domingo, 29 de diciembre de 2013

29 dcb._ LA SAGRADA FAMILIA

¡FELICIDADES, FAMILIAS!
             Cuando aquel matrimonio de José y María ha recibido en su seno a un hijo, a Jesús, ha quedado constituido el núcleo esencial de una familia. A esa familia tan escogida por Dios, le llamamos los cristianos: SAGRADA FAMILIA. Y la Iglesia nos la propone hoy como un espejo en el que mirarnos los que formamos una familia, aunque sea de características diversas como la familia natural, o la familia religiosa (bien a sabiendas de que ese tipo de familia es muy diverso).
             Las lecturas de la Misa van marcando el estilo de verdadera familia. La 1ª lectura, tomada del libro del Eclesiástico [3, 3-7; 14-17] habla de la familia natural. Expresa esos diversos papeles (roles, que se diría hoy) en los diversos miembros: el padre asume una responsabilidad general en esa familia, y le toca que buscar el bienestar de todos, el orden que garantice la convivencia, la manutención, la educación. La madre tiene el precioso papel de amasar respeto y ternura, decisión y cariño, poniendo siempre aceite que engrase las relaciones entre todos, y la parte cercana e inmediata de la cercanía en el educación de los hijos. A los hijos tienen que desarrollarse como personas completas, lo que supone que han de aprender, crecer y madurar. Y en todo ese proceso, honrar y hacer felices a los padres, de quienes reciben constantemente.
             Con una referencia muy importante –y muy actual- pone ante los hijos su deber de mantener la dignidad de los padres ancianos, o con alguna debilidad de sus facultades. Pues aunque ya no les puedan ayudar, ni casi se les pueda mantener en una conversación, siguen siendo aquellos padres que antes dieron el ser, educaron, alimentaron, cuidaron a los que ahora deben ser sus cuidadores: sus hijos. Esa buena atención con ellos será tenida en cuenta por Dios para usar con el hijo la misericordia que el hijo dedica a sus padres.
             Enlaza la 2ª lectura –[Col 3, 12-21]- como pieza maestra que define las actitudes de la familia cristiana. Una segunda pies, como uniforme insustituible, las actitudes básicas de bondad, humildad, dulzura, comprensión y un cariño que sale de las entrañas. Por supuesto, el amor, que es el que une con fuerza total e irrompible.  Pero San Pablo no está subido a la parra… Sabe que el roce de la convivencia lleva consigo momentos menos dulces. Entonces exhorta a un elemento muy humano y que es expresión de madurez: sobrellevaos… En muchas ocasiones ese el el verdadero amor. Dejar pasar el turbión, la mala hora, el punto de desencuentro. Pero no sólo eso: hay que dar un paso más a fondo: perdonaos si alguno tiene quejas contra otro.  Y la razón más que convincente: Dios os ha perdonado; haced vosotros lo mismo. Poneos ante Jesús…, dejadlo ser árbitro en vuestros  corazones, y que Él ponga su PAZ…, que Él detenga “el juego” y restableza las leyes del mismo.
             Pero hay más: el cariño, la delicadeza, el amor…, no sólo se tienen…: ¡hay que expresarlos!  Y papá a mamá y viceversa, y padres a hijos y viceversa, y hermanos entre sí, y con los miembros mayores…, la familia tiene que mantener encendido el fuego sagrado de los “gestos”, que hacen patente que la llama del amor familiar está ahí.
             Y está porque se reza juntos, porque se participa de la Eucaristía juntos, porque juntos viven alabando a Dios en palabra y obras.
             Cualquier familia que quiera vivir en actitud cristiana, necesita venirse a esta descripción de Pablo en muchas situaciones de la vida.
             En el Evangelio, tras el gozo recién vivido de la llegada inesperada de los magos, y mientras descansan de tantas emociones José y María, un escalofriante anuncio nocturno le llega a José –responsable de la familia-: coge al Niño y a su madre y huye a Egipto, porque Herodes busca al Niño para matarlo. José no sabe si es pesadilla o aviso. Pero no pierde ni un minuto: llama a María, le comunica la situación y que, en ese mismo instante, hay que salir –de noche, fugitivos- para asegurar la vida del Niño, el tesoro que se les ha encomendado. María, madre responsable y mujer de fe, no pregunta, no se mete a querer una certeza, no duda de que lo que ha oído José es lo que ella ha de secundar. El Niño nada puede decir. Y aquella familia, apretada entre sí y colgada de Dios, buscan el camino más corto para traspasar la frontera.  Y podemos preguntarnos: ¿es que Dios no tenía otros medios?  En plan de milagros, si. Pero el modo de actuar Dios es dar luz y fortaleza… Los medios, los humanos, los que cada cual tiene en su mano.

             Y eso es lo que ha de constituir la base de la familia. Con los medios que tiene, con esas ráfagas que Dios le proyecta, con reflexión orante ante Dios mismo y en la mutua conversación de los miembros de la familia, están los medios habituales con los que Dios va llevando, sin milagrerías. También, como nos ha avisado San Pablo, con esa familiaridad con la Palabra de Dios…, y cuanto sea posible (siquiera un rato), todos juntos. Y juntos participar de la Eucaristía, sacrificio de Cristo y SACRAMENTO DE AMOR.  Y si es sacrificio, ya nos está proyectando a ese inevitable sacrificio de la convivencia, a la vez, tan rico en ventajas. Pero en el que saber ceder es el arte de los “sabios” y de los “maduros” y los “creativos”, porque en tanto se cede de sí cada uno, está dando vida al otro. Y la familia existe cuando a los egoísmos se les ha desprovisto de “su cresta” peculiar. 

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