sábado, 7 de diciembre de 2013

Sermón del Monte 7

Sábado 1º de adviento
        Un día muy rico en mensajes de esperanza, que es lo propio del adviento:
        - Recorría todas las ciudades y aldeas,
        - enseñando..., anunciando el Evangelio del reino;
        - curando todas las enfermedades y todas las dolencias.
        - Al ver a las gentes, se compadecía al verlas abandonadas como ovejas que no tienen pastor.
        - Dijo a sus discípulos: rogad al Señor de la mies que mande obreros a su mies.
        - Da sus discípulos autoridad para curar toda enfermedad...
        - Los envía...: Id y proclamad que el Reino de los cielos está cerca; curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios.
       Es un mosaico de piezas mesiánicas que acaban dando la figura completa de qué es y cómo es la VENIDA DE JESÚS. Si aquella esperanza de Israel quedó realizada -por parte de Dios- en la venida de Jesús, nuestra vida ha de ser una activa espera -y activa actitud que prepare cada día nuestro la mejor entrada suya en nosotros. A eso hay que ponerle “nombres”, realidades concretas. Porque no vamos a jugar con el adviento. Porque no vamos a jugar con ese encuentro cierto que nos espera.

SERMÓN DEL MONTE
Prototipos de POBRES –pobres evangélicos- son María y Jesús. María, la muchacha privilegiada sobre toda criatura, concebida ya sin el pecado común a todo el género humano, que ante el anuncio de Dios, que la elige por Madre del Mesías, Madre del Hijo del Altísimo, no tiene más palabra que: “He aquí LA ESCLAVA DEL SEÑOR”. No jugaba a “humilde”. Sentía en lo más hondo de su alma que Ella era sólo una muchacha que se había abandonado de tal manera en manos de Dios, que ahora no tenía más título que el de POBRE ESCLAVA… Aunque sin dejar de reconocer que en ese barro suyo, Dios había hecho maravillas, porque Dios es santo.
Jesús por su parte, “siendo rico [siendo Dios, la máxima riqueza esencial] se hizo pobre” [se hizo hombre, como uno cualquiera, en pura obediencia a Dios].
Esa es la pobreza que hace feliz. Esa es la pobreza de espíritu, la pobreza del corazón, la pobreza libremente elegida o libremente asumida y aceptada, y la que hace reyes, porque depositan la propia vida en los brazos del REY.  La pobreza que declara a boca llena que DIOS ES NUESTRO REY, y que no quiere tener otro dios que el Dios verdadero, al que se le ama con todo el corazón, toda la mente, todo el ser…, en cuyas manos se confía y de cuyas manos se siente prendido el pobre y –consecuentemente- seguro.
Es el pobre que tiene perfectamente asumido que no se puede servir a dos señores. Y como uno de ellos es “el dinero” (el “yo-mismo”, los ídolos de cartón que presenta el mundo), es evidente que se dan en totalidad al OTRO SEÑOR…, al Señor de los señores. Y podríamos decir simplemente que, para EL POBRE, no hay ni necesidad de “elección”. El pobre se va derecho a Dios, como su único Señor. Y se cuelga de Él y se abandona en Él, aunque Dios no siempre va a ofrecerles el “caramelo” de la vida. Pero el POBRE será siempre como aquel agricultor que siempre obtenía las mejores cosechas y, cuando le preguntaban extrañados cómo conseguía aquello, respondía con toda su alma: porque yo tengo siempre los temporales que yo quiero: viento, sol, lluvia, granizo… - ¿Y cómo es eso posible?, le preguntaban.  – Porque yo siempre quiero lo que quiera Dios.
Luego vendrá esa característica típica del POBRE: que –siendo pobre- comparte todo lo que tiene. ¿Y qué tiene? – Su pobreza…, y un corazón abierto a toda necesidad, a la que acude en la medida que le es posible desde su misma pequeñez.  Es un hecho que las familias humildes se ayudan mucho más que “las ricas”. Primero, porque las ricas ni necesitan ayuda, ni son capaces de pedir ayuda, aunque la necesiten. Las pobres saben lo que es tener que depender y que, hoy por mí mañana por ti, todos necesitamos de todos. Y COMPARTIR LA POBREZA es uno de los modos más bellos que existen en la vida… Es la pobreza que nos hace hermanos de los hermanos…, sencillos con los sencillos…, la pobreza que hace feliz porque no se tiene más que lo que se tiene, y no ambiciona tener más.

Queda ahora un desarrollo más concreto. Las “ocho” bienaventuranzas no son ocho (en los relatos bíblicos el 8 únicamente sale dos veces, mientras que el siete es de una fuerza simbólica de plenitud. Entonces podemos concluir con toda certeza que esa bienaventuranza que abre la puerta, se desdobla y explicita en las otras siete que vienen a continuación: - ¿Cuál es la POBREZA QUE HACE FELIZ? Las 7 bienaventuranzas que vienen a continuación nos irán diciendo esos caminos –avenidas- por las que transita la totalidad de la vida cristiana: la que vivió Jesús; la que nos toca ir recorriendo a nosotros.

1 comentario:

  1. Anónimo2:12 p. m.

    la vida es un juego de amor .
    No se va en carroza al paraíso .Padre Pio

    ResponderEliminar

¡GRACIAS POR COMENTAR!