domingo, 14 de julio de 2013

USAR DE MISERICORDIA

Javier Madueño quiere hacer patente su agradecimiento
 a todos los que se han interesado
 y han pedido al Señor
 por la salud de su esposa Ana Mari.
Domingo 15-C, T.O.
En el marco de la 1ª lectura, adquiere una fuerza comprometedora aún mayor el texto evangélico, con la parábola del buen samaritano, y la conclusión de Jesús: Anda, y haz tú lo mismo.  El texto del Deuteronomio es la palabra de Moisés que presenta la Ley y los preceptos del Señor como algo que es perfectamente realizable, y no como un imposible o que entrañara una dificultad que sobrepasase las fuerza<s humanas. El marco de esta lectura nos pone ante la llamada de Dios, que es algo a vivir en el día a día: no te excede, no es inalcanzable, no está en lo alto del cielo ni en las grutas del abismo, y no vale justificarse de no poder llegar a lo que pide esa Ley. En realidad el mandato del Señor va ya impreso en el corazón de la criatura, y está en la misma boca…  Lo que queda es que cumplirlo…, eso que Jesús dice al doctor de la ley: Anda y haz tú lo mismo,
Se trataba de aquel doctor de la ley que vine a “examinar” a Jesús, por ese afán de comprobar si Jesús está en la Ley o no. Pregunta a Jesús qué tiene que hacer él para tener vida eterna.  Jesús utiliza el procedimiento de que sea el propio doctor quien se dé respuesta a una pregunta esencial: ¿Qué lees en la Ley? Y el doctor responde con el mandamiento que marca toda la vida de un judío, y que era casi connatural con la mente aquella: Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda tu mente y con todo tu ser. Y al prójimo, como a ti mismo.
El doctor de la ley quiere justificar su pregunta que, en realidad, había sido demasiado simple y casi innecesaria. [También traducen: “queriendo aparecer como hombre justo”]. Y pide a Jesús que le explique quién es mi prójimo.  Aquí entra Jesús con su estilo de parábola, que siempre es mucho más rico y dice más que si le hubiera dado una descripción verbal de qué se entiende por “prójimo”.  Jesús dijo muchas cosas como quien no las dice…, pero ahí estaban…
El hombre herido por los ladrones es un hombre vitalmente necesitado, y no precisamente de leyes.  Pero “la ley” se interpone como obstáculo cuando asoma el sacerdote… El sacerdote tiene que servir en el altar del Templo…, y si aquel fardo caído en e camino estuviera muerto, él no podría tocarlo, porque si lo toca, queda incapacitado para su función sacerdotal de ese día. Por eso da el rodeo. No sabiendo más, se libra de hacer,  Lo mismo, y por las mismas razones del culto, el levita se quita de en medio.  Mejor no saber nada, y no sabiendo, no tiene que hacer nada.
El que no tiene prejuicios, porque ni siquiera vive la ley judía, es el samaritano que viene por aquel camino y, viendo al herido, se entrega por completo a ayudarle: limpiarle heridas, suavizarle el dolor, cargarlo en su cabalgadura y llevarlo a una posada en la que poder atenderle.  Y cuando el samaritano no tiene más remedio que marchar, por sus obligaciones, encarga el cuidado del herido al mesonero, y paga de su bolsillo los gastos que pueda acarrear.
El doctor de la ley debía estar leyendo entre líneas muchas cosas. Jesús era un maestro en presentar las cosas y llegar a los ribetes más leves, pero explicar así todo lo que quiere expresar.  Y Jesús, gran pedagogo, hace que sea e propio fariseo quien se dé la respuesta:  ¿Quién crees tú que fue el verdadero prójimo del herido?  Había que tragar saliva…  Evidentemente no lo fue el sacerdote.  Tampoco el levita.  O sea: no lo fue ninguno de los servidores de la ley.  Había que decir quién lo fue.  Y se le atragantaba tener que era el samaritano, que era para un judío el prototipo de enemigo religioso, el cismático, el pecador alejad de la Ley.
El doctor optó por el circunloquio, y en vez de nombrar al “samaritano”, dijo (y fue una profunda respuesta): el que tuvo misericordia del herido.  Y estaba dicho lo esencial.  PRÓJIMO es el que tiene misericordia del que la necesita.
Ahora nosotros traspasamos “el libro” al Altar… Jesús, en la Eucaristía, es que tuvo misericordia…, el que limpió las heridas, el que gastó su tiempo y su vida misma en “el herido” del camino.  Pero queda ahí, como encargo directo y práctico, el “anda, y haz tú lo mismo”. O sea: la Eucaristía no queda acabada con la acción de Jesús. Quedaría incompleta –por decirlo así- si ahora no hago yo lo mismo.  El “libro” se ha ido transformando hasta llegar a mi vida y exigirme desde dentro. Acabará la Celebración como tal y, sin embargo, no somos simplemente “despedidos” como quien ha asistido a una función de teatro espiritual.  Somos enviados a prolongar nuestro brazo y nuestra palabra de PAZ, que ha de extenderse por dondequiera que vayamos.

Resuena como verdadero final de nuestra participación directa en la liturgia del día, ese: ANDA Y HAZ TÚ LO MISMO.  Que eso no me excede, no hay que buscarlo ni en lo alto del cielo ni en las grutas del abismo… Eso es llanamente la experiencia básica de la vida cristiana-

2 comentarios:

  1. José Antonio10:12 a. m.

    Cuántas veces "rodeamos" el camino del prójimo, para buscar el camino más cómodo para nosotros, aquel que no nos "complica" nuestro yo, pero que en realidad nos aleja del camino del prójimo, del Camino del Amor. Jesús con ese final contundente, nos exhorta a hacer lo mismo que el samaritano. Qué pedagogía tan magnifica la de Jesús, para explicar desde la Misericordia y desde el Amor, quién es el PRÓJIMO.

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  2. Hoy en la homilía el celebrante ha comenzado diciendo que ésta homilia es incomoda para el que la dice y para el que la escucha. ¡Qué gran verdad! estamos convencidos, o convenciendonos a nosotros mismos, que hacemos todo lo que podemos por el prójimo y no es cierto, siempre nos queda una justificación a nuestro pecado de falta de añor al projimo.

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