lunes, 2 de junio de 2014

2 de junio EN EL CORAZÓN del año

Corazón de Jesús
             Ayer un Corazón humano traspasaba los linderos de este mundo material y venía a palpitar a la derecha del trono de Dios. La Humanidad de Cristo, ascendida al Cielo, colocaba el Corazón a la vera de Dios.
             El Corazón de Cristo es el Rey y centro de todos los corazones.
             Rey…, no de este mundo. Reinado que no es de cetros y prebendas de privilegios humanos. Es REY DE CORAZONES, Rey del amor sublime, de los amores más puros o más contritos; Rey del mundo para servir al mundo. Eje y centro de todo corazón noble, por inocente o por pecador que se reconoce tal y se arrepiente. Centro de una constelación de humanos, que giramos alrededor del AMOR DE DIOS y estamos colgados de él, porque de lo contrario no podríamos sobrevivir. Todos los corazones, aun el de aquellos que parecen no tener corazón, o que lo han dejado pudrir,  formaremos esa constelación que vive el calor que emana el Corazón de Jesucristo, sentado ya en el Cielo, a la derecha del Trono del Padre, y gira, queriéndolo o sin querer alrededor de ese foco de AMOR.

             San Marcos continúa por la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Vuelvo a preguntarme –como con el ciego-, si esta narración va independiente de la larga secuencia anterior (lo hemos dejado todo…; subimos a Jerusalén…: queremos la derecha y la izquierda…; disgusto de los otros diez…; quien quiera mandar que se ponga a servir…; Jesús Hijo de David, ten compasión de mí…, y da vista al ciego…), o si remacha el clavo del verdadero mesianismo, que Jesús quiere dejar patente antes de su pasión.
             Jesús ha evitado y aun cortado de raíz toda pretensión de ser proclamado abiertamente “Mesías”. Era muy equívoco aquel título por la parte que tocaba a los judíos. Y tampoco Jesús quería ser aceptado “por propaganda. Pero cuando ya enfila la semana que prevé como definitiva, Jesús quiere dar el “golpe de gracia”. Él venido como Mesías. Lo es, aunque tan distinto del que esperan. Y prepara el momento con solemnidad y a conciencia. Primero, con esa autoridad de quien manda ir a dos apóstoles a la aldea “de enfrente” y desatar el pollino, con su cría. Y prevé igualmente que –por lógica- les van a llamar la atención a los dos emisarios. Bastará una palabra para que los dejen hacer: El Señor los necesita.
             Y aquel signo (anunciado desde la antigüedad) provoca la emoción de la gente, que tienden un manto sobre la cabalgadura…, monta Jesús y se inicia una emocionada procesión –entrada de rey- al que le tienden mantos y ramajes por los suelos, simulando alfombra de reconocimiento de autoridad y majestad. Y ya en ese éxtasis de exaltación, se lanzan los primeros gritos, vivas y cantos de corte decididamente mesiánico: Bendito el que viene en nombre del Señor, hosanna al hijo de David… Jesús no lo impide. Y así se presenta en Jerusalén, el centro religioso de Israel, y llega hasta el cogollo de todo el culto: el Templo.
             Hoffman, como artista imaginativo, pinta la gran plaza con dos cortejos en sentido contrario: Jesús, en su pollinica –era vehículo regio en ese entonces- rodeado de un grupo alegre, emocionado, cantando y moviendo los ramos… Y Pilato en su “silla gestatoria” en la dirección contraria, con la mayor parte del pueblo alrededor, que se da de espaldas con el primero.  Un símbolo.
             Jesús llegó al Templo sagrado. Aquí Marcos no señala ninguna aparición de responsables del Templo que salgan al encuentro para protestar. Es Jesús quien –desde su altura- pasa la mirada lentamente por el grupo que le está siguiendo (o que se ha ido agolpando por curiosidad)… Y yo pienso (me gusta verlo así), una vez cumplido el objetivo de mostrarse Mesías (para que nadie se llame luego a engaño), Jesús desmonta y se vuelve ya como uno más de aquellos y toma el camino hacia Betania, donde ha establecido ya su estancia para estar cerca de la ciudad, pero fuera de ella. Y en el CORAZÓN DE CRISTO, tenía que quedar un sentimiento: ¿Habrá iluminado algo el gesto que acabo de dar? ¿Se volverá contra mí? ¿Habrá confirmado en la fe a mis discípulos…, a TODOS…?
             Nunca se nombra en esta semana a la familia anfitriona. ¿Eran confidentes de Jesús? ¿Intervenían, aunque fuera en la sombra? ¿Sólo escuchaban y aprendían? ¿Se mantenían al margen? ¿Presentían lo que había detrás de aquella visita más prolongada de Jesús?

             En la liturgia, Pablo (Hech 19, 1-8) llega a Éfeso, donde hay discípulos que ni siquiera han oído hablar del Espíritu Santo. Pablo les instruye y los bautiza y les impone las manos para que reciban al Espíritu. Y enseña durante tres meses en su sinagoga sin que tenga obstáculos ni oposición de nadie. Por eso el Salmo ha ido por una alabanza gozosa: Reyes de la tierra, cantad al Señor. Se levanta Dios y se dispersan sus enemigos.  Horas buenas que no serán lo común, porque ya anunció Jesús que el Reino de Dios padece violencia. Pero hay que aprovechar las bonanzas.

             En el Evangelio (Jn 16, 29-33) las anuncia Jesús. Partimos del supuesto de estar a pocas horas de la Pasión… Pero ha de ser una convicción para todo momento de la historia cristiana.

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