”. Está para volver la cámara de “fotos” al propio corazón y ver qué fotografía podemos hacer de nuestro modo de ver, mirar y observar. Tres pasos que necesitan pensarse mucho. Porque “ver” es propio del que tiene ojos. “Mirar”, puede ser ya “el curioso”, “el intencionado”. “Observar” debe ser la parada en seco del “mal pensamiento” para hallar detrás un mundo amplísimo de buenas consecuencias. Equivale al “reflectir” ignaciano, que busca siempre el sentimiento profundo del Corazón de Jesucristo,

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