martes, 25 de marzo de 2014

25 marzo: Encarnación y consecuencias

LO IMPENSABLE
             El hecho más impensable y que parecería imposible, fue el día que Dios –“de universo divino”- decidió y realizó entrar en el mundo de los hombres, otra muy diferente “raza”, muy absolutamente distinta “especie”. Dios que -en su esencia- era mucho más distante de la especie humana que lo que un hombre puede distanciarse de un insecto…, tomó el camino de este mundo humano para hacerse en él uno de tantos. Fue en el Hijo –igual Dios que el Padre- en el realizó aquel inaudito prodigio. Para ello el Hijo hubo de anonadarse, vaciarse, replegar sobre sí la infinitud de su divinidad, para poder acercarse a la tierra de los humanos sin cegarlos con sus resplandores divinos. Y así, replegado hasta lo infinito bajo, entrar en este mundo como cualquier ser humano, con la plena actitud de obediencia a Dios y a las leyes humanas, hasta el punto de llegar hasta la misma muerte. Y para rizar el rizo del abajamiento, en la muerte más vergonzosa y humillante de un ajusticiado en una cruz.
             Son esta encarnación plena en la humanidad, ni habría padecido, ni habría resucitado, porque no habría muerto. Pero el Hijo de Dios se dio el arte divino de abajarse tanto en la muerte, que luego emergiera la inmensa figura del RESUCITADO, que daba el mentís rotundo a toda la bajeza del mal y del pecado.

             Nosotros íbamos acompañando a Jesús –de manos atadas- en su camino hacia los palacios del Sumo Sacerdote. Si no fuera el Dios así abajado, ¿quién iba a poder atarle las manos? ¿Quién hubiera podido apresarlo? ¿Cómo iba a estar en este trance? Pero como se encarnó, y lo hizo tan de veras que ahora es un hombre cualquiera, es llevado a empellones y con burlas y algazara de vencedores por aquella turba que ha salido a prenderlo, bajo la mirada de los mismos jefes religiosos.
             El Sumo Sacerdote era Caifás. Lo suficientemente ladino como para esconderse ahora y reservarse para después. Para eso estaba el anterior pontífice –Anás- que tantas veces se había enfrentado a Jesús y había salido malparado. Una “mala pieza” que había constituido un clan bajo el señuelo de los religioso, pero enriqueciéndose y abusando de su puesto. Y él se había reservado recibir al preso, que ahora quedaba “por debajo” y del que podía vengarse por todas las veces anteriores que Anás salió con el rabo entre las patas.
             Llevaron a Jesús a su presencia, bajo la custodia de un esbirro. ¿Le desataron las manos? Debía ser así. Anás se regodeó antes de hablar. Luego con rostro adusto “de juez” preguntó a Jesús dos cosas. La primera podía llevar toda la mala idea de quien había recibido la oferta de Judas para venderlo y entregarlo por unas monedas… ¿Qué dices de tus discípulos? La otra pregunta: ¿Qué dices de tu doctrina?  Jesús soslayó la primera porque Él no quería decir nada de aquellos hombres, aunque bien sabía lo que habían dado de sí en aquellas horas… Jesús no hablaría mal de nadie, ni siquiera del traidor.
             De su doctrina, llevó al ridículo a Anás porque yo hablé siempre en público; pregunta a los que me han oído; ellos darán su testimonio de lo que he dicho. Una respuesta de cajón. Si a mí no me vas a creer; si lo que yo diga te va a sonar a mentira o a mofa, ¡pregunta a quienes escucharon mis palabras, y que ellos digan!  Demasiada evidencia que ponía en evidencia a Anás. Y el criado, buen adulador de su jefe, descarga un bofetón humillante sobre el rostro del preso. ¡Sacaba del atolladero a Anás!  Jesús se tambaleó en aquel golpe inesperado y por la espalda. Se rehízo y fijo sus ojos escrutadores sobre Anás. Era Anás quien tenía que dirimir aquel abuso, doble abuso, de un subordinado ante su jefe, y de un maltrato a un preso. El silencio fue tremendo. Anás optó por hacer un gesto displicente para que se llevaran al preso. Pero Jesús no quiso que se marchara sin escuchar su alegato contra el que le había maltratado…, y que –en definitiva era un reproche al propio Anás que se había “escondido” en un vergonzoso silencio: Si he hablado mal, muestra en qué. Y si no, ¿por qué me pegas?  Ahora sí que abandonaba su asiento Anás, que debía llevar sobre él su propia vergüenza. Dejó a Jesús en manos de su custodio, y éste le volvió a atar las manos con ferocidad, porque realmente Jesús había ridiculizado su cobarde acción. Y eso es peligroso cuando no se está ya entre “personas” sino entre puras pasiones humanas. Y aquí –era evidente- lo que se debatía era la incultura ensoberbecida y el orgullo que se siente herido porque el preso se ha atrevido a pedir cuentas…

             Cuando el susodicho personajillo condujo a Jesús ante los otros criados, que aguardaban acontecimientos, en la soberbia encendida del amor propio humillado no había sino la intención maliciosa de “echar” a Jesús “a la jaula de los leones”. Allí se iba a enterar…; que pregunte allí en medio de todos los criados…, y con las criadas a la puerta… La bofetada primera va a ser el inicio de muchas más… Era la autodefensa cobarde del que era un cobarde y se había amparado en la inoperancia y falta de autoridad de su jefe Anás.

1 comentario:

  1. ¡Oh María!.Bendita seas entre todas las mujeres y por todos los siglos...Hoy la DEIDAD se ha unido y amasado con nuestra humanidad tan fuertemente que jamás se pudo separar ya esta unión ni por la muerte ni por nuestra ingratitud..¡Bendita seas!

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