No juzgar y no
ser juzgado
Un
nuevo aspecto de la Cuaresma, sin irse por aspectos “extras” que añadir a lo
normal diario. O que Jesús pone hoy delante es algo que debiera ser normal e
incluirse en lo normal: no juzgar.
Porque nunca tenemos todos los elementos para poder alguien enjuiciar
objetivamente al otro. ¡Y mucho menos las
intenciones del otro! Y si ya vamos “por las malas”, bien puede imaginar el que
juzga que exactamente igual lo están juzgando los otros a él. La misma medida
de irresponsabilidad o inmadurez o ligereza que tuvo el que juzgó, se la va a
encontrar a la redonda. Y además, con creces, porque se la ha ganado…
Por
eso la primera lectura es uno de los más bellos momentos de la Sagrada Escritura,
en el que tenemos esa bella confesión humilde del profeta Daniel: no se justifica
en nada, no busca rebajar en nada su realidad. Sencillamente expresa su sentimiento
y derrama su alma dolorida ante el Señor. ¡Qué belleza de oración de
arrepentimiento!
Jesús
ha llegado al Huerto, y ya está a solas con sus tres íntimos –y por otra parte-
testigos de la transfiguración… Jesús está abatido, destrozado, humanamente derruido.
Está buscando apoyo en ellos. Y ellos se han paralizado ante aquella novedad.
Nunca habían visto así a su Maestro. Jesús había sido siempre el fuerte, el que
consolaba, el que podía con todo y superaba todas las dificultades. Jesús era
el que dominaba a los malos espíritus y aún a la muerte… Tenerlo delante con
aquella tristeza, que Él mismo les declara que es una tristeza para morirse, les
deja agarrotados. Se quedan sin reacción. Habría que ver sus rostros…, sus
miradas fijas en Jesús…, sin saber articular palabra… Ahora mismo no piensan ni en ellos. Han
perdido pie… Jesús se limita entonces a una palabra que les pueda hacer bien a
ellos, saliendo Jesús por encima de su propio abatimiento, y pensando en la que
se les va a venir encima a aquellos hombres petrificados: Velad; orad para que no sucumbáis. Era la terrible tentación que
les amenazaba; la tentación que llega cuando se tienen las defensas bajas… Y ellos estaban
hechos una piltrafa…
Jesús
optó por buscar la ayuda en Dios y sólo en Dios. Se aparto unos 30 metros, un
poco oculto tras aquella gran roca sobresaliente, y oró confiadamente,
esperando del Padre esa ayuda que no podía encontrar en nadie… Y pronunció la
palabra que más le salía del alma…, la oración de petición que le salía a
borbotones…, el gemido que no podía contener ya: Padre, si es posible, apártame este cáliz… No podía decir otra
cosa. No quería otra cosa. Por supuesto que todo estaba supeditado a la
voluntad de Dios, pero eso no quitaba que –en su angustia- pidiera con toda su
alma que le levantara la losa de aquella situación. Y como Él tenía enseñado,
insistió e insistió una hora entera… Insistió
a gritos y con lágrimas… No se oyó ni
una palabra de respuesta…, ni un susurro. El Cielo parecía cerrado para Él. Y entonces, casi arrastrando los pies, porque
no podía tirar de sí- se fue a sus tres amigos…
¡Tremendo!
Los tres dormían profundamente. Si Jesús tenía bajo el ánimo, aquello era para
hundirse. Una pregunta salida del dolor más profundo de su alma…, y
precisamente a Pedro (que tanto había blasonado): Simón, ¿duermes? ¿No has
podido ni velar una hora conmigo y por mí? Simón se intentó erguir…, y los
mismos los otros dos… Se tambaleaban de sueño, y –si antes no tuvieron una
palabra- ¡menos la tenían ahora! ¿Qué
podían responder? El evangelista Lucas –que lo tendría muy hablado con aquellos
testigos- apostilla que se dormían “por la tristeza”. Así debieron comentarlo
ellos cuando recordaban aquel trago tan duro que vivieron, en el que quedaron
como muñecos de trapo. Es que nunca pidieron imaginar al Maestro como roble
caído… Y ellos lo vieron. Y no tuvieron reacción. Era la impresión del gigante
abatido, ante el que ellos nada podían ni sabían hacer. Jesús les repitió –aunque
ya preveía que poco iba a servir- que velaran
para superar el escándalo que estaban sufriendo… Y se retiró de nuevo.
Cayó
de rodillas. Hacía así más palpable su sentimiento…, su estado interior. Y optó
por expresar lo que hubiera querido salvar de otra manera: si no es posible que pase de mí este cáliz, sea como Tú quieres.
Nos dicen los evangelistas la respuesta que hubo: un ángel que le apoyaba para seguir… Ya había enseñado Jesús que
Dios da siempre respuesta y que dará Espíritu
Santo a quienes le piden… El tal “ángel” iba por ahí… El momento terrible para
su sentir de más de una hora, fue ya dejar su petición en las manos de Dios,
era “un ángel”…, liberaba peso…, aunque que no se lo quitaba… Es un momento en
que actúa con potencia la fe de Jesús, y –sin que cambiara ni un ápice su
realidad- hubo una fuerza nueva en su interior. Dios daba “Espíritu Santo”. “Confortaba”
no es que tranquilizaba, suavizaba… Sino que sacaba Jesús fuerzas de su mismo
profundo ser… Su fe –sangrante como se va a mostrar pronto- ha entrado en “la
reserva” y todavía puede seguir allí, y todavía seguirá una hora…, y todavía
sufrirá ver a sus íntimos dormidos como marmotas… (y ya Jesús no les dirá nada…,
porque ¿para qué?), y todavía volverá otra hora más. Realmente esa fe seca, sin
jugo, dolorosa, sin luz…, pero EN FE, le seguirá “confortando”.
"No endurezcáis el corazón",dice el Salmista.La muerte de la conciencia,su indiferencia en relación al bien y al mal,sus desviaciones son una gran amenaza para el hombre.
ResponderEliminarLa conciencia es la luz del alma,de lo mas profundo del ser del hombre,y si se apaga,el hombre se queda a oscuras y puede cometer todos los atropellos posibles contra sí mismo y contra los demás.