miércoles, 11 de diciembre de 2013

LOS QUE LLORAN... Miércoles 2º adv.

Miércoles 2º adviento
        Como indiqué ayer, los evangelios de adviento vienen “atraídos” por la 1ª Lectura, que expresa directamente la vivencia o del adviento vivido durante años por el pueblo de Dios.
        Como el profeta Isaías en esa1ª lectura levanta la esperanza del pueblo, diciéndole que el Señor no se cansa ni se fatiga, sino que da fuerza al cansado..., que a los que esperan le nacen alas como de águilas, y corren sin cansarse y marchan sin fatigarse,
        el EVANGELIO nos lleva a la realidad del propio Jesús que realiza lo anunciado: por eso llama ya a venir a Él todos los que estáis cansados y agobiados y Yo os aliviaré.  El Adviento, aunque sigue siéndolo siempre, porque siempre estamos en camino hacia ese Jesús Salvador, resuena hoy con llamada especial a ese IR HACIA EL SEÑOR, para que alivie nuestros cansancios.
        Nosotros diremos que seguimos cansados y agobiados en medio de este mundo y estos trabajos y sufrimientos.  Es cierto.  Pero ahora hay otra luz: porque ahora cargamos con el yugo de Jesús, y aprendemos de Él que sobrepasó el dolor y aun la muerte.  Su yugo hace suave la carga y es llevadero porque ya no vamos solos: siempre va Él delante, y nuestra tarea es saber poner nuestros pies sobre las huellas de Jesús...  Caminar hacia Él, pero con la fuerza de la esperanza de encontrarlo a Él.  No sólo “después”, sino ya desde ahora, desde la realidad de cada día.  Adviento ya nos asegura SU PRESENCIA.

SERMÓN DEL MONTE: Los que lloran
                Quiero hacer una parada breve, antes de continuar esta comprensión de las palabras de Jesús en aquel Monte. Y es que todo esto puede leerse como una instrucción, más o menos acertada, pero con cierto aire de “sermón” de un particular. O puede seguir oyéndose de esos “labios desplegados de Jesús, que nos va susurrando en el fondo del alma su programa básico, su doctrina constituyente, el bosquejo de su misma vida (lo que pudiéramos ver como el retrato de Jesús). Quisiera que el lector hiciese la abstracción de lo que es explicación, y pudiera encontrar la resonancia en su alma de aquellas misma palabras y matices con los que Jesús fue desgranando las bienaventuranzas, dichas y gozos, tan nuevos, tan distintos, tan contrarios a los principios del mundo. Porque sólo si se escuchan de los labios de Jesús, podrán tener la fuerza en nosotros. De lo contrario es un sermón más de una persona más.

             Dichosos los que lloran, porque serán consolados.
             Es una explicitación de la POBREZA que constituía el marco inicial. Es pobre el que tiene motivos para llorar. Generalmente llora porque sufre. Por eso es una bienaventuranza desconcertante: ¿cómo puede decirse que los tales son dichosos? ¿Es que sólo vale sufrir y llorar para poder tener entrada en el Reino?  No. Pero el que sufre y sabe sufrir…, el que llora y sabe llorar, tiene ya una buena parte de “la entrada” en ese reino.
             Por sí mismas, no se refiere Jesús a las lágrimas de los pesimistas, de los que se sienten en todo “victimas”; de los que lloran por rabia de su fracaso o de envidia por ver medrar al otro; ni las de los egoístas o infantiloides que lloran porque no tienen “su juguete”; ni de los que viven la vida compadeciéndose de sí mismos o metidos en su egocentrismo (que tiraniza).  No. Evidentemente esos no son felices ni pueden serlo mientras persistan en su mundo cerrado.
             Son dichosos los que lloran porque ven las injusticias y abusos que se cometen en la vida, y que originan tantos sufrimientos. Los que experimentan la compasión de ese mundo absurdo y fuera de órbita; los que ven cómo se oculta la luz y se deja triunfar a la ceguera…
             Los que ven cada vez más lejos el bien soñado, y son conscientes de que ellos mismos lo alejaron; los que sufrieron ofensas sin motivo o ellos hicieron un daño a otros, del que están bien arrepentidos.  Los incomprendidos, los humillados, los no estimados en su valor, los desatendidos.  Los enfermos que no son ayudados como enfermos. Los que tienen pocos ánimos…, o se les marginó por prejuicios. Los que no hallaron la mano hermana que les acompañara o les levantara del suelo. [Y aquí podrá seguirse la letanía en esos niveles muy particulares. Con tal que no se caiga en el capítulo de “víctimas” que a sí mismas se hacen víctimas.]

             Siempre nos estamos situando en ese llanto sereno, pacífico, sin ánimos de revancha ni venganza…, sino en lágrimas que desahogan sin amargura, que dejan descansar el alma, que hacen de su llanto una oración de abandono y súplica al Señor, no tanto para no sufrir ellos sino para que el mal que provoca daño no continúe.  Serán consolados.

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