sábado, 13 de julio de 2013

13 julio,-Desde las azoteas

13 julio.- La verdad desde las azoteas.
                        San Enrique.
Ana Mari Bartolmé, esposa de Javier Madueño,
se encuentra desde ayer en su casa
con el “alta” médica.
ENHORABUENA.
El caso es que ayer me pasé de versículos, y que me metí en la materia de hoy. Vamos a ver el modo de enriquecer lo mismo que ya se ha visto.  Estamos en Mt. 10, 24-33. Continuación de las enseñanzas de Jesús a sus Doce apóstoles. Y la primera gran enseñanza de este tramo es que el discípulo no es más que su maestro. Y si al Maestro le han llamado “Beelzebul”, ¡cuánto más los siervos!
Hay, pues, de entrada una realidad: el seguidor de Jesús no puede pretender pasar la vida de forma triunfal en razón de sus méritos…, ni menos aún en razón de sus intenciones. “No puedo pretender tener la cabeza coronada de rosas, cuando mi Maestro la tuvo coronada de espinas.  Y no obstante lo claro que es esto, ahí andamos preocupados el día que no se nos reconoce un mérito o que se nos vitupera por un fallo. Que puede ser real o no, un juicio falso sobre algo que hizo uno totalmente distinto y que el otro interpreta o cree.  Y nos quedamos mal porque nos juzgaron mal.  No hemos mirado al Maestro… ¡Y no somos más que el Maestro!
Esa afirmación de Jesús de la verdad que se conoce por encima de todo y que –aun hablando Jesús al oído- se acaba pregonando desde las azoteas, es otra cara de la moneda.  Jesús es la verdad sin sordinas y sin velos. Jesús sabe lo que es la verdad profunda de cada corazón.  Jesús tiene confidencias íntimas –“al oído”- de las almas. La verdad del corazón de cada uno sale a la azotea antes de lo que uno mismo piensa. Por una parte, la mentira, el disimulo, la media verdad…, tiene las patas muy cortas. Fácilmente se detecta, y queda al descubierto el mosaico de verdades parciales con que alguien pretende dar imagen según quien escucha. Acaba pregonándose desde las azoteas, y queda al descubierto la verdad-verdad.
Eso mismo ocurre en esas almas finas que saben escuchar los susurros de Jesús al oído…, que parecería que nadie puede saber que hubo comunicaciones íntimas y exigencias amorosas.  Y sin embargo se pregona desde las azoteas porque esas personas van siendo auténticos trasuntos de esas intimidades de Jesús “al oído”. ¿Cómo?  En las obras, en el modo, en la prudencia, en la labor de hormiguita por la que las cosas parece que se hacen solas… La verdad es que allí queda pregonada  a los cuatro vientos la acción de Jesús…, la fidelidad de la persona a la escucha sincera y leal a las comunicaciones de Jesús.  Entonces, pese a que haya quienes juzguen, interpreten, acusen, minusvaloren…, NO TENGÁIS MIEDO.
El discípulo de Jesús es un juan in miedo.  Nada le detiene cuando ha de actuar. Nada le cohíbe porque haya quien le juzga mal.  El discípulo de Jesús vive la gran libertad de uno que se ha abandonado en los brazos de Jesús y del Padre Dios. Que le da lo mismo lo que ocurre a su alrededor y contra él… Que sabe que los pájaros se cazan, se venden, se comen…, y no por eso Dios no tiene providencia.  Sabe el buen creyente que la providencia y el amor de Dios no es tan corto de vuelo como nuestros afectos y cuidados y nuestras pretensiones…, siempre tan cortas que nos llevan a celos, posesionamientos, y miradas o sentimientos miopes, muy cerrados sobre intereses muy particulares.  Para Dios, el pájaro que cae en el cepo sigue siendo objeto de su providencia universal, en cuyo extremo estoy yo, que me alimento con esos pájaros.
El temor debemos tenerlo a quien nos puede dañar el alma, la mirada amplia, el corazón abierto…, al que nos empequeñece las miras y nos crea un “infierno interno”, a los afectos posesivos o los rechazos instintivos, que nos puede quitar alegría, libertad de alma.  Cuando tenemos tan agarrados a esos pajarillos que no permitimos que otro pueda también participar de ellos.

NO TENGÁIS MIEDO si no es cada uno a sí mismo, a sus pequeñeces y egoísmos, que le achican el horizonte.  Y cuando vivimos con la cortedad de miras (que en realidad no vivimos), acabamos por no dar testimonio de ser discípulos de Cristo…; no trasmitimos lo que debemos trasmitir, no pregonamos desde las azoteas…  A eso debemos temer. Ahí en el fondo de esas situaciones, se han achicado los horizontes y vive uno el pequeño agujero que nos deja nuestra mirada pequeña, corta y torpe.  Esa situación es la que lanza alma y cuerpo a una destrucción, porque donde tenemos la vida ancha que nos propone el mensaje de Jesús, acabamos metidos en el tonel de nuestro YO.  En dando con ese gran enemigo nuestro, de Cristo y de Dios, habríamos perdido la amplitud de las azoteas para proclamar y SER gloria de Dios y discípulos fieles de Jesús.

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