viernes, 6 de diciembre de 2013

Sermón del Monte (5)

Viernes 1º de adviento
              El ambiente que se vive en este viernes de adviento es de esperanza, cuyos frutos se pretenden tocar ya con la mano. Isaías anuncia que “pronto, muy pronta el Líbano se convertirá en vergel”. Una figura expresiva de una nueva etapa, porque la venida del Mesías cambiará todo el luto en risas y cantos.
        El Evangelio presenta dos ciegos que acuden a Jesús. Acuden a Él como Hijo de David; por tanto como ciegos ante el Mesías..., el que daría vista...
        Comprueba Jesús la fe de ellos que, aunque ciegos de los ojos, deben saber qué piden y a quién lo piden. Pregunta Jesús: ¿Creéis que yo puedo hacerlo? Porque el secreto de la oración es creer que ya se os ha concedido... Y los ciegos afirman que si lo creen. Que, aunque sus ojos estés cegados, su alma vive la esperanza.
        Esto es lo que nos trae el Adviento: puede ocurrir a nuestro alrededor lo que ocurra; puede parecer ennegrecido todo el horizonte, y sin atisbo de sol. Sin embargo está ahí EL SOL que nace de lo alto..., porque es un Sol que nunca se oculta, aunque haya eclipses por “interposiciones” de elementos humanos o extraños. Pero quien permanezca en la fe-confianza, verá abrirse la luz.

SERMÓN DEL MONTE. Pobres
El profundo secreto de la POBREZA evangélica es que tiene que salir de dentro. Tiene que proceder de crear un estado interior de “pobreza”…, hacer un acto de elección libre –desde la voluntad, que es la que acaba tomando las decisiones- en la que la mirada a Jesús y la gracia del Espíritu converjan en una opción personal. La invitación de Jesús está ya hecha, y nos asegura –además. Que así se tendrá la dicha feliz que lleva dentro la libertad del espíritu. Un momento es que uno ha llegado a sentir internamente que “para mí el dinero no es un  valor”…, o “para mí, yo no soy ni el más importante, ni el infalible, ni el indispensable…” Cuando es una certeza total que “no quiero acumular riquezas”…, no quiero ocupar el centro, no quiero estar en candelero, no me considero el portavoz de la verdad.  Cuando en la humildad –que es la verdad monda y lironda de mi vida- soy simplemente el que soy, y no tengo más añadidos. Entones es cuando seré feliz, cuando mi elección me haya llevado a la realidad de que sólo en Dios pongo mi confianza y apoyo: Él es mi Rey.
El pobre de que habla Jesus es uno que ha experimentado dentro de sí que sólo mediante esta opción es como se distancia de la injusticia del mundo…, y hasta la elimina en sí mismo (ni una gaseosa con los ricachones que se envuelven en sus corazas de capa de cebolla para aparentar…, para aparecer…). Su opción de POBREZA es clara muestra de que no quiere ser cómplice de la injusticia del mundo…, el mundo anti-evangelio. Opción contra el consumismo, contra el gasto innecesario, contra la irresponsabilidad que pretende que “otros resuelvan”, contra la falsa tranquilidad de salvar mi conciencia alimentando las mafias que explotan a los pobres desgraciados y miserables. El verdadero POBRE evangélico, es el que COMPARTE y siempre dispuesto a dejar su puesto al otro. Porque él tiene lo más que puede tener y desear: DIOS ES SU REY.
“Es”…  Ya lo es. No sólo será un día cuando sea la resurrección final. TIENEN ya un Rey. Y eso es el magma en que se desenvuelve su vida. Ese POBRE ya está viviendo el reinado de Dios. Ocurra lo que ocurra y sean las cosas como sean, él está ya en ese otro reino de justicia, amor, servicio…
Más aún: de pronto el POBRE se siente tan hijo, tan envuelto en ese manto real, que el alma se le abre en su mirada a ese su Rey, y llega a experimentarlo PADRE. Servir a Dios es reinar, y reinar con Dios es estar en su regazo paternal, que me protege, me lleva, me orienta… Y por ello experimenta el gran gozo bienaventurado de la confianza absoluta que le lleva al abandono…, a sólo descansar en la seguridad que le da Dios. Y ya vive libre como un pájaro, vive la alegría que experimentan esos que se lanzan a los espacios sin más ayuda que unas alas o artilugio con el que vuelan y vuelan y vuelan sin que nada les impida el gozo indescriptible de su libertad… Se sienten reyes del universo.

Fácil es sacar en claro por qué la mayoría no experimentamos aún esa bienaventuranza del pobre… Sencillamente porque “jugamos a pobres” pero nos mantenemos con el otro brazo muy agarrados a otra “seguridad”. Pobres, sí…, pero no sueltos de manos.  Entones no tenemos ni lo uno ni lo otro. Jugamos a pobres, pero aún no hemos entrado en esa POBREZA QUE SALE DEL ESPÍRITU…, que sale del alma…, que se vive en lo más sincero del corazón.  Para llegar hay que empezar a desprenderse de mucho…, y del propio YO…, y eso suena ya a palabras mayores…

1 comentario:

  1. José Antonio9:35 a. m.

    Sobre el Evangelio de hoy, me cuestiono..¿Cuántas veces el Señor se cruza en nuestro camino y nuestra "ceguera" nos impide verle, sentir su misercordia, dejarnos acompañar por El...? Qué perseverancia la de esos dos ciegos, que le siguieron (y gritaban) sin desfallecer aún pareciendo que El no les escuchaba,.. ¿Cuántas veces desistimos de acudir a El, porque no nos ·escucha"? Bendita FE y perseverancia la de estos dos ciegos.

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