miércoles, 5 de marzo de 2014

5 marzo: Ahora es tiempo de gracia

Miércoles de CENIZA
             Dos corazones atravesados por una flecha simbolizan amor de dos enamorados. Una bandera simboliza un país. ¡Y tantos símbolos más! Símbolos de algo inmaterial: “amor”, “país”. Y con ser símbolos, tienen un contenido mucho más amplio que el símbolo en sí.
             La Iglesia vive de realidades inmateriales: fe, conversión, perdón… Y también tiene sus propios símbolos. Algunos son símbolos que ejecutan (son los sacramentos), y otros son símbolos que significan (se hacen signo de algo que debe vivirse más interna y personalmente): son los sacramentales. A éstos pertenece la imposición de la ceniza.
             La ceniza es el producto final de algo que ya no es…, o es un polvo que se va de entre los dedos…, o es –por lo mismo- una forma de expresar la humildad, la nada, la finitud… La CENIZA de este día nos lleva por ese camino: somos polvo…, acabaremos siendo polvo…, hay que dar un giro de 180 grados para no quedarnos en nada (ese pasar la vida como si no hubiera nada que hacer): es llamada a la conversión. Y como esa palabra se desgasta de tanto repetirla, se trata de que el giro de 180º se realice hacia adelante en CREER EL EVANGELIO. Y eso no es cuestión de “ir creyendo verdades” sino de irnos haciendo evangelio vivo, y si queremos decirlo más concreto: seguir a Jesús al modo de Jesús…, tomar como tarea ese cambio tan de fondo que Jesús se haga visible y patente en nuestras formas y maneras de ser, de expresar, de sentir…
             La liturgia de hoy puede quedar muy centrada en la 2ª lectura -2Cor 5, 20-6,2- (a pesar de que se ofrece una traducción oficial que rebaja los tonos originales; voy a expresarme mejor en esos términos de Pablo). Comienza poniendo Pablo la premisa fundamental: Somos embajadores de Cristo. Y aunque Pablo lo dice de sí mismo para exhortar en nombre de Dios, nosotros podemos sentirnos todos igualmente protagonistas como “embajadores de Dios”: nuestro Bautismo nos ha situado en esa primera línea de “representar” a Jesucristo, de tomarnos muy a pecho el ser cristianos. Entonces lo primero que necesitamos es dejarnos reconciliar por Dios…, dejarnos mover por la acción de Dios. Lo oficial ha dejado una fórmula más tradicional: reconciliaos…, lo que sería igual que “convertíos”, lo que deja la pelota en nuestro tejado. San Pablo utiliza un término “pasivo”: dejad a Dios actuar, poned atención a los impulsos de Dios, no os hagáis sordos a sus insinuaciones, tened “la bandeja” preparada. Algo que deja mucho más a la persona en brazos de Dios…, pero no para “verlas venir” sino con una actitud abierta y valiente para dar el a Dios.
             Es que Dios ha seguido una táctica que sólo podía Él aplicar: su Hijo viene al mundo nuestro, hecho HOMBRE. Se mete en el lodazal humano y carga de tal manera con los pecados de toda la humanidad (de todos los tiempos y toda especie de pecados) hasta el punto que “se emborriza” en ellos. Y cuando Dios mira desde el Cielo, ve a Jesús “hecho pecado”. [También aquí ha cambiado los términos la traducción oficial]. Y como Dios ama tanto a su Hijo, acaba por amar a la pobre humanidad, a la que limpia y libra del pecado y la hace nueva…, la “justifica” (la pone en vía de santidad). Amando al Hijo, que va cargado con ese tremendo saco de maldad (de la humanidad), Dios ama a todo ser humano. Y no lo ama “a pesar de…”, sino con amor divino que no tiene condiciones.
             San Pablo concluye con algo muy concreto para sus fieles: Ahora es tiempo de la gracia; ahora es tiempo de salvación. Con ese doble sentido de ser tiempo seguro de recibir el amor de Dios, y ser el tiempo de que la criatura humana se ponga en actitud de respuesta amorosa hacia Dios. Y eso requiere del cambio de la mente (la actitud de cambio desde el fondo).
             Ahí va el evangelio de hoy –Mt 6, 1-6; 16-18- en el que Jesús está expresando que la vida cristiana no se queda en lo externo de “prácticas cumplidas” sino en todo un mundo interior, que es donde Dios mira. Que nos vean otros o que hagamos cosas exteriores no es lo que constituye una vida auténtica. Ayunos, privaciones, vigilias, sacrificios…, quedan sólo en signos, y como tales pueden valer, en tanto que signifiquen lo interior y se plasmen en hechos reales de vida. El signo ayuda porque recuerda, hace estar más pendiente… Pero adonde vamos no es a eso.  Que se proclame el ayuno al son de trompeta, que lloren los sacerdotes entre el atrio y el altar… (1ª lectura de Joel 2, 12-18), son sólo símbolos de algo mucho más profundo: que se rasguen los corazones; no las vestiduras, que se conviertan al Señor, que es compasivo y misericordioso, rico en piedad.

             La CUARESMA, pues, será rica en símbolos; la pastoral de la Iglesia se multiplicará en estos días con muy diversos actos y modos. Tomada conciencia de que ahora es tiempo de gracia y salvación, se buscarán ayudas para que el corazón de cada uno sea más abierto a Dios. Y eso lleva dos movimientos: uno, convertirse…, frenar una dirección que se desvía por múltiples motivos y nos va inclinando a los más fácil y cómodo. Otra dirección que ilusiona: creed el Evangelio… No sólo creer la Palabra de Jesús sino “emborrizarse en ella”…, ir buscando lo que en ella nos llama a algo nuevo…, y con la bandeja puesta de forma activa, dejar actuar a Dios.

1 comentario:

  1. Ana Ciudad4:53 p. m.

    La Cuaresma,tiempo para que nos sintamos urgidos por Jesucristo.Para los que alguna vez nos sentimos inclinados a aplazar esta decisión,sepamos que ha llegado el momento.Miremos este tiempo ,como tiempo de cambio y de esperanza.

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