domingo, 9 de marzo de 2014

Tentaciones a go-gó

Domingo 1º de Cuaresma-A
             Un tema claramente definido ocupa este domingo: la tentación. O sea, el engaño sutil que presenta una opción falsa de “bien” para desviar del camino recto al que nos llama Dios.
             Muy fácil de ver en la narración de la 1ª lectura en Gn 2, 7-9; 3, 1-7. Desde sus comienzos, la humanidad tiende a lo prohibido y se busca sus razones para saltar ese cerrojo. Dios ha pedido a Adán y Eva una leve prueba de fidelidad: sólo un árbol no debe ser tocado por ellos, mientras que dispone de la creación entera. La tentación es la de siempre: ¿y por qué nos va a prohibir Dios?, ¿no somos libres y dueños de nosotros? Lo que Dios quiere es tenernos bajo su poder…
             El resto es fácil: el fruto es apetitoso a la vista, y ellos quieren ser tanto como Dios. La tentación ha ido surgiendo desde una soberbia que se ha alimentado poco a poco, y acaba yéndose al árbol, cogiendo el fruto y comiendo. Han destrozado en un instante todo el proyecto de Dios.
             Han pasado muchos siglos y Dios se dispone a restañar la brecha que quedó abierta en la humanidad. Viene al mundo el propio Hijo de Dios, y –en su bautismo- el Padre revela que ese es el Mesías.
Es repetitivo en el Antiguo Testamento que todo gran proyecto en un hombre importante, lleva aparejados 40 días de “retiro” para quedarse a solas con Dios. Jesús, designado Mesías, también se retira 40 días, conducido por el Espíritu de Dios. Dice el texto que ayunó 40 días y al final sintió hambre. Es evidente que la sintió antes. Jesús piensa en la misión recibida. El hambre y debilidad del ayuno dan lugar a un sutil pensamiento: siendo Yo el Mesías, puedo perfectamente cambiar una piedra en pan. Eso no es malo, me suaviza el hambre y me muestra a las claras que yo no soñé en balde… Pero aquel pensamiento equivaldría a tener un mesianismo para propio provecho. Y queda desenmascarada la tentación (el sutil lazo-trampa que había en aquella aparente “inocencia” de la piedra hecha pan. Y Jesús se responde: No sólo de pan vive al hombre, sino de la Palabra de Dios. Y queda superada aquella situación.
Bien está para mí, podría pensar Jesús. Pero ¿y hacia afuera? Si yo me presento “Mesías” ante el pueblo, ¿qué van a pensar? ¡Tantos falsos mesías han salido…! Parece lógico que he de presentarme con un hecho llamativo que atraiga la atención y la adhesión de las gentes… Y la imaginación vuela y surge “la especie” de un lanzamiento desde lo alto del Templo. Y como está en la Escritura que “Dios enviará su ángel para que mi pie no tropiece contra el suelo”, a lo mejor se refiere a esta presentación mía… Y Jesús ora una y otra vez y va descubriendo que eso es poner a Dios en la tesitura de un milagro forzado… O –por otra parte- es el juego maldito de que me estrello y se acabó el Mesías… ¡Tentación descubierta!, y Jesus que dice decididamente: Yo no obligo a Dios a un milagro…, y queda con mucha paz en su alma. [No puedo sustraerme a la real tentación de Jesús en la cruz, retado por el pueblo con una propuesta muy atrayente: “Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz y creeremos en ti”. ¡Qué oportunidad! Había venido a eso…, estaba crucificado por eso…, y ahora se le viene a las manos tan fácilmente lograrlo, con algo tan posible para Él como bajar de a cruz espectacularmente. ¡Qué fácil nos sería a nosotros asentir con esa bajada! ¡Cómo mostraría ahora Jesús su verdad frente a la mentira de los jefes religiosos…! ¡Qué victoria tan sensacional! Y sin embargo Jesús no bajó de la cruz. No cedió al engaño].
Pero era evidente que por ahí no ganaría muchos adeptos, ni su obra salvadora iba a conseguir muchos frutos. Es claro como el agua que el mundo está en otra nube diferente. Que con el proyecto mesiánico, que incluye doblegar el YO, no va conseguir mucho. Y la tentación que empieza a rondar es la de “rebajar el tono”, “hacerse más “natural”, ceder una parte en beneficio del conjunto… O sea –hablando en plata- doblar la rodilla ante la situación…, cambiar de plan, ceder en los criterios…, porque “todo lo tendrás si te pones de rodillas ante el príncipe de este mundo y lo adoras”. Aquí había tocado fondo la tentación, y en realidad era tan burda que Jesús cortó secamente: “Sólo adoro a Dios y sólo me postro ante Dios”. [Me permitiréis el salto a la realidad: Jesús es reconocido Mesías por Simón Pedro. Pero al concretar Jesús lo que supone ese mesianismo (que incluye padecer y morir), Simón pretende con malas formas que Jesús retire lo dicho. Simón pretendía ese cambalache de mesianismo “de otra manera”, cediendo… Y Jesús ve tan clara la tentación, que viene –además- de un amigo y con apariencia de bien, que reacciona Jesús fuertemente y le dice a Simón: Apártate, Satanás. ¡Era exactamente a 3º tentación del relato evangélico de hoy! Y Jesús no cedió. OBEDECIÓ el proyecto de Dios.
Por eso San pablo sintetiza brevemente: Por la desobediencia de uno entró el pecado en el mundo; por la obediencia de uno vendrá la amnistía y la salvación.

El sentido profundo de la Eucaristía de hoy es esa necesidad de oración reflexiva, como encuentro personal a solas con Jesucristo y con Dios, para discernir los sutiles engaños de falsos motivos o razones que nos van desviando del camino recto por el que hemos de transitar en el día a día. ¡Tentaciones de “andar por casa”, nacidas de las medias verdades, hay muchas más que demonios!

1 comentario:

  1. Ana Ciudad7:52 p. m.

    L demonio promete siempre más de lo que puede dar.La felicidad está muy lejos de sus manos.Toda tentación es siempre un miserable engaño,y para probarnos el demonio cuenta siempre con nuestras ambiciones.Nos buscamos a nosotros mismos en las cosas que hacemos.Nuestro propio "yo" puede ser,casi siempre,el peor de los ídolos.

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