lunes, 31 de marzo de 2014

31 marzo: HACIA UNA NUEVA TIERRA

Un mundo nuevo
             ¡Si de pronto vinieran a anunciarnos los dirigentes del mundo que se comprometían todos a establecer un nuevo orden de cosas, por el que se iba a establecer en las naciones un auténtico orden, basado en la justicia, el respeto, la atención a todos y con preferencia a los más necesitados!, íbamos a sentir un inmenso gozo.
             No son los jefes de las naciones quienes pueden anunciarlo, pero Dios sí: y la 1ª lectura de hoy (Is. 65, 17-21) es esa proclama de Dios: Mirad que voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva; de lo pasado no habrá recuerdo, sino que habrá gozo y alegría perpetua por lo que voy a crear. Y de hecho un mundo nuevo existe desde que Jesús llegó a nuestra tierra. No es que las injusticias humanas no existan, sino que “tienen fecha de caducidad”. Porque a ese mundo donde amenaza cada día la muerte, Jesús dice –como a aquel funcionario-: Anda; tu hijo está curado. Y aunque el hombre aquel no ha visto aún nada, cree y se va seguro de aquella palabra de Jesús. Y en efecto podrá comprobar que la palabra que Jesús le dijo, se cumplió en el mismo instante que la dijo. El mundo nuevo era posible.

             Estamos “viviendo dentro del Corazón de Cristo” para sentir con Cristo sus mismos sentimientos. Jesús acaba de escuchar la sentencia: no sólo sentencia a muerte, sino muerte por blasfemo. Ya es tremendo sentir que su vida está es el principio del fin, cuando se tiene una edad y unas ganas inmensas de seguir proclamando la vida, la nueva vida que sustituye a la muerte. Duro era saber que las cosas se habían desarrollado de manera que tendía que morir, y muy duro saber que está ya enfrentado al final de si vida. Vivido esto en lo hondo del alma es una auténtica pesadilla.
             Y experimentarlo como condena por blasfemo es ya lo más duro que podía sentir Jesús sobre sí, cuando Él vivió siempre para dar gloria a Dios, y cuando hizo y dijo fue siempre para que el nombre de Dios fuera glorificado. Cuando, en verdad, su misma lucha con los fariseos fue para dejar en su sitio al Dios de Israel, frente a las manipulaciones interesadas de las costumbres farisaicas, que habían ridiculizado a Dios con todas las minucias que habían ido cargando sobre los hombros del pueblo…, mientras ellos ni las rozaban con el dedo meñique… Aquella acusación fue una losa que aturde e hiere.
             Por eso, mientras iba conducido hacia Pilato, apenas estaba dándose cuenta de sus pasos, ni de los mismos comentarios que hacían entre sí los ancianos y los criados que le custodiaban en su caminar.
             Y llegaron al Pretorio. Muy comedidos y “fieles cumplidores”, los sacerdotes y ancianos no entraron en el Pretorio, por ser “terreno profano”, y ellos –tan probos- no podían contaminarse porque estaba encima la Pascua, y había que comer el cordero… Para lo que no tenían escrúpulo era para traer a Jesús con la sentencia dada y –en la intención de ellos- que solamente necesitaban el visto bueno de Pilato.
             Pero Pilato no entró por ahí. Sea que –en la pugna entre los poderes religioso y civil-, Pilato estaba muy humillado; sea que Pilato quiso ser verdaderamente juez que estudia un caso antes de dar sentencia, el hecho –inesperado por los sacerdotes- fue que Pilato pidió saber la causa de aquella condena: ¿Qué acusación traéis contra este hombre? Era lo propio de un buen juez. Y Jesus debió sentir alivio, y pensó que Pilato –al menos- se tomaba en serio emitir un juicio.
             Saltó la chispa, porque los sacerdotes se sintieron ofendidos. O contraatacaron con un exabrupto para amedrentar al presidente. Y dijeron: si no fuera un malhechor, no te lo habríamos traído. Jesús escucha ahora una acusación nueva…: la de malhechor… Y en el silencio dolorido de su alma, no pudo menos que resonar como un trueno rodado aquella acusación. Jesús había curado, liberado, sembró el bien por donde pasó… Y ahora es acusado de malhechor. Y si mucho le dolía, más hiriente le resultaba la mentira y la manipulación de aquellos hombres. Porque la acusación de “blasfemo” no podía decirle nada al romano. Sí, por el contrario, si era acusado de alterador, malhechor, mala persona civilmente. Así estaba la vida falsa de aquellos hombres, que fluctuaban irresponsablemente, sin más fin que acabar con Él mismo. Y así, todo valía.
             La verdad es que Pilato les había tocado en su amor propio…, en su soberbia de casta, en su nacionalismo exacerbado… Y Jesús se veía allí como moneda de cambio de aquellas tensiones políticas. Y la cosa quedaba cada vez más clara cuando la conversación está subiendo el tono y las formas, y Pilato les cocea a los judíos con una indirecta humillante: Pues tomadlo vosotros y juzgadlo conforme a vuestra ley, ya que vuestra ey permite condenar sin revisar la causa… Jesucristo, en medio. Vergonzosamente en medio… Porque empezaba a dirimirse no su causa sino las propias hostilidades entre los brazos religioso y civil…, judío y romano.

             Los acusadores hubieron de amainar, porque de la otra manera no sacarían su propósito adelante. Y se tragaron su soberbia y volvieron a presentar acusación: ahora era que Jesús se hacía pasar por mesías-rey y que prohibía pagar el tributo al César…

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