lunes, 2 de diciembre de 2013

Adviento: Lunes 1º

Lunes 1º de adviento.
        El Evangelio de hoy expresa un diálogo. Y diálogo de dos personas de pensamiento muy distinto: JESÚS, con la fe de Israel.  El Centurión, romano, que presumiblemente pensaba y sentía al modo romano.
        Entre los dos se dialoga construyendo.
        Y me siento impactado por la incapacidad que mostramos hoy para dialogar serenamente cuando pensamos distinto.
        El que no tiene fe, o quiere mostrar que no la tiene, se hace agresivo ante el creyente.  El creyente ve “en un  mundo irreconciliable” al que no vive la fe, o no la vive al modo que piensa que debe vivirla.
        Estamos haciendo “dos mundos”, y no nos encontramos por mucho que se prolonguen. Y creo que hay poca actitud de avenencia..., de que uno deje expresarse al otro..., de que cada cual esté dispuesto a escucharse y saber siquiera de que está hablando.
        Y en los tiempos de tanto hablar sobre “el respeto a las ideas”, posiblemente las personas de edad se sienten acorraladas, consideradas lelas, momias de la antigüedad.
        Y lo malo es que quien así juzga y tilda al otro, arranca desde la TOTAL SEGURIDAD de llevar él la razón.  Y sin embargo la razón es un mosaico de miles de piezas, que -separadas- no dicen nada, pero que juntas y en orden, muestran una figura.  Y esa figura es más verdad que la parcial de cada uno.
        Por algo Jesús dialogaba.  Adviento puede ser un cambio..., y que empecemos a saber dialogar. Pero TODOS, y no bajo el monólogo de algunos.

             EL SERMÓN DEL MONTE
             Vamos a ir deshojando una serie de realidades muy significativas de este momento constituyente del Reino de Dios.  Y lo primero que ya tiene muchas connotaciones es eso del “MONTE”: “Y al ver las muchedumbres, subió al Monte”. ¿Qué relación hay entre ver muchedumbres y “subir al monte”. ¿Y por qué al Monte, como si todos conociéramos cuál?
             Por lo pronto, “el Monte” es un lugar simbólico de encuentro con Dios: el Sinaí, el Templo “en el monte del Señor” (Jerusalén), las tentaciones, el Tabor, el Calvario… Expresa un “lugar elevado”…, sobre “el llano”, sobre la vulgaridad de lo pequeño… “El monte” está “arriba”, en contraposición con lo que queda “debajo”. A Dios se le sitúa “en el Cielo”; los hombres, en la tierra. Y sin embargo Jesus sube al monte porque ve muchedumbres y no lo hace para retirarse de ellas, como muy bien se ve en todo el relato.
             Es más: hay una intencionalidad manifiesta de hacer un paralelo (y a la vez claroscuro) con la manifestación del Sinaí.  En aquel monte estaba Dios; en este monte está Jesús. Pero a aquel monte no podía acercarse ningún mortal –excepto Moisés- bajo pena de muerte. Y se trazó un círculo en la arena para que nadie osase traspasar ese límite, más allá del cual estaba lo sagrado.  Sólo puede subir Moisés y descalzo (signo de humildad ante Dios), y temblando ante aquel espectáculo inaudito de la zarza que arde sin consumirse. Habla Dios “en el trueno”.  Conjunto de manifestaciones de algo que está muy por encima del hombre.
             A este nuevo monte sube Jesús y se sienta. Signo de sencillez y a la vez de estabilidad. Y de cercanía: los discípulos suben y lo rodean. No mueren; no pasa nada por acercarse. Luego Jesús abre su boca… (otra traducción muy sugerente, dice: despliega sus labios…, algo así como un murmullo o susurro…, casi como un beso (que pudiéramos decir). No es el trueno; no hay fuego. Es Jesús, el mismo Jesús. Cierto que ese “Jesús sentado” (asentado con autoridad) va a expresarse con la fuerza misma de Dios, como avanzando sobre la misma palabra recibida por Moisés.
             Y a esos discípulos que están junto a Él, les enseñaba”. Enseñar es más que “informar”. Informar es decir lo que no conoce otro. Enseñar incluye llamada además de decir lo que se declara. A los que llamó un día a “estar con Él”, y que ahora los ha situado a su lado, les enseña, les exige. La vida del discípulo –y mucho en ese tiempo- pedía convivir con el maestro para aprender no sólo “datos” sino modo de vida. No es sólo “saber”; es seguir.

             Más allá de los mismos discípulos, está allí también el pueblo. Jesús no se ha subido al Monte para alejarse del pueblo…, y que el pueblo no traspase el círculo… Hay algo mucho más grande en todo esto. Aunque los discípulos lo han rodeado, el pueblo no se ha ido. Esta allí. Sigue esperando. Y Jesús está implicándolo a ser discípulo… Que el Reino no se constituye en estratos separados, sino en esos círculos concéntricos que se van comunicando como las ondas en el agua. Y por tanto, también el pueblo está llamado a SER DISCÍPULO, a ESCUCHAR al Maestro, a SEGUIRLO…, y que por esa comunicación de las ondas, cada persona, de la índole que sea, se sienta discípulo…, comprometido y pendiente de esos labios desplegados de Jesús.

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