viernes, 13 de diciembre de 2013

Haciendo balance.- Viernes 2º adv.

Viernes 2º adviento: UNA PARADA
             Creo que la pedagogía del Adviento nos detiene hoy en lo que pudiéramos llamar “el ecuador” de este período, y con dos lecturas muy cortas nos hace mirar a esos 12 días anteriores para decirnos, simplemente: ¿Se nota en tu vida el paso por este Adviento?
             Es propio de todo programa o proyecto saber detenerse a mitad de camino para hacer una evaluación. Puede que el balance sea bueno. Puede que el balance nos deje a cero: ni mejor, ni peor. Lo cual haría que un comerciante cambiara el ritmo de su forma de llevar el negocio, porque, de no hacerlo así, va a llegar a fin de ejercicio con un fracaso. Ni gana ni pierde. Algo que advierte de una quiebra. Porque algo no funciona.
             La 1ª lectura de hoy pone en primera persona de Dios, tu redentor, el Santo de Israel, el Señor, tu Dios… [¿no llama ya la atención que Dios se presente con esta solemnidad, como quien quiere recordar a su pueblo que no es simple mensaje de un profeta?]. Pues ese Dios pone ante el pueblo una serie de expresiones condicionadas: Si hubieras atendido a mis mandatos, sería tu paz como un río (que fluye, riega, y no se agota), tu justicia como las olas del mar (inmensas, continuas, dominadoras); tu progenie sería como arena (incontable, sin fin…, como las playas del mar); tu nombre no sería aniquilado ni destruido ante mí.  Todo es condicional, y el texto se ha detenido ahí. Si Dios mismo sacara las consecuencias, puede que en la misma forma de “pregunta estuviera escondida una respuesta que no mostraría un final triunfal.
             En el Evangelio, Jesús está presentando a aquel pueblo como el pueblo que no hace nada, que no quiere nada, que está a gusto con nada. Que es como los niños que se gritan en la plaza porque si tocan la flauta unos, no bailan los otros; si entonan cantos de muerto, no lloran… Lo que equivale a una llamada de atención…, a un balance de situación: ni habéis aceptado al Bautista porque era tan austero que acabáis pensando que tiene demonio. Vengo yo, viviendo vuestra vida, a vuestro lado, codo con codo…, y me tildáis de borracho y comilón… ¿Qué es –entonces- lo que queréis?  Parada y reflexión.
             Van 12 días del adviento. Quedan 12 días. ¿En qué se nota que estamos en este período fuerte que nos aboca a un encuentro cara a cara con Jesús…, o pronto o más tarde…? Si algo no fue, ¿qué puede hacerse aún en este tramo que queda?

             La experiencia de trato con unos y otros deja diversas miradas. Unos viven sin querer saber del pasado, y se envuelven en nubes de algodón de azúcar al mirar al futuro. Bueno sería esa mirada, pero si se tienen los pies sobre la tierra, y si dejamos el “azúcar” como fácil evasión para un planteamiento más serie de la propia forma de proceder.  Por supuesto no es retroceder al pasado, pero algo deja ese pasado propio del que habría que extraer alguna lección muy personal.
             Otros viven del pasado, y generalmente nostálgico o traumático. El nostálgico, paraliza. Se vive en un sueño enervante con el mérito de lo que “se hizo”. El traumático, amarga. Porque queda “lo que no se hizo”. El nostálgico queda en la satisfacción absurda de “las medallas conseguidas”. El nostálgico en el amargor de las “medallas no recibidas”. Dos escapatorias de la realidad, dos formas de perder fuerzas para el futuro, que es el que realmente tenemos ya por delante. Y como el Papa escribe, un futuro que hay que abordar con paciencia, a sabiendas de que avanzar un paso es mejor que renunciar a darlo.
             Este balance nos debe ayudar. Queda tanto tiempo que casi es una eternidad, porque ahora se trata de empezar, de dar contenido a este tiempo que nos brinda la Liturgia, y que no es un juego “religioso” sino etapas de la Gracia de Dios, recordatorios de la pedagogía espiritual, que nos llama a hacernos protagonistas de una historia nueva.
             NUEVA en cada persona (¡y es lo que vale…, el germen para otro cualquier avance y progreso!). NUEVA en una vitalidad de la Iglesia, que en tanto progresará y estará siendo Reino de Dios, en la medida en que CADA PERSONA de buena voluntad asuma que es ella, y no el vecino de al lado, quien tiene que abordar ese cambio, esa renovación esa puesta a punto que esté más acorde con el Evangelio.
            

             Creo que es momento de recomendar la lectura reposada y profunda de la Exhortación apostólica del Papa, ya significativa en su mismo título: La alegría del Evangelio. De expresión muy llana, en el lenguaje del pueblo, bajando a lo trivial que todos podemos entender… Pero de unos horizontes tan inmensos que –bien leída y tomada en serio- nos apunta hacia una reforma de los estilos mismos de la Iglesia (y por tanto de nosotros mismos, de nuestras formas de vivir la espiritualidad). No es un documento para teólogos. Eso sí: para gente seria, que dentro o fuera de la Iglesia Católica, practicante o no, sepan pararse a pensar que el mundo no se arregla desde fuera, sino que somos cada uno –tú y yo- los que hemos de darnos por aludidos y por protagonistas.  De ahí el valor de la liturgia de hoy, poniéndonos ante la necesidad de una parada y un balance personal.

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