martes, 18 de marzo de 2014

18 marzo: Perdón y AGONÍA

18 marzo: Sangre que blanquea…
             Una bella y consoladora enseñanza hoy: conscientes –lo primero- de ser pueblo pecador, Dios invita a lavar y purificar; a apartar las malas acciones y empezar a vivir como personas de bien y que hacen el bien. Y Dios entra ahora en un diálogo de auténtico padre: aunque vuestros pecados sean rojos como sangre, blanquearán como lana. Rehusad el mal y Yo os bendeciré.
             Al lado contrario de esa actitud de bien, los fariseos mentirosos, engañadores, hipócritas, de apariencias…Y Jesús que dirige su mirada ahora a los que iban con Él y les dice: no os dejéis elevar falsamente; no os antepongáis a nadie. La única verdad es la que os enseña Cristo, vuestro Señor.
            
             Cuando Jesús volvió de nuevo a su rincón de oración iba completamente destrozado. Ni siquiera pudo quedarse de rodillas… Hincó su cabeza en el suelo… Y bien podemos pensar que fue lo previo a ese quedar postrado por completo sobre la tierra. La imagen de Jesús así postrado, y una losa que le cubre, sobre la que vamos pasando y pisando todos, me impacta… Es una hora espantosa… Pensemos a Jesús que –por el túnel del tiempo- vive esa hora en el Siglo XXI…: la gran masa vive alejada. Ni siquiera dormida. Drogada. Físicamente drogada. Ideológicamente drogada.  Sin Dios. Con multitud de ídolos: goce sin freno, borracheras, sexo como agua, indignidad como personas, moral pisoteada desde los ojos, las imágenes, el deseo, la pornografía, la desviación de los instintos, las familias destrozadas, los noviazgos manoseados, los hijos desarraigados, los ancianos arrinconados o “aparcados” fuera del ámbito familiar; los fetos destrozados y sacados a pedazos del seno de sus “madres” (¿madres?), la corrupción de la política y de los jueces, la pobreza forzada por los brutales egoísmos de los poderosos… Jesús ya no puede más y grita con su boca contra el suelo: aparta, Señor, esta losa… Su sangre está recorriendo su cuerpo a una presión insoportable… Apenas puede respirar. Se siente morir… Realmente aquello es agonía… Y sacando fuerzas de flaqueza dice su última palabra: ¡Pero hágase tu voluntad! Fue un golpe tan brutal en su corazón, que la sangre no pido contenerse en sus vasos y saltó por sus poros. Su sudor se hizo como de gotas de sangre… Pensó Jesús que era el final porque sintió casi estertores de muerte. Y quedó postrado, jadeante. A 30 metros, los tres apóstoles, ni se enteraron.
             Al cabo de un rato, rehaciéndose un poco, intentó despegarse del suelo… Quería levantarse, a pesar de esa losa… Hizo intentos y fue muy poco a poco recuperándose. Lo que sí se dio cuenta es que tenía manchado de sangre su túnica; que en su rostro y su vestido estaba lleno de barro que se había formado con aquel sudor copioso. Pensó que debía tener un aspecto horrible, gusano de la tierra… Cuando pudo incorporarse tuvo que tantear su equilibrio. No tenía apenas fuerzas y necesitó apontocar sus pies para luego dar el paso…
             Y la verdad es que –cuando llegó a sus tres amigos- no se atrevía a despertarlos. Sabía que su aspecto les iba a asustar. Se quedó un rato contemplándolos, el dolor en el alma, y el amor de una madre que ve dormir a sus hijos… Después de todo, eran dignos de pena. Jesús sintió lástima de sí mismo, y dolor profundo por ellos…
             Un tropel se escuchó bajando por el torrente. Jesús entonces despertó a sus tres amigos y con irónica y dolorida expresión, les dijo: Por mi ya podéis dormir…, si no fuera porque ya vienen por mí a prenderme. Quiero hacerme cargo de aquellos rostros recién despiertos…, atontados aún…, que ni saben qué le pasa a Jesús, demacrado y en aquella figura espectral, ni reaccionan ante esa palabra de Jesús: el traidor está cerca

             Permitidme una salida hacia aquellos 8 que habían quedado a la entrada y que debían vigilar y orar… Que no tuvieron ruidos en aquella gruta o rincón de la entrada; que no supieron nada de lo que ocurría allí más adentro; que pudieron querer orar…, y que la modorra les fue entrando y acabaron echándose al suelo para dormir… Y que llevaban así casi tres horas… Y que les despierta el rastrear de pies de mucha gente que baja por el Cedrón…  Ponen atención, haciendo silencio, con temor…

             Y resulta que toda esa turba entra en el huerto. Imaginaron lo peor. Recordaron las palabras de Jesús en el Cenáculo. Se apretaron como pudieron para no ser vistos. Quizás alguno señaló en silencio hacia el que capitaneaba…: ¡era Judas!... Ahora sí que entendían muchas cosas de aquella noche…, y de aquellos últimos días con aquel compañero tan osco y huidizo y con mal carácter… Ahora comprendieron: uno que mete conmigo la mano en el plato, me entregará… Era una pesadilla. ¿Debían salir a defender? ¿Y qué eran ellos 8 frente a aquel tropel armado de palos? Ni siquiera Tomás, tan dispuesto otrora air a morir con Él, tuvo ahora arrestos para levantar la voz… En cuanto la gentuza se adentró un poco, los 8 se escurrieron hacia la salida sin hacer ruido y salieron al torrente… Libres, sí, pero avergonzados de sí mismos; destrozados por la situación; temerosos por lo que podía venir, alguno lloraba… ¡Cómo comprendían ahora tantas cosas, sobre todo de aquella noche en la cena y la “sobremesa”!

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