jueves, 27 de marzo de 2014

27 marz.: La mala fe

La dureza de corazón
             Las Lecturas de hoy –[Jer7, 23-28 y Lc 11, 14-23]- ponen de relieve el gran fallo de la dureza de corazón; ese que teniendo por delante la Palabra de Dios, la presencia misma de Jesús, vuelve las espaldas a la evidencia y construye una falsedad, por tal de seguir “en sus trece”. Es el prejuicio –y en definitiva, la soberbia- lo que causa esa dolor de Dios ente un Pueblo que no escucha su voz y que le vuelve las espaldas. “La sinceridad de ha perdido”, concluye la 1ª L.
             Y si paramos atención en el Evangelio, ya no es sólo “no escuchar” sino tergiversar hasta el absurdo, portal de negar la evidencia. No es sólo “haberse perdido la sinceridad” sino haber tomado cara de ciudadanía la falsedad, la mentira, la acusación gratuita.
             ¿Mucha diferencia con el ambiente que estamos viviendo hoy? ¿No vemos repetido ese aplastar la verdad con la ignorancia, la mentira, la calumnia…, para ensalzar al hombre como el nuevo dios de cada alguien? ¿Y no se repite ese volver las cosas tan del revés que el mismo Jesús Bueno quede a los ojos de la gente como el “Belcebú” de hoy? Así profetizó Jesús que los finales serán peores que los principios.

             Están pasando lentas aquellas horas de la noche, aunque fueran pocas las que Jesús estuvo encerrado en la oscuridad de aquella mazmorra. Horas en las que la mente de Jesús y sus sentimientos padecieron un dolor añadido. Lo ocurrido en aquellas últimas horas vertiginosas desde la Cena, era un torbellino que abrumaba. El sesgo que todo aquello llevaba era fácil de imaginar, y terrible de pensar. Y cada minuto de aquel silencio era un tormento añadido, en una parte por lo que podía venir encima; en otra, por lo que se había perdido en el camino: sus apóstoles escandalizados; el desgraciado Judas, que andaría como alma en pena… Y los otros discípulos y discípulas…, y su Madre… Bien sabemos que la imaginación es una devanadera y caja de resonancia.
             Cerca de la hora del amanecer escuchó Jesús murmullo de hombres que se venían hacia allí… Podía imaginar que era llegada la hora. Y en efecto, se abrió aquella cárcel, y entre varios le ataron de nuevo y le custodiaron hasta la sala del Senado. Le volvieron a desatar… Jesús se encontró ante Caifás…, Ante Anás, agazapado ahora entre los 72 senadores. Entre ellos –quizás ni los viera Jesús-, dos amigos y discípulos ocultos: José de Arimatea y Nicodemo. Todos los “ancianos” del pueblo, que constituían la autoridad colegiada judía. Se hizo un silencio al llegar el preso, y se clavaron en él las miradas.
             Caifás dio por abierta la sesión del juicio. Y con la intención de darle visos de legalidad, aportaron testigos para declarar sobre Jesús (¡contra Jesús!), y la verdad aquella pantomima resultó tan absurda e inconsistente que no dio juego a los “jueces”. Jesús permanecía callado, ausente de toda esa mentira. Aquel silencio molestaba. No había sabido ni querido “defenderse”. Y Caifás, incisivo, le quiere sacar de su silencio: ¿No oyes todo lo que dicen contra ti? En realidad había oído una farsa tan mal montada que nada tenía que decir. Y eso exacerba al Pontífice, que se encuentra sin argumentos.
             Y con la ilegal pregunta directa que llevara al preso a hablar, el juez se convierte en acusador y-conociendo bien a Jesús, honrado a carta cabal y profundo adorador del Dios de Israel- le pone en el brete de declarar bajo juramento que diga si él es Hijo de Dios. Y Jesús ahí no puede seguir callando, porque –en aquel conjuro- iba la misma gloria de Dios. Y Jesús responde: Sí lo soy. Y me veréis sentado a la derecha de Dios. Era una bomba que explota en las  manos. Hay un murmullo de senadores agitados por aquella respuesta. Y Caifás, adelantándose a cualquier reacción, plantea su acusación y su tendenciosa pregunta: HA BLASFEMADO, ¿qué os parece? Planteado así, la respuesta se imponía: ES REO DE MUERTE.
             Ahora bien: me ha dado por pensar si los 72 ancianos respondieron así. Por supuesto, dos no. Nos lo dirá el evangelista más adelante. Pero entre 72, ¿no hubo nadie que se planteara alguna duda? ¿No hubo nadie que pensara en su interior –viendo a Jesús y habiendo oído hablar de Él- que podría ser aquello menos evidente de lo que había pretendido hacerlo el Sumo Sacerdote? Poco podrían hacer, pero ¿no es mucho más normal que, entre tantas personas de criterio, hubiera sus dudas respecto aquel modo de llevar las cosas. Es que creo que la honradez que alberga el corazón es capaz de saber dudar…, ¡por lo menos! Y yo quiero pensar que lo mismo que Nicodemo y el de Arimatea, habría algunos que eran afines con ellos, y que se quedaron muy chafados con aquella situación que habían tenido que vivir. No se les dejó mucha oportunidad de hablar ni, seguramente, hubieran podido hacerlo. Que no hubiera servido, es claro.
             Queda la pregunta: ¿por qué permanecían sentados sobre aquel avispero? Posiblemente por ese principio “sagaz” de que es mejor estar “dentro” y saber por dónde van los tiros, que salirse y dejar de estar informados. De hecho, de los dos discípulos ocultos podemos saber que aprovecharon su posición para poder solucionar ante Pilato un tema que, de otro modo, no hubieran podido resolver.

             Al menos ellos no fueron los “duros de corazón”…, sordos a Dios.

1 comentario:

  1. José Antonio7:38 p. m.

    El Evangelio de hoy, hace que me pregunte y cuestione qué me diría Jesús sobre la "distancia" a la que estoy del Reino de Dios (al escriba le dice que no está lejos, ¿qué me diría a mí?). Jesús simplifica todo. Hoy día que tendemos a a anteponer todo a Dios y dejarlo relegado a momentos/actividades puntuales, El nos indica el camino para el Reino de Dios.

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