viernes, 7 de marzo de 2014

7 marzo.: El ayuno que Yo quiero

PRIMER VIERNES
  Reunión del APOSTOLADO DE LA ORACIÓN (Málaga)
          a las 5’30, en la Iglesia del Sagrado Corazón

“El ayuno que yo quiero…”
             Una característica de La Cuaresma es expresar en símbolo exterior una llamada que va más al interior de la persona. Un paso de la forma externa al cambio del corazón. El ayuno, el estar pendiente de tiempos de ayuno, el “padecer” las carencias de un día de ayuno…, ayudan a tener más despierta la atención a que “algo pasa”. Pero el peligro está en quedarse en el hecho externo sin que eso conduzca a algo de mucho mayor calado e influencia.
             Así Isaías comunica un sentimiento de Dios: ayunáis buscando vuestro interés, apremiáis a vuestros deudores, ayunáis entre riñas y disputas, dando puñetazos sin piedad… Y la pregunta que hace Dios es muy clara: ¿Es ese el ayuno que yo quiero? El que yo quiero es abrir prisiones injustas, hacer saltar cerrojos de los cepos (liberar),  partir tu pan con el hambriento…, y no cerrarte en tu egoísmo.
             Precisamente por eso Jesús estaba tan lejos de todos esos ayunos rituales, y no exigía a sus apóstoles ese cumplimiento exterior. Ha llegado un tiempo nuevo, la fiesta de Jesús, y hay que vivir esa fiesta. Que bien sabemos que no es lo festivo humano sino una interiorización muy fuerte de cuanto se significa en lo externo.

             Jesús había entrado ya en su ayuno mortal. Se comprometió mucho volviendo a Judea para atender a aquella familia sufriente y resucitando a Lázaro. Y aunque se vuelve a retirar de allí y lo vamos a encontrar de nuevo por Efrén y luego por Jericó, la verdad es que ya está sentenciado por los dirigentes judíos. Y luego, decididamente, emprende su último viaje a Jerusalén, aunque establezca su estancia en Betania. En realidad ya es todo “lo mismo de lo mismo”. En casa de un tal Simón le hacen un agasajo, en un banquete en el que servía Marta, y estaba presente Lázaro. María, en su papel de persona que “ha escogido la forma mejor”, se viene a Jesús y en un acto de agradecimiento  del alma, derrama sobre la cabeza de Jesús un perfume muy valioso. San Juan –en su estilo de doble sentido- constata que el aroma se difundió por toda la casa (tan se difundió que hoy, todavía, ese perfume sigue dando buen olor…, porque lo que olía tan bien era el acto de reconocimiento profundo y amor a Jesús, el amigo fiel).
             Judas tenía ya el “estómago revuelto” contra Jesús. Y aquel perfume a favor del Maestro le sentó mal al Iscariote. Y con esa “justificación” tan propia de quien no está ya de buenas, se le ocurrió tildar el suceso de improcedente porque se podía haber vendido el perfume de alto valor y haber dado su dinero a los pobres. San Juan no puede soportar esa mentira que lleva Judas en el corazón y apostilla que  a Judas poco le importaban los pobres; en realidad era ladrón y a más dinero en la bolsa, más se llevaba para él. Jesús salió a favor de la mujer y defendió su acción. Y aquello le dio la puntilla a Judas, que se resintió de que Jesús defendiera a una mujer, y no a él, y allí se le revolvieron sus peores resentimientos. No había sacado el dinero que podría venirle con la venta del perfume…, y ahora se iba él a resarcir “por la puerta de atrás”…
             Y su “peste” también se difundió por toda la casa, porque –despechado y en caliente- decidió ir a los sacerdotes para una vulgar venta del Maestro…, una traición por la espalda…, una venganza, una bajeza. Que no podía realizar todavía porque estaban en Betania pero que ya envenenaba su pecho, y saldría su vómito a la primera ocasión.
             Por eso yo decía ayer que no sé dar respuesta al momento exacto en que comienza la PASIÓN. Porque Jesús era suficientemente avispado como para leer en los ojos de Judas lo que había en ellos. Y convivir –sin mostrar nada- con un hombre que ya no mira de frente…, que se le nota su nerviosismo, su huida de los compañeros…, era haber comenzado ya una Pasión previa. Y duraría en tanto que aquel hombre mantuviera esa actitud.
             Aún quedaban –lo sabemos ahora por los relatos de los testigos- 5 ó 6 días hasta la Pasión real. Y la verdad es que debieron ser para Jesús un martirio lento… Días en que pido Jesús intentar acercarse a su todavía apóstol, al que era fácil ver como un alma en pena… Y Jesús quiso acercarse a él… Encontró la evasiva. Al no tener Judas limpia su conciencia, procuró evitar todo encuentro con Jesús. Y Jesús sufrió tanto esta situación como luego padecerá los escupitajos y golpes de los criados de Anás y Caifás. Porque los bofetones sin manos son mucho más dolorosos –duelen en el corazón- que los que se sufren en el rostro.
             ¿Para qué iban a servirle a Judas todos los ayunos rituales, si de hecho estaba atiborrado de malas intenciones?

             Y esa es la pregunta que queda hoy en el aire en esta reflexión, cuando nos podemos ver a nosotros mismos con “muchos méritos” de “cosas hechas”, y el alma encarcelada entre los barrotes de celos, egoísmos, resentimientos…?

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