martes, 10 de junio de 2014

10 junio: Una mañana agradecida

La luz y la sal
             La liturgia nos pone hoy dos textos con enjundia: de una parte, en 1R 17, 7-16, la sequía obliga a Elías a abandonar su país y marchar a lugar extranjero. A una viuda a punto de fenecer también de hambre, le pide que le haga un pan. Lo que ella tiene es para comer ese día ella y su hijo y luego echarse a morir. Elías –con la fuerza de la promesa de Dios- le pide primero ese panecillo para él… Luego comerá ella y su hijo, porque Dios promete que no le faltará. La pagana cree, y comen los tres y nunca le faltó ya para hacer su pan diario.
             En el Mt 5, 13-16, Jesús da a sus discípulos una misión: ser sal de la tierra y ser luz del mundo. Pero aunque eso va dicho a sus discípulos está dicho en público, en lugar abierto, con un gentío delante. Y por tanto donde tales recomendaciones atañen a todos: nos comprometen a todos. La SAL es elemento sabroso, que pone sabor para evitar lo insípido. Y se usa también para “curar” alimentos y evitarles putrefacción. ¡Una misión doble para todo el que oye a Jesús y quiere vivir en su órbita! Hemos de dejar buen sabor por donde vamos, y hacer que haya vida buena en donde está nuestro radio de influencia. Y LUZ del mundo, con vocación de iluminar, de hacerse presente como antorcha que marca el camino. Pero también, como antorcha de FUEGO, destinada a emprender el cañaveral y hacer que arda cuanto encuentra a su paso. Es, pues, una vocación de continuidad de sí mismo la que Jesús nos encarga. Y ahí está puesta a la rosa de los vientos desde la altura del Monte, para que nos sintamos llamados a la responsabilidad de la misión.
             Pero lo que es evidente es que Jesús ha retratado su propio Corazón. Jesús mismo se definirá como fuego que viene al mundo y no puede descansar hasta que este mundo no arda por los cuatro costados, en amor y en fe sincera. En este MES DEL SAGRADO CORAZÓN ya será una experiencia fuerte en nosotros sentir que no estamos para “oír sermones”, alabar a quien los pronuncia y decir “qué bonitos son”. Porque a lo que llama el Corazón de Cristo, horno ardiente de amor, es a comprometer a quienes se acercan a su horno, a ser arrebatados por su fuego. Y el gran temor que puede acuciarnos es la facilidad con que oímos, la poca fuerza que ponemos en escuchar, y –tantas veces- la facilidad para “repartir” a otros los efectos de la Palabra de Jesús…, o el impermeable con que nos revestimos, y así quedarnos viendo llover sin que nos caiga una gota.

             No quiero dejar en olvido a San Marcos, cuya última semana de la vida de Jesús estábamos siguiendo: entrada triunfal (“el domingo”), más el gesto mesiánico de echar a los mercaderes del recinto del Templo… El signo de la higuera maldecida el lunes y seca ya a la madrugada del martes, mientras los sacerdotes vienen a pedir cuentas por qué hizo aquello. Jesús les pone ante un dilema comprometedor para ellos, y como se escurren, Jesús no les responde por qué lo hizo. Se va poniendo feo el panorama. Y por si faltaba, Jesús se lanza a una parábola “directa” para definir a aquellos sacerdotes que atentan contra la viña de Dios. Tan bien contada, con tal arte y plasticidad que ni se dan cuenta que se refiere a ellos.
             Jesús había descrito nuevamente, casi calcada, la viña de Isaías, y eso ganó la atención de los “religiosos”. Pues resulta que los labradores en vez de sacar partido a la viña y dar al dueño su parte, se pretenden hacer dueños y señores que administran a su modo y manera. Y cuando el dueño envía emisarios para cobrar su parte, los maltratan y los despiden con las manos vacías. No sabe el dueño qué ha pasado, ni quiere sospecharlo (porque es un hombre bueno que no piensa mal). Envía a otros y hasta los matan. Y el dueño concibe la idea de enviar a su hijo, seguro de que lo respetarán… ¡Qué lejos estaba de juzgar mal!
             ¡Y qué cerca los labradores de ser asesinos del hijo! Y en efecto, lo mataron sacándolo fuera de la viña. Los sacerdotes estaban indignados contra aquellos labradores… El “cuentecillo” les había ganado de tal manera la atención que tomaban parte en la sentencia justa: hará morir de mala muerte a aquellos malos arrendatarios y entregará su viña a otros que den cuentas debidamente. ¡Aquí quería cogerlos Jesús! Y como en otro tiempo Natán a David, acaba diciéndoles: La piedra que los constructores desecharon, ha venido a ser la piedra angular.
             “Despiertan” ahora los sacerdotes y se dan cuenta que iba por ellos. Y se deciden -¡contradicciones de la vida!- a ser ellos los que maten al emisario, exactamente como Jesús les había anunciado. Aquel día la parábola empezaba a tomar cuerpo definitivamente. Pero como “son doce las horas del día” (así lo dijo Jesús en su momento), Jesús siguió predicando, atendiendo las preguntas (capciosas de parte de unos y otros), y dejando constancia de llevar su misión en el mundo “mientras es de día”.

             No puedo quitar la vista de Judas, porque ya debía estar más que “tentado” a “poner solución” a todo aquello. Veía en el laberinto que se estaba metiendo el Maestro, demasiado empecinado (a juicio del Iscariote), y a quien había que sacar del atolladero en que se había metido. Y como, además, Judas no comulgaba en absoluto con las ideas y las formas de aquel maestro –tan “raro mesías”-, tiene ya dentro ese “demonio” que le va a llevar a gestionar quitar a Jesús de la vida pública. Lo que no medía el desgraciado era a dónde podía conducir aquella idea diabólica que había concebido. Nos hemos metido ya en la noche del martes…

1 comentario:

  1. Ana Ciudad4:15 p. m.

    Cuando el amor a Dios se enfría y la fe se adormece la sal se desvirtúa y ya no sirve para nada..Seremos sal de la tierra,si mantenemos diariamente un trato personal con el Señor. El amor ha sido y será la razón de ser de toda vida entregada a Dios.

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