jueves, 19 de diciembre de 2013

Juan y misericordia.-19 dcb

SILENCIOS QUE DAN RIQUEZA
        Entramos de lleno es el terreno del “adviento inmediato”. Con el antecedente bíblico de la mujer de Manóaj -estéril- a la que se le anuncia un hijo, entra hoy el momento importantísimo del anuncio del ángel a Zacarías, hombre ya mayor, a quien se le anuncia un hijo, con su mujer, igualmente mayor. Con la peculiaridad de que ese hijo viene ya con un nombre puesto por Dios: su nombre será JUAN (=misericordia de Dios), Quiere decir que entra ya en un proyecto de Dios: ir delante del Mesías, anunciándolo. Es muy comprensible el vuelco interior que recibe el sacerdote: primero, por esa aparición del ángel, allí a su lado. Después, porque un anuncio como aquel era la ilusión de todo israelita, ¡y le había “tocado a él!
        Zacarías queda tan nervioso, tan perplejo, que llega a pedir imprudentemente una prueba de que eso será así. Y el ángel le da la prueba: Quedarás sin hablar hasta que suceda. ¿Era un castigo? Era una pauta de vida: el silencio es el camino para poder rumiar y captar las obras de Dios. Ahora va a tener Zacarías, con ello su misma esposa, un tiempo de interiorización mucho mayor. Están ante un caso de tanta envergadura..., y el modo de vivirlo requiere mucho más del silencio que del comentario

             SERMÓN DEL MONTE
             El nombre de JUAN significa en hebreo: misericordia de Dios. Jesucristo proclama EN EL MONTE que son dichosos los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia. La mano tendida al hermano, encuentra tendida hacia él la mano de Dios. Y no sólo ahora sino –de forma definitiva- en el encuentro último en el que se nos juzgará de las obras de misericordia que hayamos practicado. Y bien claro queda en esa narración de Mateo 25, 31, que la paga es de orden infinitamente superior porque la misericordia de Dios se convierte en bendición y llamada: “Venid benditos de mi Padre…”  Cada grano de trigo entregado en acción misericordiosa nuestra, hace nacer un árbol de misericordia de Dios con nosotros.  Y, aunque no siempre, cada misericordia ejercida con un hermano que necesita, recibe también la respuesta agradecida del que recibió.
             Lo más seguro es que podréis decir que eso ya no es tan claro. Y estoy de acuerdo. El sentido de la gratitud no es lo que más reluce hoy. Ni en lo íntimo de la familia. El valor de la piña familiar no es precisamente lo que hoy resplandece. Más bien va levantándose  ese “especie” de que los padres o los mayores hicieron lo que tenían que hacer, pero los descendientes no tienen contraída por ello ninguna obligación. [Vivimos en la era de “los derechos”…, del “chupar del bote”, pero alejados del sentido del dar.  Aquello del chiste: la mayoría se llaman “Tomás”; muy pocos “Darás”]. Precisamente por ello, al modo de Dios, a fondo perdido, en total gratuidad, el misericordioso es feliz porque hace misericordia porque ama a Dios y porque de ese sol se desprenden los rayos de su mano extendida hacia el necesitado.
             Sabe cierto que alcanzará misericordia, pero no ha puesto su mirada en la “correspondencia” que pueda obtener aquí… No hizo el bien para cobrárselo. Hasta sería indecente el “misericordioso” que da para cobrarse. Es feliz quien da sin pedir nada a cambio. Otra cosa es que Jesús ha prometido, en su particular forma de sentir la vida, que un vaso de agua fresca dada al que tiene sed, no quedará sin recompensa. Lo demás, ni se pregunta. El que es amigo, lo es porque lo es, y sin pedir ni exigir recompensa del amigo. Deberá ocurrir que ese segundo amigo tenga perfectamente abierta “la válvula de retroceso” para generar donación en bien de quien es su amigo.
             Quizás eso nos explica por qué hay tan pocos verdaderos amigos; por qué el “amor” se ha convertido en un negocio de “favores”, y que “se ama” con la mano puesta para recibir.  Por qué falla tanto el amor de los deudos: porque no se sienten deudores al amor recibido. Porque el amor (=eros) es amor interesado y da para recibir.  Por eso se vende tan cara la amistad gratuita que nada pide, nada exige (ni nada se cobra bajo cuerda).

             Ser misericordioso supone una “mano izquierda” escondida bajo la capa, haciendo el bien sin ser descubierta…; acudiendo a la necesidad conocida como la sangre acude a la herida…, viviendo a pleno pulmón la alegría que tiene el otro…; sin los menores celos por el bien de otro; cuando se utiliza una posibilidad o un cargo para estar muy por encima de “la autoridad” y muy a ras para hacer el favor posible…, como quien no lo hace. Lo que cuenta no es que yo lo haga, sino que se haga esa misericordia. Y es en esa disposición interior donde el misericordioso está teniendo la experiencia gozosa de estar alcanzando misericordia.  Es el gusto de hacer el bien sin que tu mano izquierda sepa lo que hace tu derecha. Y simplemente verá ese tal que alguien quedó favorecido… Y esa es su alegría y su bienaventuranza.

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