sábado, 21 de diciembre de 2013

21 dic.: VER A DIOS

ADVIENTO.- día 21       Se abre desde un texto del Cantar de los Cantares, el libro del amor que inspiró a los místicos  por ser la expresión apasionada del amor. Su elección para este día está en el gozo del encuentro que tienen dos que se aman. “Ha acabado el invierno; ya se ven las flores en los campos”.
        Así se enmarca aquel encuentro de los dos niños que -desde el seno de sus madres (María e Isabel)- dan y reciben el gozo profundo de un “invierno” que ha pasado [todo el tiempo de espera del Mesías]- y ya florece una nueva etapa de la historia. Así, ante el saludo de María a Isabel, desde el mismo umbral de la puerta, ya se produce aquel gozo inmenso del hijo de Isabel, en el seno de su madre, porque Jesús, desde su presencia en el claustro materno, le ha llenado de Espíritu Santo y le ha santificado. También Isabel ha quedado llena de ese aroma de las flores que viene a traer María, a la que alaba y bendice emocionadamente: porque ha llegado hasta ella “la Madre de mi Señor, y desde que tu saludo llegó a mis oídos, saltó de gozo la criatura en mi vientre”. Dichosa tú, que has creído. Gran alabanza a María, cuyo gran mérito personal, y gran regalo para la humanidad, ha sido QUE ElLA HA CREÍDO.  Y como creer de verdad es obedecer, Ella fue -en su obediencia- el gran ejemplo para todo el que cree.

             SERMÓN DEL MONTE
                      Porque ellos verán a Dios
             Es el inmediato efecto de los que tienen la mirada limpia: unos “ojos claros”, unos ojos que siempre ven lo blanco, están verdaderamente hechos para VER A DIOS. En el famoso test de Rochar, con sus llamativos manchones de colores, suelen las personas descubrir las aparente figuras que forman esas “manchas”. Pero hay quien descubre mucho más los espacios blancos: es señal de una manera de ser creativa, artística…
             En la vida encontramos muchos más que ven las manchas. El “limpio de corazón” ve los espacios blancos… Y en los espacios blancos es donde se manifiesta Dios, donde “se ve a Dios”.
             Aquella recién casada que lamentaba lo sucia que tenía la ropa su vecina, a la que querría ayudarle con su mejor detergente. Y tanto insistía que un día el marido se levanta temprano y limpia los cristales de su casa. Ese día la recién casada se alegra mucho de que la vecina dio con el buen detergente para que su ropa quede blanca… Y el marido le dice: es que esta mañana lavé tus cristales.  Es la historia que se repite: vemos “la ropa sucia” del vecino… Y lo que están sucios son nuestros propios cristales. El día que esos cristales e nuestro corazón se lavan, VEMOS LA LUZ DE DIOS. Esa es la bienaventuranza: ese es el “sacramento” de los “ojos limpios”, que reflejan la limpieza más profunda del corazón. Decía Jesús: Porque si el ojo de tu intención está sucio, ¡cuánta oscuridad!
             “Poseen el órgano adecuado para contemplar el rostro de divino… El hecho de que los inicuos no lo vean, no es tanto consecuencia de una prohibición moral, cuanto una imposibilidad física” (Cabodevila).  “Quien tenga el corazón en ambiciones que acucian a la gusanera, no podrá ver nunca a Dios cara a cara” (Papini). “¿Quién subirá al monte del Señor? El que es puro de corazón y de manos inocentes” (Salmo 51).
             Creo que la experiencia personal nos avala claramente esta bienaventuranza. La transparencia, la sinceridad, la lealtad, el presentarse a pecho descubierto, es criterio de pureza en el alma, de limpieza en el corazón. Es el criterio de sintonía de la persona con Dios. Cuando el niño se oculta, señal que está haciendo una travesura. El limpio de corazón no se tiene que ocultar porque nada tiene que ocultar, porque sus obras están hechas a la luz del día.
             Aquel famoso “discípulo amado” del evangelio de San Juan, descubrió entre las brumas del amanecer, que aquel extraño personaje de la orilla ERA EL SEÑOR. ¡Tenía los ojos limpios!, era limpio de corazón. El mismo Tomás, con su temperamento fuerte, acaba lavando sus ojos cuando se baja de la altanería y acaba reconociendo mucho más de lo que ve y toca: con el corazón descubre que tiene delante  a su SEÑOR Y SU DIOS. Eso no lo veía con ojos empañados… Allí estaban viendo los ojos limpios, que ven a Dios.

             Es una bienaventuranza de andar por casa. Ni siquiera hay que esperar a la otra vida para encontrar recompensa. Se tiene en la misma paz que deja en el alma esa forma de vivir la vida con limpieza de alma, con prudencia de juicios, con delicadeza de palabras, con dominio de reacciones y con el suficiente amor como para no buscar zaherir.  El limpio de corazón lleva ya su misma paga en el bienestar que origina a su alrededor, sin dejar el exabrupto absurdo y ridículo con el que pretende quedar por encima, y ni queda por encima ni logra su objetivo. Porque detrás de su palabra sucia, traumatizada, lo que halla es el rechazo de los que están ahí. Por el contrario, a la limpieza de alma, a los ojos limpios, al corazón que va cara al viento, a pecho descubierto, le embarga el gozo inmenso de VER A DIOS.

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