sábado, 6 de julio de 2013

6 julio.- PEQUEÑA GRAN PARÁBOLA

6 julio.-  EL VINO NUEVO
¿Fue a renglón seguido esta otra pregunta de extrañeza de los discípulos de Juan? ¿El Evangelista reúne dos hechos semejantes para acabar en la conclusión a la que quiere llegar?  Para el caso es igual, pero el lector de evangelio puede enriquecer su postura interior de oración si sabe situarse, de modo que los hechos tengan algo más que un texto que viene detrás de otro.
Lo que Mateo nos pone es que –cuando Jesús ha dado ya una explicación a los fariseos sobre su proceder, por encima de costumbres sociales-, vienen a preguntarle los discípulos de Juan –también un tanto escandalizados- sobre costumbres religiosas. Se trataría de crear ese clima que dé ocasión a que Jesús vaya situándose ante la verdad, superando las formas externas por sí mismas.  La cuestión de los discípulos de Juan es sobre los ayunos, esos que esos discípulos guardan, o que guardan lo discípulos de los fariseos… ¿Cómo es que no los guardan los discípulos de Jesús?
Jesús se va a una leve parábola explicativa.  Quienes acompañan al novio en los días de la boda, no viven pendientes de ayunos, porque en realidad su centro y su fiesta es la fiesta del novio.  Jesús compara su vida con sus discípulos a la de una fiesta de bodas, que todos la viven con fruición y alegría, y no pendientes de sacrificarse entonces. Que no quita que un día se irá el novio…, incluso se lo arrebaten, y ¡tengan mucho más ayuno real que el que ahora se puede hacer ritualmente!...

San Mateo iba con estos relatos a algo muchísimo más hondo y esencial. Jesús ha sobrepasado “el escándalo” de comer junto a publicanos; ha sobrepasado el ritualismo del ayuno…  O sea: Jesús está situando su seguimiento en otras coordenadas diferentes a lo que ya había. Ha llamado a Mateo, sin darle explicaciones previas, pero cada hecho siguiente le está marcando la absoluta novedad que hay por delante. Tal novedad que el propio Jesús excluye que pueda ser “un remiendo”, un parche que mejora algo el fallo antiguo.  Nada de remiendo. Lo que Jesús advierte es el peligro, siempre latente, de pretender ser “mejores” a base de añadir “una cosa”…, ser más “perfectos” porque hemos añadido una limosna, un rosario, una misa…  Todo eso estará muy bien pero pueden ser PARCHES. Lo serían si la persona sigue siendo la misma en sus sentir, en su manifestarse, en su egoísmo solapado.
                Lo que San Mateo está aprendiendo sin necesidad de discursos ni sermones es que ESTAR CON JESÚS es otra forma de vida. Es otra interioridad que coge a la persona desde la misma raíz, y le da la vuelta como al calcetín.
                No es simplemente tener un vivir nuevo en añadidos a lo anterior. Es un vino nuevo que no cabe en lo anterior. ¡Ésta es la tragedia que arrastramos “los buenos”!  Y como hay cosas que no se solucionan hablando o explicando, o esta realidad la vemos a la luz del Espíritu, en clima silencioso de oración, o sobran las palabras y las disquisiciones…, y mucho más sobra que venga uno a decirle al otro lo que debe de hacer.  Si el Espíritu de Jesús no nos ha calado, es inútil pretender forzar.  Si el Espíritu llegó y tocó, pero no quisimos soltarnos de “nuestra anterior barra de seguridad”, es inútil todo lo demás.  Todo intento será un vino nuevo que acaba reventando lo viejo, lo antiguo, “lo que se hizo siempre”…, y ni queda lo viejo ni ha aprovechado lo nuevo.
                Jesús habló con esas parábolas que parecen simples dichos, frases para las estampas…, pero estaba –nada más y nada menos- que situándonos ante la esencia de su Reino, el meollo del Evangelio, la urgencia de ese cambio que es indispensable dar.

                Cuando se planteó el AÑO DE LA FE. ya se advirtió que no se trataba de creer más unas verdades, ni de predicar más esa fe que debe entrar por el oído… Se trababa de un sentirse revolucionado de tal manera por el Evangelio, que se quedara uno exigido por él, urgido a un cambio de fondo. Y esa es LA FE a la que somos invitados, la fe que ahora mismo queda puesta en candelero con la primera Carta Encíclica del Papa Francisco, con esa nota de grandeza y humildad, de haber retomado lo que ya tenía avanzado Benedicto XVI.
                Pero el AÑO DE LA FE no está solamente mirando a los “fieles pecadores” que “deben convertirse” (¡y buena falta que nos hace!, a base de digerir el Evangelio sin sordinas, de no establecer “partes bonitas y feas”, y tragándonos que el Evangelio es el que es y TAL CUAL ES, ¡y sólo así!), sino que la CONVERSIÓN ha de llegar a la Iglesia misma, a sus modos, a sus ministerios, a dejar de ser mera dispensadora de sacramentos…, mientras un inmenso elevado porcentaje de “sus fieles” (¿?), ni tienen idea, ni practican. ¿Qué hacemos, pues, repartiendo sacramentos como quien reparte “funciones” y no misión evangélica que manifieste abiertamente la obra de Cristo.

                El Papa está dando un destello esencial con un estilo de vida y de modos de acción diaria, que están haciéndonos mirar hacia esa ESTRELLA POLAR que nos haga a todos orientar el rumbo de nuestra vida cristiana.

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