viernes, 21 de marzo de 2014

21 marzo: Pasiones y PASIÓN

HOY es tercer viernes y
          hay ESCUELA DE ORACIÓN,
a las 5’30, en el lugar acostumbrado (Málaga)

             Dos lecturas dramáticas nos traen las lecturas de hoy. Una primera (Gen 17) que hará revivir muchos recuerdos en personas mayores que tuvimos la suerte de estudiar aquella “Historia Sagrada” que nos dejó una honda cultura de historia de los orígenes religiosos que desembocan en el cristianismo. Es la historia de José, amado con predilección por su padre Jacob, y odiado por sus hermanos, envidiosos, celosos, con instintos agresivos y crueles, a excepción de Rubén. El punto que hoy centra la razón de tal lectura son los efectos perniciosos y dañinos de las pasiones humanas, capaces de lo peor.
             Y así entronca con la parábola de Jesús (Mt 21, 33) en la que describe Jesús con rasgos maestros la realidad de aquellos mentores religiosos y fanáticos, que pretendieron adueñarse de la “heredad de Dios” hasta el punto de no ceder de ellos, y desafiar al mismo Dueño de la Viña, negándose a “pagar el tributo” de la obediencia a los planes del Dueño. Para ello –a través de la historia- apalearán y matarán a los enviados del Dueño para “cobrar el arriendo”: que la vida de aquel pueblo se adapte a la voluntad del Dios que lo condujo… Y cuando es el propio Hijo quien viene a buscar ese fin para el que Dios creó aquella viña, los arrendados optan por matarlo. El Duelo tiene que optar por quitarles la viña a los malos “labradores” para dársela a otros que “paguen el alquiler” religiosamente.  La parábola era terrible; presagiaba una realidad. Y los sumos sacerdotes  vieron diáfanamente que iba por ellos. Y en vez de rectificar, decidieron una vez más matar a Jesús. Las pasiones humanas son así: nunca son capaces de hacer autoexamen, plantearse un cambio, abrir un cauce nuevo… Tiran por la calle de en medio y pretenden tapar su propia maldad con otra maldad mayor.

             No sé salir del Huerto. Hay muchas cosas que me detienen en él. Cuando los criados de la casa del sumo sacerdote, y los mismos ancianos y pontífices (así lo dice San Lucas) se han avalanzado sobre Jesús para detenerle, Simón Pedro no contiene su ira y saca la espada… (la que estaba colgada en el cenáculo, que el hombre se la había traído “por si acaso”), y sin encomendarse a Dios ni al diablo, asesta un golpe sobre uno cualquiera de los que estaban atando a Jesús. Éste esquiva lo que puede, pero no tanto que evite el golpe, que acaba cortándole la oreja derecha. Lucas, que es el más escueto, junto a San Juan, nos muestra a Jesús que reprocha a Pedro tal acción, con un escueto: “¡Basta!” (la misma palabra usada en el Cenáculo cuando salieron algunos apóstoles con aquello de que “allí había dos espadas”). Inmediatamente se ocupa del herido (que sangraba y se retorcía por el dolor), y aunque quizás ya Jesús con las manos atadas, puede curar al criado rápidamente. Era lo urgente. Era lo propio suyo, a lo que había dedicado su vida: a pasar por la historia haciendo el bien. No dejaba Jesús de buscar así una manera de que pudieran marchar los discípulos sin ese cargo de la agresión. Porque Jesús nunca buscará la violencia como camino para defender la violencia. En San Juan, hay una consideración interesante: en su reproche a Simón, Jesús enseña algo esencial: “El cáliz que me da mi Padre, ¿no lo he de beber?”. Es una importante reflexión teológica, que es muy práctica para nosotros.
             Sería la clave que distingue por qué muere Jesús…, por qué lo matan. Es evidente que Dios no quería de ninguna manera aquellos odios y envidias y violencias de los sacerdotes. A Jesús lo matan por la maldad de las pasiones humanas que se han conjurado contra Jesús por motivos inconfesables. Pero Dios escribe derecho con los torcidos renglones de la humanidad, y Dios “lee” la historia desde otros parámetros muy diferentes. No hizo “pasar el cáliz” del Huerto, porque el fin y al cabo Judas había ya abierto las compuertas de la Pasión (de aquel “cáliz de dolor”), y Dios no se dedica a hacer milagros para cambiar los acontecimientos. Y los acontecimientos han llegado ya –en secuencia natural- a este momento del prendimiento. Y Jesús, desde la fe en la historia, que ve Dios y la deja ser, “lee” también este momento como “el cáliz que le da su Padre”. O sea: no se lo retiró… Por tanto, el camino hay que vivirlo ahora bajo ese misterio del mal…, pero desde los ojos de Dios mismo, que de los males saca bienes.
             San Mateo es quien hace una descripción más catequética de esta hora. Nos presenta a Jesús que, en unas circunstancias tan poco propicias, “predica” tanto a Pedro como a los que le prenden. [Y yo imagino ahora una escena de linchamiento público en el que el que es objetivo de los linchadores, se yergue en medio y empieza a dar un discurso a aquellos exaltados… Y no me encaja]. Por eso he seguido más a San Lucas y San Juan, por lo breve de la narración. Hay un principio de hermenéutica bíblica que dice que lo más brevemente narrado es lo más histórico. Y dentro de ello estamos ante una enseñanza básica de la fe, y por tanto hay múltiples aportes que dicen lo que tienen que decir para dejar lo más completo el cuadro de este momento crucial en la historia del cristianismo.

             Y no hemos acabado aún con el Huerto. Queda otro detalle de no menor envergadura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡GRACIAS POR COMENTAR!