lunes, 17 de marzo de 2014

17 marzo: Juicios, dolor y Huerto

No juzgar y no ser juzgado
             Un nuevo aspecto de la Cuaresma, sin irse por aspectos “extras” que añadir a lo normal diario. O que Jesús pone hoy delante es algo que debiera ser normal e incluirse en lo normal: no juzgar. Porque nunca tenemos todos los elementos para poder alguien enjuiciar objetivamente  al otro. ¡Y mucho menos las intenciones del otro! Y si ya vamos “por las malas”, bien puede imaginar el que juzga que exactamente igual lo están juzgando los otros a él. La misma medida de irresponsabilidad o inmadurez o ligereza que tuvo el que juzgó, se la va a encontrar a la redonda. Y además, con creces, porque se la ha ganado…
             Por eso la primera lectura es uno de los más bellos momentos de la Sagrada Escritura, en el que tenemos esa bella confesión humilde del profeta Daniel: no se justifica en nada, no busca rebajar en nada su realidad. Sencillamente expresa su sentimiento y derrama su alma dolorida ante el Señor. ¡Qué belleza de oración de arrepentimiento!

             Jesús ha llegado al Huerto, y ya está a solas con sus tres íntimos –y por otra parte- testigos de la transfiguración… Jesús está abatido, destrozado, humanamente derruido. Está buscando apoyo en ellos. Y ellos se han paralizado ante aquella novedad. Nunca habían visto así a su Maestro. Jesús había sido siempre el fuerte, el que consolaba, el que podía con todo y superaba todas las dificultades. Jesús era el que dominaba a los malos espíritus y aún a la muerte… Tenerlo delante con aquella tristeza, que Él mismo les declara que es una tristeza para morirse, les deja agarrotados. Se quedan sin reacción. Habría que ver sus rostros…, sus miradas fijas en Jesús…, sin saber articular palabra…  Ahora mismo no piensan ni en ellos. Han perdido pie… Jesús se limita entonces a una palabra que les pueda hacer bien a ellos, saliendo Jesús por encima de su propio abatimiento, y pensando en la que se les va a venir encima a aquellos hombres petrificados: Velad; orad para que no sucumbáis. Era la terrible tentación que les amenazaba; la tentación que llega cuando se  tienen las defensas bajas… Y ellos estaban hechos una piltrafa…
             Jesús optó por buscar la ayuda en Dios y sólo en Dios. Se aparto unos 30 metros, un poco oculto tras aquella gran roca sobresaliente, y oró confiadamente, esperando del Padre esa ayuda que no podía encontrar en nadie… Y pronunció la palabra que más le salía del alma…, la oración de petición que le salía a borbotones…, el gemido que no podía contener ya: Padre, si es posible, apártame este cáliz… No podía decir otra cosa. No quería otra cosa. Por supuesto que todo estaba supeditado a la voluntad de Dios, pero eso no quitaba que –en su angustia- pidiera con toda su alma que le levantara la losa de aquella situación. Y como Él tenía enseñado, insistió e insistió una hora entera…  Insistió a gritos y con lágrimas… No se oyó ni una palabra de respuesta…, ni un susurro. El Cielo parecía cerrado para Él.  Y entonces, casi arrastrando los pies, porque no podía tirar de sí- se fue a sus tres amigos…
             ¡Tremendo! Los tres dormían profundamente. Si Jesús tenía bajo el ánimo, aquello era para hundirse. Una pregunta salida del dolor más profundo de su alma…, y precisamente a Pedro (que tanto había blasonado): Simón, ¿duermes?  ¿No has podido ni velar una hora conmigo y por mí? Simón se intentó erguir…, y los mismos los otros dos… Se tambaleaban de sueño, y –si antes no tuvieron una palabra- ¡menos la tenían ahora!  ¿Qué podían responder? El evangelista Lucas –que lo tendría muy hablado con aquellos testigos- apostilla que se dormían “por la tristeza”. Así debieron comentarlo ellos cuando recordaban aquel trago tan duro que vivieron, en el que quedaron como muñecos de trapo. Es que nunca pidieron imaginar al Maestro como roble caído… Y ellos lo vieron. Y no tuvieron reacción. Era la impresión del gigante abatido, ante el que ellos nada podían ni sabían hacer. Jesús les repitió –aunque ya preveía que poco iba a servir- que velaran para superar el escándalo que estaban sufriendo… Y se retiró de nuevo.

             Cayó de rodillas. Hacía así más palpable su sentimiento…, su estado interior. Y optó por expresar lo que hubiera querido salvar de otra manera: si no es posible que pase de mí este cáliz, sea como Tú quieres. Nos dicen los evangelistas la respuesta que hubo: un ángel que le apoyaba para seguir… Ya había enseñado Jesús que Dios da siempre respuesta y que dará Espíritu Santo a quienes le piden… El tal “ángel” iba por ahí… El momento terrible para su sentir de más de una hora, fue ya dejar su petición en las manos de Dios, era “un ángel”…, liberaba peso…, aunque que no se lo quitaba… Es un momento en que actúa con potencia la fe de Jesús, y –sin que cambiara ni un ápice su realidad- hubo una fuerza nueva en su interior. Dios daba “Espíritu Santo”. “Confortaba” no es que tranquilizaba, suavizaba… Sino que sacaba Jesús fuerzas de su mismo profundo ser… Su fe –sangrante como se va a mostrar pronto- ha entrado en “la reserva” y todavía puede seguir allí, y todavía seguirá una hora…, y todavía sufrirá ver a sus íntimos dormidos como marmotas… (y ya Jesús no les dirá nada…, porque ¿para qué?), y todavía volverá otra hora más. Realmente esa fe seca, sin jugo, dolorosa, sin luz…, pero EN FE, le seguirá “confortando”.

1 comentario:

  1. Ana Ciudad1:45 p. m.

    "No endurezcáis el corazón",dice el Salmista.La muerte de la conciencia,su indiferencia en relación al bien y al mal,sus desviaciones son una gran amenaza para el hombre.
    La conciencia es la luz del alma,de lo mas profundo del ser del hombre,y si se apaga,el hombre se queda a oscuras y puede cometer todos los atropellos posibles contra sí mismo y contra los demás.

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