domingo, 1 de diciembre de 2013

1º de Adviento-A

¡ALBRICIAS!, Comienza el ADVIENTO
             Isaías es el gran profeta del adviento. Y la liturgia nos abre hoy a la visión de aquel hombre que tuvo que sostener la esperanza de un pueblo desterrado, Y que –por lo mismo- nos abre hoy a nosotros el nuevo período de Adviento litúrgico. Lo que se expresaba en un grito de esperanza del pueblo hebreo era regresar a Jerusalén, porque era el símbolo de su normalidad, de sentir esa presencia de Dios en sus vidas de volver a tener entidad como tal Pueblo de Dios. Era TODO para ellos.
             Isaías les pone delante esa visión: de nuevo están ya en el Monte de Israel, el la CIMA, encumbrados sobre las montañas…: más altos que nadie. Y no sólo ellos, pues se dará el caso de que el tal triunfo será compartido por los mismos pueblos gentiles, caminando hacia el monte del Señor. De Jerusalén saldrá la Ley perfecta: ¡la Palabra del Señor!, como árbitro de las naciones, para que en todas se viva ese amanecer maravilloso en que ya no habrá guerras mi carencias.
             Se dará el caso de que lo que fueron espadas y lanzas para la guerra, podrán fundirse ahora para hacer tijeras de podar sus vides y sus árboles frutales…: toda la prosperidad que se puede soñar… La vida ahora se condensa en una sola cosa: caminar hacia la casa del Señor.
             De ahí el Salmo explosivo de gozo: ¡Qué alegría cuando me dijeron: VAMOS A LA CASA DEL SEÑOR!  Eso es el núcleo del adviento. Para ellos fue de una manera que era muy material. Para nosotros es “otra marcha”, otro modo de caminar hacia ese nuevo monte…
             San Pablo –que escribía a una comunidad cristiana que se desenvolvía entre paganos –la comunidad de Roma-, les dice (cuando ya el adviento original está más que superado, porque Jesús ya ha venido al mundo y ha realizado la gran obra de la Salvación)-: daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de espabilarse.  Es como un grito nuevo y más profundo que nos llega directamente a nosotros, y nos llama a despertarnos de las rutinas diarias y a darnos cuenta de nuestro tiempo en el que vivimos, y del que tenemos que salir hacia  esa salvación que está más cerca que cuando “empezamos a creer”. Nos vamos acercando inexorablemente…: la noche se echa encima… Dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz.
             Todo eso tiene una traducción muy normal y fácil de entender: Conduzcámonos CON DIGNIDAD. Y en medio de aquel mundo de francachela, orgías y banquetes desorbitados, San Pablo llama a esos fieles de Roma a no entremezclarse en tales formas. Nada de comilonas, lujurias, desenfreno, riñas… [Si esto se nos dijera ahora, así de directo, a quienes preparamos ya nuestra celebración de la navidad de Jesús…] Lo que ahora toca –cambiando el chip de parte a parte- es vestíos del Señor Jesucristo… Y nuestra pregunta puede ser: ¿y qué o cómo es eso? Pues id al escaparate del Evangelio y buscad cómo era la vida de Jesús… Con esas “prendas” que se visten dentro de la persona (lo que Él hace, cómo lo hace, qué enseña, qué pide…), y que se ajustan a la medida a base de meditación personal cada día, iremos encontrando que pensaremos, desearemos, comentaremos, enjuiciaremos, actuaremos…, de otro modo. El tal “vestirse de Jesucristo” es algo que va dando otra personalidad.
             Hemos pasado una semana anterior con San Lucas, en anuncio de un mundo que se derrumba. Avisaba así Jesús del FINAL.  Hoy, partiendo Mateo de ese mismo planteamiento final de destrucción, lo que hace es levantar el nuevo fuego desde aquellas cenizas. Anuncia esa otra venida del Señor, que es al adviento para el que debemos ya andar preparándonos. Porque la realidad del sentido de la liturgia es irnos conduciendo cíclicamente hacia ese VERDADERO ENCUENTRO CON JESUCRISTO, que no es juego de ficción, ni años que se suceden porque así es la realidad de las estaciones… Es muchísimo más grande el mensaje que se nos entrega.

             Tiene una cara bonita y gozosa en el nacimiento de Jesús, pero de ese mismo Jesús que dirige cada paso de su existencia a su obra redentora. Y que las bellezas de Belén no son las que culminan el adviento, sino ese otro real momento en que llegaremos al abrazo definitivo.

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