martes, 11 de marzo de 2014

11 marzo: Oración que lleva fruto

ORACIÓN sobre LA PALABRA
             Muchas veces me encuentro con personas que “oran” y “leen el evangelio”. Dos prácticas independientes entre sí, algo que no puedo entender. Hoy nos llegan las lecturas y ya Isaías (15, 10-11) nos habla de una Palabra que Dios trasmite y que no puede volver vacía a Él, porque al llegar a la persona, la fecunda y le hace germinar para dale alimento. “No volverá a mí vacía la Palabra que sale de mi boca; porque la persona que la escucha realizará mi voluntad y cumplirá mi encargo”. Y Jesús les lleva a sus apóstoles una manera de orar distintiva, que por supuesto no distingue por sólo decir tales palabras sino porque tales palabras –adentradas en el seno del corazón humano- han de dar el fruto que alimenta y alaba a Dios. Una Palabra que se convierte en oración y va transformando a la persona.
             Cuánta oración así tuvo que hacer Jesús en estos días previos. Sin solución de continuidad en los textos, hay tal cantidad de materia en esos días que el paso del martes al miércoles se tiene que imaginar. Sin especificarse el momento, salvo que se acercaba la fiesta de los ácimos, dos días antes de Pascua… Pero evidentemente se refieren a la fecha oficial judía. Muy bien podemos estar en el miércoles. El Senado judío de los ancianos, con los sacerdotes y Caifás, el pontífice, celebran consejo, y toman la decisión de acabar con Jesús, aunque –con la astuta prudencia de viejos zorros- “no durante la fiesta, no sea que la gente se amotine”.
             Y mira por dónde se les viene a las manos Judas con aquella terrible embajada de “qué me dais si yo os lo entrego”. Y la astucia y prudencia de los jefes se derrumba ante esa oportunidad que le pone la presa en sus manos. Algo que no podían ellos imaginar. Ofrecieron 30 siclos de plata (la moneda del Templo), y Judas fue capaz de tomar ese dinero sin que le quemaran las manos. Ahora tocaba regresar al grupo como si nada hubiera sucedido, aunque en aquel rostro no pidiera disimularse la mueca contorsionada del discípulo traidor… (ese terrible “DNI” con que aparece Judas en todos los evangelistas).
             Regresaron a Betania. Por mucho que pretendiera disimular, todos captaron que a Judas le pasaba algo; otra cosa es que nadie podía imaginar lo que era. Desde Jerusalén llegaron “noticias fidedignas” de lo que había sucedido: no en vano en el propio Senado había dos discípulos de Jesús –Nicodemo y José de Arimatea- que hacen llegar a Jesús, de la forma más prudente- la mala nueva que ha ocurrido, y cómo tenía el Maestro al enemigo en su casa…
Betania era la “casa familiar” para Jesús, porque los anfitriones se la tenían puesta en sus manos. Jesús, por su parte, tenía en ellos toda su confianza, y en un aparte que no pudiera ser advertido, puso a aquella familia en conocimiento de un inminente final de su vida. Y a su vez, les pedía que alguno fuera a casa de Fulano, en la Ciudad, con todo sigilo, para preparar un plan de celebración de la Pascua, sin que nadie supiera dónde, y –por tanto-  sin que nadie pudiera estorbarlo... ¡Y bien sabía Jesús que “alguien” podía aguar la fiesta!   Por tanto tendría que haber alguien que sirviera de “guía” casi sin saber que lo hacía…, con una señal que fuera inequívoca para el plan que Jesús había concebido. Y una señal especial era un hombre con un cántaro (cosa que sólo llevaban las mujeres), y que así pudiera ser fácilmente identificado.
Y así nos metemos en el mismo jueves (que es el día que la tradición de siglos señala, y nosotros ahora no vamos a meternos en más).
Cómo era el ambiente en Betania? Puede uno imaginar que muy difícil. Jesús, que pretende llegar a Judas, tan huidizo, y al que quiere hablar  con el corazón de siempre. Los apóstoles que ven que algo pasa…, que Judas está insoportable… Unos, que intentan acercarse; otros, que lo dejan como causa perdida. Ninguno sabe qué ocurre, pero se masca algo fuerte.
Y cuando amaneció el jueves, Jesús llamó a Pedro y a Juan y les dio el encargo de ir a la Ciudad para preparar la Pascua. Lo curioso es que no les dice dónde, sino les da una clave… “Al llegar a la ciudad os saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidle hasta la casa en que entre, y allí le decís al dueño: el Maestro pregunta dónde comerá la Pascua con sus discípulos. Y os enseñara una sala grande y alfombrada en el piso de arriba”.  O sea: estaba todo muy hablado, muy preparado por Jesús. Pero nadie de aquellos apóstoles sabe dónde… Es toda la prudencia con que Jesús lleva el caso para impedir que Judas pudiera irrumpir en el lugar en mitad de la cena y romper una noche sublime en la que Jesús iba a abrir su Testamento.  Y Juan y Pedro salieron temprano de Betania.

Difíciles horas las que toca vivir todavía en aquella casa que les ha servido de cobijo y descanso. Y por eso –que está en el dicho popular: los pequeños males aturden y los grandes amansan- la espera es mucho peor que cuando van llegando las realidades. Y no es que aquí fueran “pequeños males”, pero era ese momento en que la imaginación forma fantasmas que aterran. Y Jesús había jugado la última partida. Con Lázaro, Marta y María no hará ya otra cosa que despedirse… Sabe Él que no regresará. Con sus apóstoles, guardar el tipo lo mejor posible. Con Judas, el dolor intenso de no poder “echar de él ese ‘demonio’ que llevaba dentro”… El Corazón de Cristo, empezaba ya a sangrar de dolor… Eran muchas causas juntas las que se daban en ese momento.

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