lunes, 15 de julio de 2013

15 julio.- SI QUIERES LA PAZ, PREPARA LA GUERRA

15 julio.- GUERRA Y PAZ.- Mt 10, 14 a 11,1
Todo lo parco que ha sido San Mateo en la narración de hechos, cambia en exuberancia de explicaciones o de comunicaciones de los pensamientos y enseñanzas de Jesús. El envío que hace de sus apóstoles para que vayan a anunciar el reino, se traduce en un volcán de palabras de Jesús para trasmitir su espíritu, el meollo del reino, y los entresijos que hay que pregonar desde las azoteas.
Había quedado diáfano que Jesús, y la obra de Jesús tenía un magma esencial en el que desenvolvérsela PAZ.  No se podría concebir el reno y al propio Jesús sin ese componente substancial de LA PAZ.  Y ahora, de pronto, en ese estilo rompedor que quiere remover desde el fondo, se apea Jesús con la afirmación de que no he venido a traer paz sino guerra. ¡He venido a sembrar espadas…!
Y va explicando Jesús este nuevo aspecto que deja –en principio- descolocados. Y con ese su estilo de rasgar para explicar, afirma que ha venido a enemistar al padre contra el hijo y a la hija contra la madre…, y así los enemigos serán los de la propia casa.
¡Explícate, por favor, Jesús!  Porque ahora no dejas sin saber el terreno que pisamos.  ¿Eres Jesús de paz o Jesús de guerra?  Y viene la primera explicación: “Quien ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mi”.  Primera lucha: no es que Jesús se establezca como rival de los amores más nobles. Lo que establece es un diverso campo o jerarquía en la preferencia del amor.  El primer mandamiento es amarás a Dios sobre TODAS LAS COSAS, y no niega el amor a “las cosas y personas”, pero ha de ser un amor supeditado, jerarquizado.  Nadie puede anteponer algo o alguien al reino de Dios. Todo puede ser amable, pero según y cómo… San Ignacio lo define con un binomio muy claro:  “el amor, en tanto en cuanto”. No puede haber amores o modos de amar que pospongan el AMOR A DIOS. Y eso es ya la lucha que Cristo viene a traer…, la espada divisoria en todo modo de amar.
Y bien a las claras tenemos las luchas reales de las familias (padres, hijos, etc., por razón de unos principios y valores cristianos que se van conculcando con la desfachatez del libertinaje, cuando hay en la familia esos miembros que han roto amarras… ¿Quién está en medio de esa lucha? Evidentemente que Jesús, el reinado de Dios, los valores del espíritu. En cuanto que hay miembros que conculcan esos puntos esenciales del ambiente familiar, surge la guerra.  No la quería Jesús. Jesús quería la paz y lo que conduce a la paz.  Pero Jesús se encuentra con que no lo reciben… Para entendernos: que –en aquellas tres condiciones básicas: negarse a sí mismo, tomar la cruz cada día y seguir a Jesús- ha fallado radicalmente la primera, Y si la persona no está dispuesta a ese control de los propios instintos, de los gustos personales, de los caprichos del YO, de la instintiva tendencia l placer y al mínimo esfuerzo…, tenemos declarada la guerra porque un egoísta sin principios, apisona los derechos de los demás…
La actitud contraria es la que pone Jesús al final: la sencilla generosidad del que sabe mirar hacia afuera, detectar al que tiene sed, y le ofrece el vaso de agua fresca… El que no se mira a sí, el que no está encerrado en “sus derechos”…, el que vive exactamente la actitud del que es pacífico y lleva la paz en su alma.  Y da el vaso de agua porque se siente discípulo de Jesús, o porque atiende al otro como discípulo… O aunque fuera enemigo. Porque esa es la novedad: que la guerra hay que hacerla, pero tiene cada uno que hacérsela dentro de sí mismo y contra lo desordenado que hay en sí mismo.  Y cuando uno que sigue a Jesús, se ha negado a sí y a sus egoísmos, ese ha tomado ya sobre sí la cruz de cada día. Esa cruz que hasta parece que no le pesa (así lo pueden juzgar los que sólo miran de fuera) pero que ha sido la cruz de la libertad: la que hace libres porque ayuda a estar desprendidos, aún de los afectos, porque también los afectos deben guardar su orden.
Al final, cuando uno ha escuchado lentamente a Jesús, se le viene a la mente aquella profecía del anciano que lo tomó en sus brazos cuando María y José llevaban al Niño para presentarlo en el Templo. Simeón profetizó que ese niño sería una señal ante la que se dividiría la humanidad. Y no es que ese Niño iba a trazar ese rubicón para que unos quedaran y otros no. Pero es un hecho que ante Jesús no cabe indiferencia, y en la humanidad en todos estos 20 largos siglos, y ya metidos en el 21, se produce una división evidente: los que aman a Jesús y lo siguen a costa de lo que sea. Los que lo odian porque es el enemigo invencible, y todas las artes de la maldad humana y diabólica, no han podido jamás destruirlo.
ESA ES LA LUCHA en la que estamos inmersos. Esas son las espadas que Jesús vine a traer. Y es evidente que su reinado se constituye y señala EN LA PAZ. Pero con la misma verdad, esa paz –como la del Misterio Pascual- no se posee mientras no haya un zambullido hondo en la guerra del Calvario.

No estaban lejos de esta verdad los que decían (aunque en otr sentido): si quieres la paz, prepara la guerra.

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