viernes, 26 de julio de 2013

26 julio: Joaquín, Ana e ídolos

26 julio: San Joaquín y Santa Ana

             Hoy estamos ante otro día de elección libre de lecturas: o las que la liturgia pone en esta memoria litúrgica, o la recomendada lectura continuada, que tiene la fuerza de mantener la idea y el argumento de un evangelista concreto, sin ir dando tumbos de un día para otro.
             La tradición dio a esos dos santos la paternidad de la Virgen María, y así se les venera. Personas de profunda religiosidad y fieles a la fe de Israel. Ellos educaron y formaron a María como niña y adolescente que centrara el sentido de su vida en el conocimiento y adoración al Dios del Cielo.  Luego vienen las “piadosas” tradiciones que rizan el rizo y sitúan a María como depositada por sus padres en el Templo, para que allí recibiera la esmerada formación de las doncellas más destacadas. Yo prescindo de esas añadiduras piadosas, porque soy mucho más partidario de hacer de la bondad una realidad posible de la vida ordinaria. Tanto si miro a Joaquín y Ana como si detengo mi mirada en la muchacha María.
             El Evangelio que se asigna es un gozo de Jesús porque sus apóstoles ven lo que no vieron siquiera los profetas anteriores. Estaría haciéndose una aplicación hacia esa excepcionalidad de Joaquín y Ana, que hubieran deseado tratar aquellos grandes personajes del A.T.

             En la lectura continua tenemos la explicación que Jesús hace a sus apóstoles de la parábola del sembrador.  Y pienso que en vez de meterme a repetir lo tantas veces dicho, puede ayudar mucho el enfoque de la 1ª lectura de hoy [Ex 20, 1-17]. Ahí se comienza con una afirmación sagrada y absoluta, que marca todo el resto: Yo soy el Señor, tu Dios… (carné de identidad esencial). Por consiguiente, sin lugar a otra conclusión: No te harás ídolos…, otros dioses frente a Mí –figura alguna arriba ni abajo-.
             A mí me habla esto a voces. Porque en la parábola del sembrador el gran obstáculo de la Palabra son los ídolos. Los ídolos de la superficialidad, de la religiosidad sin raíces. Ídolos de signos meramente externos (cordones, medallas, velas, reliquias, amuletos…) que se quedan en sí mismos y que no llevan a más.  La prueba al canto: se “practica” ese modo y se ignora y se prescinde de la Eucaristía, los otros sacramentos, el Evangelio como base de la fe en la que estamos.  Por eso no serán ídolos si todo eso es vehículo para desembocar en Cristo, en la fe que pide y a la que hay que responder.  Pero son ídolos cuando se convierten en matorral que oculta y sustituye y ahoga la sustancia misma de la fe en Cristo: seguimiento, imitación, identificación progresiva con Él.  De ahí que puedan ser tomadas como ídolo hasta personas concretas sobre las que se vive un cierto sentido de “veneración”;  el valor que se dé a “escritos-revelaciones” privados,  o de supuestas apariciones que van mucho más a la sensibilidad que a la llamada nítida de Jesús a través del Evangelio y la consecuente oración silenciosa en la que uno se deje interpelar por esa Palabra que ha sido esparcida.  Si me apuráis, hasta me atrevo a decir que se ha hecho del “demonio”, “maligno”… un ídolo-coartada que de alguna manera acaba liberándonos de nuestra propia responsabilidad. Es un ídolo, “diosecillo malo” con fuerza para marcar situaciones de nuestra vida.
             Sin hacer un problema…, pero sincerándose consigo mismo: ¿puede haber algún ídolo “conocido”, al que estemos dando un cierto “valor superior” de lo que es en sí, y que contravenga esa palabra profunda de Dios que hemos puesto al principio: Yo soy el Señor, tu Dios; No te harás ídolos? ¿Encontraríamos recovecos del alma y el sentimentalismo que nos lleven a idologizar “cosas”, personas, que son sólo lo que son. ¿Habrá Palabra de Dios que recibimos con alegría…, pero no hay raíces ni tierra para que arraigue? ¿Por qué?  ¿Habrá matorral en nuestro entorno, aun “matorral espiritual”, que ahogue la fuerza intrínseca de la Palabra?  ¿Y no serán ciertos ídolos que hemos ido situando en nuestras vidas para acabar haciéndolos “dios”?  Yo me lo pregunto a mí mismo, y reconozco que hacer un ídolo personal es muy fácil.  Unos lo ponen en un cantante, en un artista, en un deportista…, y otros en una persona de la vida diaria…, o en el móvil, la TV, el bingo, la tertulia que va desplumando a todo bicho ausente.

             Jesús, en su mucha humanidad, da por tierra buena al que da 30 por uno, aunque tierra buena dará el sesenta o el ciento.  Me hago la pregunta: es verdad, Jesús lo ha dicho, que ya es buena tierra la que da el 30. Pero ¿la que se conforma con dar ese 30 y puede dormirse en los laureles? ¿Puede ya darse por satisfecha en su respuesta a la Palabra?  Yo digo que no. Cierto que ya es “bueno”. Pero Jesús no nos ha llamado a “lo bueno” sino a lo mejor y hasta lo que más acerca a la plenitud.  Si adultos que aspiran a un buen trabajo, a un buen puesto en la empresa, a un máster de especialización…, ¿por qué no va a ser también lo mismo en ese fruto que la Palabra debe dar en una persona?  No enseñó Jesús una respuesta de “mínimos”…, de pasar dejándose la piel…, sino de sed perfectos, completos, capaces de ilusionarnos con el “más” y de perseguirlo en una lucha que sea capaz de cortarse la mano o arrancarse el ojo… -de superar y sobresalir- sobre cualquier obstáculo, apatía, pasividad, desgana, dificultad… Nos está esperando Dios: Yo soy el Señor, tu Dios;  No te harás ídolos.

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